Imaginad que soy una mujer joven. No importa la edad. Imaginad que quiero morirme No importa por qué. Los motivos pueden ser muchos o sólo uno muy importante. La cuestión es que he decidido quitarme la vida. O al menos intentarlo. O quizás lo que quiero es intentar morirme y ser rescatada.
Me voy a un parque que me gusta mucho de mi ciudad. Un parque por el que he paseado muchas veces. Me voy al parque con las pastillas que me recetó mi psicóloga, o mi psiquiatra. No importa quién. Me tomo más pastillas de las que debería, me tumbo en el suelo, me despido del parque, y poco a poco, todo se va desvaneciendo. Yo me desvanezco. Quiero morirme pero aún no estoy muerta.
Imaginad que estando inconsciente, alguien viene y se acerca a mí. Es un hombre. No importa la edad. Imaginad que ese hombre no piensa en rescatarme, si no en agredirme. Y lo hace. Me agrede y me viola hasta provocarme heridas que sangran. Sangran de tal manera que al final, cuando él se va, yo me desangro y muero.
Imaginad que, aunque yo quería morirme, no tomé las pastillas que realmente son suficientes para hacerlo. Imaginad que no quería morirme, sólo descansar de todo.
Imaginad que mi asesinato sale en las noticias, como salen tantas y tantas noticias de mujeres que son agredidas, violadas, asesinadas. Imaginad que el periódico El Mundo comienza un titular diciendo: “El agresor de la suicida…”
Imaginad que al día siguiente nadie se acuerda de mi muerte porque siguen saliendo casos de corrupción, porque los hombres que fueron candidatos en las pasadas elecciones y que no tienen como líneas rojas la violencia sexual y de género, siguen sin formar gobierno.
Imaginad que mi familia sigue acordándose de mí, que se acordará siempre. Imaginad a mis amigas, a las feministas que me conocen y las que no me conocen, que reclaman justicia y reparación por lo que me ha pasado. Por lo que sigue pasando. Que se preguntan cuándo terminará esto. Como pensaba yo esa noche, cuando me fui al parque.
(Por ella, que descanse en paz. Por ella, por todas).