Cansadas como estamos hasta la exasperación de escuchar cómo Yoko Ono era culpable de todos los males habidos y por haber, parece siempre un ejercicio necesario mostrar realmente quién es Yoko Ono y hasta qué punto es o no la causa de todo.
La rima fácil ha propagado la idea de que “la culpa de todo la tiene Yoko Ono”, y acostumbradas como estamos a ver una y otra vez que las mujeres destruyen todo valor creativo, Ono ha tenido que correr con la misma suerte. La femme fatale, la mala del cuento…lo vimos (y vemos) con Gala y Dalí, con Marina Abramovic y Ulay…
Pero, ¿quién es realmente Yoko Ono? ¿Era simplemente “la pareja de”? Pues no, como casi nunca ocurre en el caso de las “ignoradas” por tener una pareja conocida. Ono es pionera en el arte conceptual y de performance, fue de las primeras en incluir la participación en sus acciones y su trabajo es reconocido como uno de los mejores en el arte contemporáneo de las últimas décadas. Ono es también de las primeras artistas feministas, y ha trabajado con vídeo, objetos, cine, sonido, instalaciones, performance…y su corpus creativo se ha centrado en convertir al público en un elemento activo de la obra, interviniendo, tocando, produciendo, formando parte del resultado final.
Y es que al final todo resulta tan paradójico como que Ono se quedase de lado, la conocida por ser pareja del famoso, cuando realmente ella ya lo era antes que él y llevaba, por cierto, mucho tiempo trabajando. De hecho, cuando se busca a Yoko Ono en la Wikipedia en español esta es su presentación:
“Yoko Ono es una artista japonesa, conocida por ser la segunda esposa de John Lennon, quien le dedicó parte de su trabajo. Ambos se casaron en Gibraltar el 20 de marzo de 1969”.
Bochornoso. Me recuerda esto a Louise Bourgeois, que vio reconocido, al fin, su trabajo con una exposición en el templo que marca el reconocimiento máximo, el MoMA, en 1982. Bourgeois tenía 74 años (y por cierto, la comisaria fue Deborah Wye, feminista).
Ono inaugura el próximo junio Dream Come True en Argentina, su primera individual en el país (con 83 años); lo hace en el MALBA, uno de los museos con más reconocimiento internacional. Parece, efectivamente, un sueño cumplido y para la ocasión ha convocado a mujeres que hayan sufrido algún tipo de violencia sólo por el hecho de ser mujeres. La obra final se compondrá con las fotos de los ojos de estas mujeres, que envían también un pequeño testimonio personal, de manera anónima. Arising (Resurgiendo), que es como se va a llamar la instalación, se convierte en un grito visual sin nombre concreto pero con el nombre de todas, una mirada directa, dura, sin concesiones, para mirar a los ojos a la violencia contra ellas.
La artista ha trabajado desde siempre con el feminismo en su creación, como aquella performance de 1965 donde el público le cortaba la ropa con unas tijeras hasta dejarla desnuda. Ella, sentada en el suelo, espera a que se acerquen y, uno tras otro, van cortándole la ropa hasta dejarla sin nada. Su incomodidad se palpa a medida que pasan los minutos.
Tras más de 50 años trabajando, parece que aún falta mucho camino por andar y muchas ideas por deconstruir. El siempre necesario feminismo en cualquier campo de pensamiento, parece no menos necesario en el del arte. De momento celebremos a Yoko Ono en Buenos Aires y reclamemos para ella una visión más justa de su trabajo y de su persona. Después, ya vendrán muchas más.
Yoko Ono. Cut Piece, 1965.