Esta ingeniería social no surge de un movimiento de base con nuevos valores tratando de modificar las instituciones. Sino que es de arriba a abajo, con todos los recursos financieros en alianza con las élites políticas, económicas y culturales[1]
Ni yo, ni ninguna otra de las feministas a las que tengo el honor de conocer, tenemos absolutamente nada que oponer a que cualquier persona construya libremente su personalidad como le dé la gana. Entre otras cosas, porque -como feministas- siempre hemos defendido que es imperativo alejarnos de los tóxicos roles, expresiones y estereotipos de género hasta llegar a su completa abolición, consiguiendo con ello un desarrollo de la personalidad sin las barreras que se imponen a nuestro sexo respectivo a cuenta de la construcción social que es el género.
Ni yo, ni ninguna otra de las feministas a las que tengo el honor de conocer, tenemos absolutamente nada que oponer a que cualquier persona construya libremente su personalidad como le dé la gana.
Lo que no sabíamos las feministas es que se estaba preparando una trampa, estafa, engaño, fraude, o como quieran llamarlo. Porque mientras nos hablaban del derecho a la libre configuración de la personalidad, en el que todas las feministas estaríamos de acuerdo, lo que NO decían es que, en la construcción de la «personalidad» (por otra parte, individual), incluían la libre configuración del sexo.
En efecto, y aunque en principio nos dijeron que hay que respetar la existencia de hombres que SE SIENTEN mujeres, ahora, envalentonados con el soporte mediático proporcionado por el sistema patriarcal-capitalista, la cosa no sólo va de respetar sentimientos; sino de decir que esos hombres SON mujeres.
De una parte, los varones que se sienten mujeres no suelen explicitar en qué se basan para afirmarlo, convirtiendo esa afirmación en un acto de fe para las demás personas, ya que es imposible verificar con certeza ese sentimiento; y, los pocos que sí explican en qué basan ese sentimiento, lo hacen a partir de identificarse con los más rancios estereotipos sexistas. Lo cual es normal, porque si algo conocen los varones es la construcción del género que han diseñado para que las mujeres sean el sexo subordinado. Y por eso es totalmente legítimo que el Feminismo rechace que los varones puedan «ser» mujeres por el hecho de adoptar unos estereotipos que ellos eligen pero que a nosotras nos imponen para someternos.
De otra parte ¿desde cuándo la libre configuración de la personalidad» implica que se pueda cambiar una realidad biológica y sólo una, como el sexo, cuando ni siquiera los que sí son rasgos de personalidad pueden, por sí mismos, cambiar nada? Por ejemplo, una persona puede tener una personalidad autoritaria pero eso no le permite exigir, al incorporarse a la esfera laboral, ser el jefe, y mucho menos conseguir que una ley ampare tal pretensión.
No es casualidad que se pretenda que el sexo sea la única categoría que la personalidad puede modificar. Porque el sexo es, justamente, una categoría protegida -al menos hasta ahora- debido a la constatación de que la desigualdad de las mujeres se debe -precisamente- a nuestro sexo de nacimiento (bueno, y de fallecimiento, porque el sexo es inmutable a lo largo de la vida, por muchas chapuzas hormonales y quirúrgicas que pretendan modificarlo). Y es la opresión por sexo la que legitima la adopción de medidas de equidad (las conocidas como «acciones positivas»), o de penalización de la violencia ejercida por los varones sobre las mujeres por el hecho de serlo.
La protección constitucional de la categoría «sexo», tuvo entre sus acciones más efectivas, la exigencia de la Ley 3/2007 para que esa variable estadística fuera recogida en encuestas, estudios y estadísticas oficiales. De manera que la sistemática estrategia patriarcal de negar la opresión de las mujeres empezó a tambalearse: Las feministas pudimos confrontar con datos las opiniones masculinas cuestionadoras de la desigualdad en relación con cualquier ámbito.
Medir nuestra opresión es, pues, el camino más efectivo para analizar sus causas, y constituye la base de legitimación para la instauración de acciones positivas para minimizar la desigualdad hasta hacerla desaparecer. Y eso es lo que ha originado la brutal reacción patriarcal, al temer los varones que pudieran llegar a socavarse los cimientos del sistema, dato a dato, acción positiva tras acción positiva.
De ahí la importancia de la falacia «Las mujeres trans son mujeres» que ni quienes la sustentan, se creen. Y es que, insistir en que los varones que se sienten mujeres, SON mujeres, busca lo siguientes efectos:
- Arrebatarnos la palabra que nos nombra, ya que si se incluyen otras «realidades», pasamos -de facto- a ser un subgrupo dentro del grupo de las mujeres.
- Arrebatarnos las medidas de acción positiva que pretendían conseguir la igualdad con los hombres. Ahora, un «sentimiento indemostrable protegido» puede usurpar legalmente -al contar con la autorización del Estado- una acción destinada a nuestro sexo oprimido, desvirtuando la finalidad para las que esas acciones positivas fueron instauradas, disminuyendo y ralentizando con ello las posibilidades de igualdad entre mujeres y hombres.
- Invadir espacios establecidos para dar seguridad e intimidad a las mujeres y que se instauraron debido a la potencial violencia sexual de los varones. Violencia que, no solo no se ha conseguido disminuir por gobiernos -en cambio- tan efectivos para establecer políticas trans, sino que se está incrementando debido a la falta de coeducación, a la omnipresente pornografía, a la pornificación creciente inducida en las adolescentes y mujeres jóvenes, especialmente a través de la publicidad, los medios audiovisuales, las redes sociales…
Ese incremento de la violencia se produce ante la indignante pasividad o la incompetencia de un gobierno más preocupado por la proliferación de identidades que por la vida de las mujeres. Y en este contexto, es ese mismo gobierno quien se apresura a abrir todos los espacios de seguridad de las mujeres a «varones autoidentificados». Claro que, en la mejor tradición patriarcal, a quienes nos quejemos nos dirán que «nos quedemos en casa». Igual es esa la pretensión última.
- Imposibilitar a las mujeres disponer de espacios exclusivos donde poder analizar nuestra opresión, discutir alternativas y realizar propuestas fuera de la presencia del sexo opresor. Sólo imagen ustedes una asociación de personas negras, latinas, etc. que se haya organizado para luchar contra la discriminación que experimentan debida a su raza y/o su origen, que tuviera que admitir en su seno a la gente que les oprime, previamente autoidentificada como negras o latinas.
- Imponer el género sentido a la orientación sexual de las lesbianas. Y es que, si negamos el sexo, la consecuencia lógica es que no existen las orientaciones sexuales. De ahí que se pretenda imponer penes «femeninos» a las lesbianas o de lo contrario son tachadas de tránsfobas. Porque si un varón no sólo se siente mujer, sino que ES mujer, que una lesbiana le rechace es transfobia. Negando que la atracción sexual lesbiana rechaza el pene, atributo sexual masculino, sean cuales sean los sentimientos del varón que lo porte.
- Negar la violencia de género, simplemente porque un varón maltratador, que ha sido socializado en la dominación más violenta diga, de manera sobrevenida, que se siente mujer. Dejar desprotegida así a mujeres, niñas y niños que pasan, de ser víctimas de violencia de género y obtener las compensaciones que legítimamente les corresponden, a nada. Todo por la mera afirmación incomprobable de un violento maltratador.
- Negar la opresión por sexo porque, ¿cómo puede hablarse de opresión cuando es tan fácil cambiar la condición de esa opresión? Porque eso es lo que están haciendo creer a multitud de jovencitas, aprovechando la coyuntural inmadurez propia de la adolescencia: Que mutilarse y hormonarse de por vida les librará de una opresión que, apenas inician la adolescencia, ya perciben como brutalmente insoportable.
Claro que, cuando descubran que les han mentido descaradamente, será tarde para ellas y, desde luego, para sus cuerpos destrozados con el aval y la financiación del Estado. Ese Estado que les ha negado la obligada protección frente a un negocio farmacéutico-quirúrgico que incluso sus defensores admiten que conlleva múltiples riesgos conocidos… y desconocidos.
Pero, lo que sobre todo busca el Patriarcado es la abolición de la categoría sexo, empezando por desvirtuar las estadísticas que miden nuestra opresión por razón del mismo, de manera que se haga difícil, hasta hacerla inviable, la medición que demuestre la situación objetiva de desigualdad que experimentan las mujeres precisamente en razón de su sexo. Y para conseguirlo, ha buscado la excusa impagable de la ideología queer.
Porque, en realidad, tampoco es que interese demasiado medir el grado de opresión de las personas trans; ya que, por un lado, han conseguido popularizar el mantra de que se trata del colectivo «más oprimido de la historia», sin dato alguno que lo demuestre, convirtiendo también esto en un acto de fe. Así, si un varón dice que es mujer porque así se autoidentifica, señalará el campo «mujer» dentro de la variable sexo. Y no solo distorsionará la información que permita saber quiénes son las mujeres biológicas, sino que también nos quedaremos sin saber cuántas personas hay «del colectivo más oprimido de la historia».
Por otro lado, queda claro que el objetivo patriarcal real es el de «diluir estadísticamente» la opresión de las mujeres y no tanto, reflejar «otras realidades». Porque, aunque la gente tiende a pesar que el colectivo trans es tan pequeño que no puede distorsionar, al menos gravemente, las estadísticas de las mujeres, no es cuestión sólo de que se trate indiferenciadamente -a nivel estadístico- a mujeres y a hombres autoidentificados como tales, sino que se suelen introducir más campos, algunos por completo ambiguos, que sí contribuyen decisivamente a una deliberada ceremonia de la confusión.
Así, donde en la variable «sexo» antes debía contestarse «hombre» o «mujer», ahora puedes contestar:
«Mujer»
- «Cismujer», con lo que, o no señalamos esa opción, o, si se señala, supone hacer una declaración de conformidad con el género opresor.
- «Hombre»; variable que, esa sí, no tiene discusión. Véase, si no, el glosario LGTBI de la Johns Hopkins University.
- «No binario»
- «Géneros diversos» (detallando o no estos)
- «Prefiero no contestar»
- «Otros» (sin especificar).
Es esta proliferación de alternativas la que en realidad contribuirá a la distorsión de estadísticas y encuestas. Y no solo, como se tiende a creer, que en el campo «mujer» entren sentimientos del otro sexo.
Como es evidente, nadie podrá analizar campos como «Otros», «Prefiero no contestar», etc. Pero se habrá conseguido el auténtico objetivo: distorsionar y, por tanto, restar fiabilidad a cualquier análisis que pretenda objetivar -dentro de ese entramado que, además, crece cada día- la opresión de las mujeres por razón de su sexo.
El Patriarcado de siempre, pretende pues que las propias mujeres llamemos «mujeres» a varones autoidentificados (por el dudoso «mérito» de que se identifiquen con los estereotipos de género que nos oprimen), barriendo con ello los derechos basados en nuestro sexo. A eso le llamo yo prepotencia patriarcal.
Algunas de entre nosotras lo harán por sumisión o por miedo. Pero no es despreciable el número de las que lo harán por convicción. Espero que todas ellas se den cuenta de esta brutal trampa patriarcal más pronto que tarde. Porque mientras habrán permitido, con su silencio o con su apoyo, demasiado dolor de mujeres, niñas, niños y adolescentes. De hecho, ya tardan en reaccionar.
[1] Cita extraída de una ponencia titulada ‘Reordenamiento social a través de la ideología corporativa y cuasi religiosa trans en Argentina’, presentada en las XV Jornadas Nacionales de Historia de las Mujeres, Universidad Nacional de Jujuy