Empleadas del hogar y externalización del machismo

Eduardo Aguayo
Eduardo Aguayo
Biólogo y otras cosas, gay, padre.
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Una de las primeras cosas que nos tuvimos que plantear, cuando nos dijeron que nos iban a dar por fin a nuestro hijo y a nuestra hija, era la organización de horarios y tareas de la casa. Los dos trabajamos, mi marido con horario comercial y yo suelo viajar mucho. Nuestras amistades fueron rotundas: «ya es hora os cojáis “una chica” en casa» (ya la descripción de estos empleos ahora sí, utilizando el femenino en vez del tan manido “masculino universal” nos tenía que sonrojar un poco, hacernos pensar).

Para mí ha sido un tema controvertido siempre, tengo familiares que debido a no encontrar trabajo de otra cosa, tuvieron que dedicarse a limpiar y hacer tareas domésticas para otras casas o cuidar enfermos, y esos familiares han sido mujeres en todos los casos.

Al poco de venir a casa, estábamos en un totum revolutum, y pedí consejo, una vez más, a algunas amigas (siempre he tenido más amigas que amigos, siendo mi número de amigos casi anecdótico). La solución: contratar más horas a nuestra empleada doméstica; todas ellas me comentaban que para evitar discutir con sus maridos preferían pagar más horas a sus empleadas y evitar así la fuente de conflicto; ellos no colaboran al cincuenta por ciento en el mantenimiento del hogar.

Es decir, para evitar poner negro sobre blanco que hay machismo en nuestras casas externalizamos ese machismo, y las labores que nuestra sociedad patriarcal ha asignado a la mujer, las realiza una segunda mujer a la que pagamos.

No critico la realización en sí del trabajo doméstico, que me parece tan digno como cualquier otro trabajo, y que permite a las que lo realizan (porque la mayor parte son mujeres) cierta independencia económica (y digo cierta porque estos trabajos no suelen estar bien pagados). Critico, por un lado, el que asumamos que sean mujeres las que lo tienen que realizar (con nuestros estereotipos de mujeres abnegadas y cuidadoras) y, por otro lado, critico que no seamos capaces de sentarnos con nuestros maridos y explicarles que tenemos un problema, porque las tareas domésticas tienen que ser repartidas a la mitad entre los miembros del matrimonio y en sus capacidades y responsabilidades por los hijos e hijas.

Creo tenemos que dar una vuelta a todo lo que refiere a estos empleos; por un lado tenemos que asegurarnos que dejen de basarse en ideas preconcebidas equivocadas sobre atributos femeninos, y por otro lado comprobar que sean dignos. Los y las empleadas desempeñen las tareas propias de este trabajo pero tras asumir la familia cada una de sus responsabilidades referentes al orden y limpieza, y por ultimo claro está, que se avance en los derechos laborales de las personas que lo realizan.

 

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