En 1992 tres chicas fueron secuestradas, violadas, torturadas y asesinadas cuando se dirigían a una discoteca en Valencia. Era el caso de “las niñas de Alcasser”, del que se estuvo hablando durante mucho tiempo. Un suceso que ese año conmocionó a todo el país, y que, marcó a toda una generación de niñas, ahora mujeres, que por esa época empezábamos a salir por las noches.
Nos marcó a nosotras pero también a nuestros padres y madres, que si ya de por sí nos iban dando un progresivo permiso para que saliéramos con advertencias de todos los colores, ahora además tenían un ejemplo de lo más evidente al que agarrarse para dejarnos bien claro que teníamos que tener mucho cuidado cuando salíamos a divertirnos por la noche.
Las chicas crecemos aprendiendo miedos. Miedos de situaciones que pueden ocurrirnos por el hecho de que somos chicas. No hay más. Las chicas crecemos aprendiendo a estar alerta. Más de una vez, y más de dos he escuchado a padres que hablan de sus hijas pequeñas, “temiendo” cuando llegue la etapa adolescente, porque “son hombres y saben lo que hay”.
Las chicas crecemos aprendiendo miedos. Miedos de situaciones que pueden ocurrirnos por el hecho de que somos chicas.
Y lo que hay, lo que aprendemos es muy básico. Aprendemos que las noches pueden ser peligrosas. Aprendemos que lo que hacemos por la noche, cuando salimos a divertirnos, puede ser peligroso. Aprendemos que tenemos que estar alerta, tener cuidado de los chicos, de los hombres. No importa si son amigos o desconocidos, si son de nuestra edad o mayores, si tienen “pintas de lo que sea”, o son chicos “normales”. Son chicos, hombres y hay que tener cuidado.
Las chicas crecemos así. Aprendiendo el miedo. Intentando evitarlo.
Las chicas crecemos con el “ten cuidado” y el “no vuelvas sola”. Porque siempre algo te puede pasar. De hecho, pocas son las chicas que he conocido que no hayan vivido, al menos alguna vez en sus vidas, alguna mala experiencia en esas noches en las que sales a divertirte y de pronto te ves envuelta en una de las situaciones imaginarias que tus padres te han dicho y redicho que pueden pasarte, y que al final, te pasan. Algunas las cuentas, las compartes, otras las callas.
Las chicas crecemos y somos educadas en el miedo. Pero también en la vergüenza, y en la culpabilidad de que el peligro está en nosotras, y sobre todo, en nuestro cuerpo.
Un día en un taller de feminismo, comenté cómo aplico la “la perspectiva de género” cuando estoy buscando un piso de alquiler. Siempre a la gente le gusta ver los pisos de día, para valorar la luz que entra en la casa, si es mucha o poca, si es durante el día o por la tarde… A mí me gusta además visitar el piso, la zona, de noche. Quiero evaluar la “seguridad” que me dará cuando vuelva tarde a casa. Si hay suficientes farolas, si es una zona residencial en la que no hay nadie, o si es una zona con bares que puedan estar abiertos.
A mí me gusta además visitar el piso, la zona, de noche. Quiero evaluar la “seguridad” que me dará cuando vuelva tarde a casa.
En ese taller contamos además con la (muy sincera) aportación de varios chicos que contaron su experiencia “desde el otro lado”. Desde el lado de estar volviendo a casa de noche, y ver que hay una chica andando delante de ellos, que de pronto los mira y comienza a aligerar el paso. Uno de ellos contó que él en esas situaciones cambia el ritmo y comienza a andar más lento. Un cambio de ritmo que viene a decir “puedes estar tranquila, que no te voy a hacer nada”. Al hilo de esto, comentaban también la incomodidad que les supone verse y reconocerse como un “potencial peligro”, por el simple hecho de ser varones. No es nada nuevo, de todas formas. Nada que no sepamos, aunque sí que sea algo de lo que se habla poco, sobre todo en entornos masculinos.
Lo que ocurre es que nuestra “educación en el miedo” siempre ha tenido más énfasis en situaciones que impliquen que estemos solas, que sea un ambiente de fiesta (y que haya por tanto alcohol y/o lo que se encarte), y que sea de noche. Así, lo que lleva ocurriendo (de forma pública) de unos años para acá, con toda esta sucesión de noticias y fotos de chicas siendo manoseadas por chicos en los San Fermines contradice estos principios de educación preventiva en ambientes nocturnos.
Esto que ocurre y que tiene tanto eco mediático, nos viene a “re-enseñar” que las chicas no sólo tenemos que temer que sea de noche y que estemos solas, sino que además tenemos que tener cuidado incluso cuando estamos rodeadas de mucha gente, a plena luz del día.
Las mujeres no sólo sentimos miedo ante todas estas situaciones que primero aprendemos y luego sabemos, que nos pueden pasar. Cuando somos objeto de experiencias similares a las que han vivido muchas chicas en San Fermines, además de sentirnos agredidas y degradadas, nos da mucho asco.
Cuando somos objeto de experiencias similares a las que han vivido muchas chicas en San Fermines, además de sentirnos agredidas y degradadas, nos da mucho asco.
Da mucho asco pasar delante de un grupo de chicos y aguantar comentarios absolutamente obscenos de “cosas que te harían”.
Da mucho asco además que cuando les insultas tú a ellos, o directamente pasas (no porque no quieras insultarlos sino porque si vas sola siempre piensas que es mejor callar y no provocar ninguna situación en la que porque vas sola y eres chica puedes salir perdiendo, y mucho), te digan que “encima que te están diciendo algo bonito”…
Da mucho asco esperar en una cola en la que hay mucha gente y sentir de pronto que el chico que está detrás de ti se te pega innecesariamente.
Da mucho asco que te toquen cuando tú no quieres que te toquen, donde tú no quieres que te toquen (donde no pueden tocarte sin tu consentimiento), quién no quieres (ni tiene derecho alguno) a hacerlo.
Las chicas somos educadas de forma preventiva respecto a cómo tenemos que manejar y evitar situaciones peligrosas que impliquen a varones potencialmente agresores. Pero la pregunta que queda siempre en el limbo es ¿bajo qué principios preventivos educan a los hombres?
La conclusión puede que se reduzca a la utilización de una estrategia tan sofisticada como retrógrada por parte de ciertos varones, para demostrar que el espacio público sigue siendo “cosa de hombres”. Pero quiero creer también que todo este revuelo mediático por lo que ocurre en San Fermines, y en otras fiestas locales, ferias, etc. es una señal de que ya vamos reconociendo lo que es una agresión sexual, que tiene que denunciarse y, por supuesto, prevenirse.
Mientras tanto, las chicas seguiremos con nuestra alerta (aprendida y reaprendida) activada, agradeciendo la conciencia y la intención de esos chicos que deciden “cambiar el ritmo”.