El fútbol es un deporte inglés de origen aristocrático que en parte debido a una estética de la imitación de las clases altas por parte de las clases media y obrera, acabará por convertirse en un deporte popular. Hacia los años veinte, el fútbol empieza a instalarse en diversos países europeos como un deporte de importancia. Ha transcurrido un siglo y más que un deporte el fútbol adquiere las dimensiones de una herramienta al servicio de los estados, así como un lugar de corrupción del capital.
A la dimensión deportiva se añadirá una dimensión comercial y nacional que incluso en los procesos de descolonización permitirá componer las nuevas identidades nacionales por identificación con el equipo. Los derechos pagados por los canales de televisión no han cesado de aumentar desde los años noventa del siglo XX, cuando grupos de la televisión privada invierten sumas cada vez más importantes en el fútbol, de tal modo que a partir del año 2000 la FIFA se convierte en una empresa con presupuestos fabulosos. Pero la FIFA es algo más que un negocio exitoso porque por un lado pretende organizar el fútbol a nivel internacional, pero por otro lado se inclina hacia determinados países y asume un componente político.
La FIFA es algo más que un negocio exitoso porque por un lado pretende organizar el fútbol a nivel internacional, pero por otro lado se inclina hacia determinados países y asume un componente político.
El fútbol es a la vez un objeto deportivo y un objeto político. La fiebre nacional se encarna en los colores de la camiseta del equipo, pero de modo muy contradictorio, pues los equipos son completamente transnacionales, con jugadores de diversos orígenes, que paradójicamente no encarnan la diversidad cultural y humana sino el orgullo nacional de un país, y la elección de la masculinidad para encarnarlo.
La utilización nacionalista del fútbol fue algo que ya percibió Benito Mussolini cuando en los años treinta glorificaba su poder por las victorias del equipo nacional, comprendiendo así que el fútbol vehiculaba los mismos mensajes que él mismo quería dar a la población.
La significación patriótica y nacionalista del fútbol se observa de manera especial en toda la geografía española, una significación que se canaliza sin trabas en un país que tiene los mejores equipos del mundo, entre otras razones porque directa o indirectamente ha recibido innumerables subvenciones a través de políticas públicas –se dice que parte de las tramas corruptas de la “política del ladrillo” se gestaban en las tribunas de honor que los políticos locales compraban en los estadios-. Así, la contraposición más visible, Barcelona-Madrid, es más política que deportiva porque los dos equipos canalizan los sentimientos patriótico-nacionalistas.
Si el fútbol transmite los mensajes que el poder político y económico quiere dar a la población, podría significar la omnipresencia de la masculinidad en los espacios del poder.
Si el fútbol transmite los mensajes que el poder político y económico quiere dar a la población, la omnipresencia social y simbólica que en el cambio de milenio va adquiriendo el fútbol, un lugar exclusivamente masculino que no permite mujeres en el terreno de juego, podría significar la omnipresencia de la masculinidad en los espacios del poder, cuando no la puesta en práctica de mecanismos invisibles de exclusión.
Y entonces esa minoría de mujeres presente en los espacios de la cúspide del poder político, económico y cultural, serían tan solo el equivalente de esa minoría de meras espectadoras que en las gradas de los estadios observan los juegos épicos que la masculinidad desarrolla en el césped.