Leí hace unos días con estupor la noticia que en el Museo Picasso de Málaga una madre, que estaba amamantando a su bebé, fue invitada a abandonar dicho lugar. Lo asimilo con absoluto desconcierto, porque pensé que a estas alturas de la película esto ya no ocurriría. Sin embargo, parece que no es así, dependiendo, claro está, del lugar, o más bien, del encargado de regentarlo.
Estos días, por las redes sociales, circula también una reflexión sobre este tema, exponiendo que ninguna mujer debiera amamantar a su bebé en un baño público porque nadie come en uno. ¿Entonces por qué una madre y su hijo sí? No es lo mismo una sala adaptada a la lactancia, y al uso específico de ella, a un baño; ni mucho menos, por muy limpio y aseado que esté. No es el lugar adecuado.
Cuando alguien se molesta en ver dar el pecho a un bebé, es la mujer, la madre, la que debe sentirse ofendida y discriminada.
En mi caso, amamanté a mis dos hijas allá donde estuviera sin ningún problema, en una cafetería, restaurante, museo, en un parque. Se trata de normalizar lo que ya es por sí mismo algo natural, y quien se sorprenda o escandalice ante este hecho tiene un problema, no las mujeres que lo practican. También tengo que reconocer que a mí nunca nadie me ha invitado a irme de ningún sitio y sólo he recibido comprensión y cariño, pero también sé, por muchas otras mujeres, que su experiencia no ha sido así.
Cualquier mujer tiene el derecho de dar de comer a su bebé en cualquier establecimiento y por supuesto de entrar en cualquier lugar, como el resto de los usuarios.
Si queremos defender la lactancia materna, cada mujer tiene el derecho de decidir si dar el pecho o no, y en caso afirmativo debe imperar el derecho a hacerlo en lugares públicos sin que vuelva La Santa Inquisición.
Por si alguien recurre al famoso “derecho de admisión”, Ley 17/1997 de 4 de Julio, art. 24.2, en el texto, viene especificado que este derecho no podrá ser utilizado para restringir el acceso de manera arbitraria o discriminatoria, por lo cual, “no ha lugar” de ninguna de las maneras. Una madre amamantando a su bebé tampoco impide el desarrollo de ninguna actividad en dichos lugares, ni debe molestar su presencia.
También podemos añadir a la lista de derechos que nos ampara, la de los niños de Unicef de 1989, donde en el art. 24.2 e, donde destacan los beneficios de la lactancia materna, la higiene y la nutrición de éstos, por lo cual, un baño no creo que se adapte a tales requisitos.
Realmente lo que una madre debería recibir en estos casos no es intransigencia, incomprensión y malas miradas, sino admiración, cariño y simpatía por adaptar a su vida la de su bebé.
Por tanto, si queremos defender la lactancia materna y a quien decida realizarla, debemos también controlar y apoyar que se pueda hacer sin ningún tipo de obstáculo ni discriminación, y a mi modo de ver ofensivos para las mujeres y madres.
En estos casos, como en muchos otros, la madre naturaleza nos ha obsequiado con ello, por lo que si decidimos esta práctica, nadie más puede hacerlo por nosotras. Es nuestro derecho y nuestro deber seguir luchando para que en todos los trabajos existan salas de este tipo adecuadas a que la mujer concilie su vida laboral y la de sus bebés en períodos de lactancia. Porque esta incomprensión de una parte de nuestra sociedad, puede dar lugar a que muchas mujeres, para no desaparecer de la vida laboral e incluso social, se vean “obligadas” a renunciar a amamantar a sus hijos, aun deseándolo. Tenemos que defender un feminismo que consiga una sociedad donde se valore la maternidad en su justa medida, y que dé un paso más y feminicemos la sociedad y no masculinizar a la mujer; siempre hablando, por supuesto, de aquellas que así lo decidan.
Una sociedad donde la mujer no esté obligada a ser madre si no quiere y también donde la que lo decida pueda serlo plenamente con todos los apoyos y recursos que necesite.
Mujeres, madres y libres
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