El efecto que produce el hecho de que aparezcan nuevas formas de estar y ser en la política puede ser doble. O bien las integras en tu mundo simbólico, siendo consciente de que tendrás que hacer un esfuerzo para lograrlo, ya que la gente está acostumbrada a aceptar solo lo que casa con los programas ya instalados en su mente, es decir, con su ideología. O, por el contrario, muestras tu rechazo de la peor manera posible, haciendo declaraciones ridículas y obsoletas.
Esto último es lo que pasó a bastantes personajes públicos, tanto de la política (incluso feministas) como del periodismo, cuando interpretaron la presencia de un bebé en el Congreso.
Creo que fue una provocación pertinente que Bescansa llevase a su hijo al Congreso el primer día de esta legislatura. Quienes sufren de ideología conservadora y patriarcal, y que prestan muy poca atención a los problemas de intendencia y cuidados en el espacio privado, alzaron sus voces airadas por tener que ser testigos en «su» espacio público, de tareas y responsabilidades que creen deben permanecer ocultas en el espacio privado.
Les inquietó hasta extremos ridículos tener que oír términos tan poco habituales en su vocabulario como maternidad de ‘apego’, conciliación o corresponsabilidad, o ‘vómitos de bebé’; es decir, el léxico «naturalmente» implantado en el lenguaje femenino diario, pero ausente en el espacio masculino público.
Este es el problema fundamental que subyace en la serie de críticas a la decisión de Bescansa. Irrita que se cambien las normas seculares: Lo que está bien, perfecto, en el espacio privado, no hay que trasladarlo al espacio público y, además, al espacio público por antonomasia, el Congreso. La prole tiene que estar recluida en su espacio propio: en las guarderías -insuficientes, además- o en el hogar.
Así, lo que hizo Bescansa fue desestabilizar el orden establecido, desafiando los estereotipos y roles de género dicotómicos, tan masivamente aceptados, asumidos e implementados tanto por ellos como por ellas. Esta es la razón, también, por la que ha habido tan pocos gestos de apoyo. Desembarazarse y hacer frente a los estereotipos y roles tradicionales de género en la vida diaria, sea personal o política, es una práctica política excepcional; posicionarse con quienes los rompen, un atrevimiento política y socialmente imperdonable.
Las mujeres hemos invadido el espacio público siempre desafiando el statu quo: cuando queríamos entrar en la Universidad, cuando hemos querido trabajar en empleos tradicionalmente masculinos o, simplemente, cuando empezamos a conducir. ¡Fuera, fuera, a fregar! nos gritaban, alborotados, cuando sentadas al volante de un Seiscientos nos veían circular por la calle, insultándonos porque ocupábamos «su» espacio.
Desafiamos los roles de género y ganamos. Estamos aquí para quedarnos: licenciándonos con currículos brillantes, conduciendo coches y discutiendo leyes en el Congreso. Siempre está bien hacer frente a lo establecido; así es como ha avanzado la humanidad.