Una de las asignaturas pendientes del cine, tanto del dentro como el de fuera de nuestras fronteras, sigue siendo las historias de mujeres. Sobre todo en el epígrafe de películas que aborden con profundidad y con cierto rigor las relaciones entre mujeres (madres/hijas, amigas, hermanas, etc.). Y ya puestas a señalar déficits de las pantallas, no se nos puede olvidar lo complicado que es encontrar narraciones audiovisuales sobre mujeres que no abdiquen ante el uso de los manidos estereotipos femeninos.
No es cierto que se pueda argumentar algo similar con el resto de historias cinematográficas protagonizadas por varones que, a diferencia, son los largometrajes que habitualmente ocupan la totalidad de la cartelera. Aunque también sabemos que las películas o series televisivas que cuentan las historias de las relaciones entre los hombres y que quedan después de ser filtradas en la rejilla de las llamadas películas de acción (dicho de manera eufemística, porque en realidad lo que debieran decir es violencia) son comparativamente insignificantes, pero aún con todo sin punto de comparación con la escasez de las historias sobre mujeres. Sin duda, en el caso masculino, este déficit comparativo ha comenzado a resolverse a grandes zancadas pues la industria hollywoodiense promueve sin miramientos y con sumo gusto el incuestionable protagonismo varonil, trate de lo que trate, solo hay que ver, por ejemplo, las costosas apuestas de series televisivas como Mad Men o Better Call Saul, que, por otro lado, han tenido un éxito rotundo. Series que a los críticos del audiovisual les gusta referenciar como “en las que no pasa nada”, suponemos que en contraposición al hegemónico género de acción (violencia). En realidad de lo que tratan (nada más y nada menos) es del plano de la inter-subjetividad de las relaciones masculinas (tensiones, conflictos, sentimientos, traumas, etc.), pero parece ser que eso no da para emocionarse.
Un caso singular y raro en nuestras pantallas es Mustang, la película turca de la cineasta Deniz Gamze Ergüven y último premio Goya a la Mejor película europea, es una historia de mujeres y que a su vez retrata las relaciones entre mujeres. Afortunadamente y de una manera “natural”, la directora no se deja arrastrar por el relato facilón de los estereotipos al uso donde, por ejemplo, las jóvenes e inocentes adolescentes son presas de madres, abuelas o tías malvadas que las persiguen y encierran hasta convertirlas en mujeres comme il faut. La cineasta, por el contrario, consigue soslayar esos consabidos clichés justamente profundizando en los vínculos entre los personajes y sobre todo permitiendo la no ocultación de ninguna de las dimensiones existentes de las relaciones entre mujeres. En concreto, me refiero a la dimensión mediada por el poder patriarcal -casi siempre invisible para las propias interesadas por mor de su eficacia-, en este caso, se muestra en el film de manera explícita a través de la figura del tío de las cinco chicas.
Mustang narra en detalle cómo se desarrollan las prácticas sociales de la dominación masculina de la sociedad turca. Facilita seguir con minuciosidad el funcionamiento absoluto del control y de la represión, es decir, su puesta en práctica mediante normas, rituales y fórmulas de sanción. Pero, ojo, la directora turca no se conforma mostrando sólo este estrato y va más allá revelando cómo estas normas que coartan la libertad de las mujeres son ampliamente burladas –no sin dificultad y dolor- por las protagonistas. Parece que quisiera dar cuenta del dictado foucaultiano: todo acto de poder trae consigo un acto de resistencia. Los candados en armarios y puertas serán descerrajados al primer descuido; las prácticas sexuales no se cegarán ante la invocación cultural de la virginidad del himen pues existen otras zonas erógenas para el goce erótico; ni tampoco habrá muros lo suficientemente altos, ni enrejados tan perfectos que puedan detener la huida de las adolescentes. Como también sostiene Foucault: la resistencia no es la imagen invertida del poder, es como el poder, “tan inventiva, tan móvil, tan productiva como él” y, por supuesto, la directora se recrea y nos hace disfrutar de la imaginación femenina frente a la represión patriarcal. La resistencia frente a todo poder es, y ha sido, el banderín de unión de las mujeres al feminismo: no queremos ser víctimas queremos ser dueñas de nuestro propio destino. Definir, crear el qué, el cómo y el cuándo de los actos de nuestras vidas.
Parece que quisiera dar cuenta del dictado foucaultiano: todo acto de poder trae consigo un acto de resistencia.
Deniz Gamze elige también una concienzuda metáfora para el título de su historia, Mustang, con lo que además hace gala de su intención claramente feminista. Así, sabemos que se denominan Mustang a los caballos salvajes de Norteamérica. En realidad son caballos cimarrones (animales que se escapan o pierden y que se han readaptado a vivir en la naturaleza), esta palabra proviene del español mesteño con variante mestengo. En español desde el siglo XIII se pasaron a denominar mesteño o mestengo a los animales que no tenían dueño (Wikipedia dixit).
Una advertencia final: las jóvenes feministas tienen –y tuvimos- aún más complicado que los mustang salir del campo de visión del amo, pues no existe un espacio de la naturaleza al que recurrir. No hay paraísos primigenios que reclamar. Es lo que tiene el ser humano, el precio de la razón es la renuncia a una naturaleza no imbuida en la cultura (patriarcal hasta el momento) y además sin elección.
¡Seguimos resistiendo!