Cómo ser feminista de izquierdas y no renunciar en el intento

Beatriz Bonete
Beatriz Bonete
Socióloga e investigadora, especializada en prevención de violencia sexual y de género.
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Capítulo 1: Mi amiga T.

Mi amiga T. es una chica preparadísima y muy comprometida. Desde que la conozco ha estado siempre activa a nivel asociativo y en diferentes movimientos sociales. En los últimos años participa de forma activa en una de los tantos Ganemos que se han formado desde las pasadas elecciones municipales, y está muy implicada en la política local. Siempre ha sido feminista, pero es ahora cuando empieza a sentirse fuerte y cómoda con el concepto como parte sus creencias, de su ideología y su forma de ver la vida y la política.
Es profesora en un colegio, y, cómo no, también dentro del centro libra sus propias batallas entre las que destaca, por supuesto, su defensa radical de la educación pública de calidad. Su profesión, sin embargo, no le impide participar y comprometerse políticamente y dentro de la formación política de la que es parte, trabaja organizando actos, escribiendo comunicados y haciendo una labor invisible y reproductiva inmensa.
Hay mucha gente como mi amiga T. en los partidos políticos. Gente a la que no reconocemos por la calle porque no la hemos visto en la tele o en Internet día tras día, pero que hacen una labor organizativa y de construcción desde dentro tan necesaria para las formaciones como necesario parece ser ahora debatir en un programa de la Sexta o salir en el Hormiguero. La política tiene también su separación de espacios público-privado, también se nutre del trabajo productivo y el reproductivo, también se mueve entre lo visible y lo invisible.
Cuando mi amiga T. dice que ella no se “ve” intentando subir dentro de la formación política de la que forma parte alude a motivos profesionales y a otro tipo de motivos más “ideológicos”. Mi amiga T. sabe que la política desde la base es una política de construcción conjunta, mucho más coherente con sus creencias, mientras que la política desde “arriba” supone  otro tipo de equilibrio entre la teoría y la práctica que comienza, sí,  con argumentarios construidos desde las bases pero que se van ajustando, modelando y moderando, dependiendo del a quién, el cómo y el a dónde se dirijan los mensajes.
Es una evolución comprensible, en cuanto a que se produce de forma paralela a la salida de la política interna al “exterior”,  pero es una evolución que personas con ideología muy definida pueden no entender como “ajustes”, sino como renuncias.  Personas que perciben cómo según se va  subiendo la escalera, lo que pensaban que era “puro” e inamovible, se va, a veces alimentando, a veces contaminando, de interpretaciones, críticas, aclaraciones, matices, retweets y más o menos “likes”.

Capítulo 2: Las renuncias por delante

Esto de las renuncias en política es mejor tenerlo claro desde el principio. No porque te evite en modo alguno de estar con la bilis subiendo y bajando en ciertos momentos, sino porque te hará ser previsora y llevar cajas y cajas de Omeprazol para consumo propio y colectivo, llegado el caso.

Nadie entiende mejor las renuncias a nivel político como las feministas de izquierdas.

Mi amiga T. sabe todo esto porque, como he dicho al principio, además es feminista. Y nadie entiende mejor las renuncias a nivel político como las feministas de izquierdas. Somos expertas en modular expectativas, en esperar a que “sea nuestro turno”. Expertas en “ahora no es el momento, pero lo será”. Expertas en recibir promesas que se cumplen y promesas que no se cumplen. Expertas en intentar colar por todos los medios puntos en el orden del día, consignas,  un “os/as”.
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Que la unión de Izquierda Unida y Podemos se llamara en un primer momento “Unidos Podemos”, es un buen ejemplo de este tipo de renuncias. Elegir un nombre para una coalición de este calibre era un tema importante. Y sin embargo, Iñigo Errejón en Carne Cruda, eludía valorar esta importancia con un balbuceo y una inconcreción y falta de argumentos inauditos en él, diciendo que “es un nombre administrativo, porque tienes que registrar un papel…” (Omeprazol) o “pues no lo sé, yo creo que cuando se registró se puso Unidos Podemos para firmarlo en un papel…” (Omeprazol).

Total, que lo que “realmente importaba” no era el nombre sino que, después de mucho debate, Izquierda Unida y Podemos decidían ir en coalición. Eso sí: con la renuncia de las feministas –a- las –que- se- nos–seca- la–boca- de-decir-que-el lenguaje- importa, por delante.

De unas campañas electorales para acá, se comparan los partidos políticos para ver cómo andan en cuestiones de igualdad de género. Se ponen incluso “notas” dependiendo de variables como el número de propuestas y medidas. Me parece muy buena idea porque al final, es otro elemento de “presión” para que los partidos, al menos programáticamente, tengan que incluir, (no siempre desarrollar y concretar) medidas transversales y medidas específicas en cuestiones de género.
Pero lo que de verdad estaría bien es que toda esta labor de visibilización se complementara con una tarea interna, muy necesaria, en la que se detectaran por qué hay, a nivel general, menos mujeres participando en los partidos políticos y aún menos que “llegan” a puestos de liderazgo y dirección/coordinación. Habrá que detectar si es debido a cuestiones clásicas y no superadas como la falta de tiempo por la imposibilidad de conciliar vida política-laboral-familiar-personal, por una insuficiente promoción interna, o porque dar el salto desde la base de una formación a la parte alta de la estructura sigue implicando renuncias de difícil negociación.

Capítulo 3: Podemos y el test de Bechdel (o si no salen, no existen).

En la película-documental “Política, manual de instrucciones”, de Fernando León de Aranoa, se cuenta cómo surgió y se construyó Podemos como partido, a partir, precisamente, de la participación y el trabajo de muchas personas que no conocemos y a partir de la participación y la actividad pública de los y las que son, hasta el momento, sus caras conocidas y visibles.
En la película, el director hila muy fino para mostrar justamente la relación entre las bases y los/las dirigentes de Podemos en su proceso de constitución como partido.  Pero, claro,  si rascas (y las feministas lo rascamos todo, somos así de puñeteras), siempre encuentras algo.

No hay ni un sólo momento en todo el documental en el que haya dos o más mujeres que hablen entre ellas. (Omeprazol).

Y lo que encontramos es que la película no cumple el test de Bechdel en sus tres puntos. Sí cumple el que salgan más de dos mujeres (minipunto). Sí cumple el que cuando estas mujeres hablan, no hablan sobre hombres (minipunto). Pero en contraposición con todos los momentos grabados de Pablo Iglesias con un grupo de militantes- todo chicos- en sus visitas a Nueva York, o los hombres que esperan en el “camerino” de Vista Alegre, en ningún momento se ve un grupo compuesto sólo, o en su mayoría, por chicas que hablan, discuten o hacen bromas. De hecho, no hay ni un sólo momento en todo el documental en el que haya dos o más mujeres que hablen entre ellas. (Omeprazol).
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Puede ser que Fernando León no se fijara en “eso”. O puede ser que sí, que documentara grupos de trabajo o encuentros en los que sólo aparecieran mujeres del partido, pero que luego se cayeran en el montaje por motivos diversos, probablemente sustentados por la perspectiva de mostrar lo “interesante”, “lo que de verdad importa”. La cuestión es que no salen. Y si no salen, no existen.
Y es necesario que se vea que las mujeres en los partidos, como los hombres, tienen espacios comunes, en los que hablan, debaten y protestan, y espacios propios en los que siguen hablando, debatiendo y protestando. Que se vea que las mujeres de una formación política tienen espacios formales en los que expresarse y decir cosas muy importantes, y espacios informales en los que reírse, bromear y decir cosas que no importan a nadie.

También habrá que reflexionar de forma colectiva sobre el tratamiento que hay que darles a las propuestas de las mujeres dentro de las formaciones.

Habrá que invitar a los partidos, no sólo a Podemos o, en el caso de estas elecciones, a Unidas Podemos, a que hagan esa revisión interna. A que analicen qué dinámicas de participación y promoción se llevan a cabo dentro de la organización para luego ver cómo éstas impactan en la mayor o menor presencia mujeres en las bases y en las cúpulas.
Y por último, también habrá que reflexionar de forma colectiva sobre el tratamiento que hay que darles a las propuestas de las mujeres dentro de las formaciones. Desde dónde se formulan, cómo son recibidas y si, en caso de pasar los filtros y debates necesarios, llegan y se concretan, que se haga con los mínimos ajustes, sin cortes en el montaje y con el menor número de renuncias.
 
 

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