DESDE LA CALMA, EL VOTO FEMINISTA

Amparo Mañes
Amparo Mañes
Psicóloga por la Universitat de València. Feminista. Agenda del Feminismo: Abolición del género
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Decía Violeta Assiego, en un artículo que publicó el pasado 2 de junio en el Diario.es, titulado ¿Qué votan las feministas?,  «Desde la calma me cuesta entender que haya mujeres feministas que con su voto puedan contribuir a que lleguen al Gobierno los representantes de la opresión y el poder patriarcal. Eso sí que sería dar la espalda a los feminismos«.

Pues voy a intentar, también desde la calma, lo que pensamos muchas feministas.

Las feministas, en efecto, hemos dado la espalda en las urnas a un Gobierno y a unos partidos políticos que han traicionado no solo al feminismo, sino a todas mujeres.

Y esa reacción feminista no es similar, como pretende la articulista, a la de «formaciones políticas de la derecha», argumento maniqueo muy habitual entre las personas cercanas a la ideología posmoprogre, dejando entrever que quien se opone a sus posiciones y designios no pueden ser más que de derechas, cuando en realidad lo que ocurre es que el feminismo se opone a las políticas de derechas las abandere quien las abandere.

También califica el malestar de las mujeres como egocéntrico, ya que no es el malestar de «todas las mujeres» sino el de «algunas feministas». Mire, ahí puede que acierte. Porque el feminismo va de eso, de remover conciencias, primero que nada, de las mujeres. Y es que siempre ha habido «malestares feministas» poco o nada compartidos por muchas mujeres. Es lo que tiene el Patriarcado: naturaliza tanto la opresión que muchas mujeres «si no se mueven, no notan sus cadenas». De manera que no pocas consideraron absurdo, en su momento, reivindicar el voto, otras tantas no creían necesario estudiar, no pocas daban por hecho que su opresión se debía a la «natural» superioridad masculina, y muchas asumían  que su destino inexorable era cuidar y agradar a otros sin derecho a reciprocidad.

Así es que sí, las feministas identificamos, no sólo nuestros malestares, sino los malestares de las mujeres en general. Muchas veces incluso antes de que algunas de ellas los hayan percibido. Se debe a que conocemos de cerca la opresión y sus trampas, gracias al sustrato que nos otorga el largo y denso recorrido de las teóricas y activistas feministas que nos precedieron. Ellas, entre otras cosas, nos enseñaron a cuestionar cualquier norma desde la hermenéutica de la sospecha. Por ellas sabemos bien que cualquier ley, aún presentada como neutral, puede acabar -y de hecho acaba en demasiadas ocasiones, perjudicando a las mujeres.

La articulista no está bien informada y afirma que la crítica feminista se dirige al Ministerio de «Igualdad» y a su titular, Irene Montero. Por el contrario, nuestra crítica se extiende al Partido en el Gobierno, en primer lugar, pero también a diputados y diputadas, senadores y senadoras y, en general, a todos los partidos políticos que, con su apoyo, posibilitaron la aprobación de la «Ley Trans» o de la «Ley de solo sí es sí». Con la terrible constatación de que los derechos humanos de las mujeres -hoy por hoy- no tienen representación parlamentaria. Es lo que tiene vivir en un sistema patriarcal con el que todos los partidos políticos del arco parlamentario, sin excepción, se encuentran extraordinariamente cómodos.

Violeta Assiego nos vincula de nuevo a la derecha e incluso a la extrema derecha por la «defensa e interés por derogar una ley que responde a estándares de derechos humanos».

En primer lugar, la afirmación de que la ley trans corresponde a «estándares de derechos humanos» es, como hace tiempo venimos denunciando las feministas, totalmente falsa. Nadie, nunca, cuando les hemos preguntado qué derechos humanos no tienen las personas trans, ha sabido contestar a esa pregunta.

En segundo lugar ignora arteramente que la única coincidencia con la derecha y la extrema derecha (y con la de cualquiera con dos dedos de frente), es que el sexo no es una elección personal que puede cambiarse a voluntad, sino una realidad biológica. Justamente la realidad en la que el patriarcado fundamenta la opresión de las mujeres a través de la construcción del género. Y, en la medida en que resulta evidente que negar el sexo es enmascarar nuestra opresión, puedo afirmar que quien secunde esa política es de derechas, por mucho que se autoperciba, de manera claramente errónea, progresista y feminista. Como hemos dicho muchas veces, si la extrema derecha afirma que llueve y las feministas observamos que llueve, también coincidiremos en constatar ese fenómeno meteorológico. Pero ahí se acabará la coincidencia.

Lo bien cierto es que se ha hecho creer a mucha gente que elegir sexo es un derecho humano, apoyándose para difundir esa falsedad en los descarados intereses capitalistas y en los medios de comunicación que esos mismos intereses manejan a su antojo, silenciando a cualquiera que se atreva a decir lo contrario de acuerdo con la ciencia. ¿Cómo es posible, entonces, que un partido como Unidas Podemos, pero también el PSOE que le ha apoyado incluso en contra de un parte importante de sus militantes feministas, consideren el «tema queer» una política progresista?

Sólo partidos totalmente desnortados pueden llegar a pensar que algo que defiende con uñas y dientes el capital, es progresista. Y hay que ser muy ingenuo o muy torpe para creer que algo que defienden el partido demócrata USA o el partido liberal canadiense, por poner ejemplos paradigmáticos, puede ser revolucionario. Entre otras cosas porque los gobernantes de esos países son estómagos agradecidos a sus generosos donantes y saben que gobiernan mientras desarrollen aquellas políticas que favorezcan al patriarcal-capitalismo que les financia.

Assiego no oculta su desprecio por las feministas, insultándonos con el apelativo TERF, y mintiendo descaradamente al decir que preferimos que se vote al PP y a Vox; omitiendo algo bien sabido: que el voto feminista es, y ha sido siempre, de izquierdas. Lo que nos preguntamos las feministas es dónde ha ido a parar esa izquierda de la que nos sentimos huérfanas.

También se pregunta la articulista ¿quién da la espalda a quién? afirmando que, en nuestro afán de castigo, damos aire a la ola reaccionaria. De nuevo yerra el tiro. Porque si alguien ha dado oxígeno a la ola reaccionaria ha sido justamente un gobierno que, otorgando absoluta prioridad a las políticas identitarias de una minoría, ha dado la espalda a los derechos de las mujeres.

La autora debería saber que el feminismo nunca dará aire a partidos que, como Vox y el PP, quieren acabar con las estructuras y políticas de igualdad mucho antes que con las propias de la diversidad. En realidad, la derecha no ve mal la diversidad LGTBI porque sabe que es un camino efectivo y directo para acabar con los derechos de las mujeres «sin mancharse las manos». De hecho, no han movido una coma o incluso han impulsado leyes trans en los territorios donde gobiernan. Entonces, ¿quién se parece a quién ideológicamente hablando? Y sobre todo, ¿Quiénes están dado la espalda a las mujeres y aire a la misoginia?

Y no. Las feministas no olvidamos que la extrema derecha vandaliza murales y niega minutos de silencio, o que amenaza con derogar leyes para la igualdad.

Pero tampoco olvidamos que, agazapándose en banderas multicolor o, en el colmo del cinismo, violetas, la «autodenominada» izquierda progre también hace patente una profunda misoginia. Sí, esa izquierda que dice «Kill the TERF«, «Fucking the TERF» «TERF muerta, abono para la huerta«. Esa que ha ninguneado durante 4 años al feminismo y censurado a las feministas, esa que no sabe decir qué es una mujer, que no se atreve a definir «género» porque quedaría en evidencia; esa que se ha negado a tramitar la LOASP o a derogar la Instrucción del Registro que permite regularizar a criaturas nacidas mediante vientres de alquiler de mujeres pobres sin otra salida que vender el fruto de su vientre. Esa que ha devaluado la Ley de igualdad y la Ley contra la violencia de género al desvirtuar su sujeto jurídico. Esa que ha soltado a 115 violadores y ha disminuido la pena de casi 1.200 agresores sexuales…

Por otra parte, que el artículo hable de «trabajo sexual», retrata bien a quien lo escribe. Definir como trabajo la prostitución,  una actividad que nunca desempeñaría ella, ni tampoco querría para su madre, su hermana o su hija; y que vulnera, no uno sino varios de los derechos humanos de las mujeres, apunta maneras de su autora: debe pensar que es el trabajo a ofrecer a las que denomina, «las grandes olvidadas». Dejando patente su desprecio hacia las mujeres pobres, migrantes y racializadas, perfil que -sabe de sobra- constituye más del 90% de las mujeres en prostitución.

En otro orden de cosas, y en el colmo del cinismo, llama «campaña de deslegitimación» a la lógica reacción feminista originada por el desprecio desplegado contra las mujeres en general y el feminismo en particular desde los partidos en el gobierno. Porque son ellos los que han desplegado una auténtica campaña de deslegitimación de las feministas, cancelando a cualquiera de ellas que se opusiera a sus políticas. Pocas veces una parte de la ciudadanía ha avisado tanto y por tanto tiempo de que mantener esas políticas era renunciar al voto de muchas de nosotras. Y me permito recordar que la política no va de votar el mal menor, sino de votar a quien merece nuestro voto.

A mí -como a Assiego- también me cuesta entender que haya mujeres que, con su voto, puedan contribuir a que gobiernen representantes de la opresión y el poder patriarcal porque, y de nuevo coincido con ella, eso sí sería dar la espalda al feminismo (lo de «feminismos» se lo dejamos a quienes han añadido la «s» para legitimar el entrismo de posiciones  descaradamente antifeministas). Solo que no son sólo Vox y el PP, como parece creer la articulista quienes representan la opresión y el poder patriarcal. También hay mucho de eso en todos y cada uno de los partidos que han apoyado, sin fisuras, la Ley Trans y que, en cambio, no han movido un dedo para aprobar la LOASP. Si algo ha dejado en herencia esta legislatura, es la convicción feminista de  ser «huérfanas políticas» como antes señalaba.

Es evidente que lo que haya que hacer no puede pasar por votar a una derecha que cree que las mujeres estamos arrebatando derechos a los hombres cuando en realidad son privilegios injustos que añoran recuperar; y que se atreve a negar la violencia machista a partir de opiniones sin ningún fundamento cuando el feminismo aporta datos y hechos.

Pero tampoco es posible votar a una «izquierda» que se enroque en excluir a las mujeres, en nombre, precisamente, de la inclusividad. Y que, en nombre de derechos nunca bien concretados, ignore o destruya los de las mujeres.

Nunca será legítimo que eventuales derechos de un colectivo se erijan sobre la base de aplastar derechos, no ya de «otro» colectivo, sino los de más de la mitad de la humanidad. Si eso llegara a ser posible, constituiría la evidencia más palpable de que se trata de una estrategia patriarcal para reforzar la opresión de las mujeres. Nadie que se pretenda demócrata y feminista puede, a la vez, defender esas políticas. Por eso la pelota electoral está en su tejado y no en el del Feminismo.

Quiero finalizar con lo que dice Assiego sobre que, votando a la derecha, algunas perseguimos «recuperar privilegios». Quizá es que inconscientemente, como creen la derecha y también muchos varones de 40 o 50 años, amigos del actual presidente del Gobierno, ella también considera «privilegios» los más elementales derechos de las mujeres.

 

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