La semana pasada vi la última película del magnífico director italiano Nanni Moretti, Mia madre. A pesar de un insoportable personaje encarnado por John Turturro, y como me ocurre con otras películas de Moretti, su película me regaló unos cuantos momentos memorables con un combinación poco común de dulzura, tristeza y reflexividad. La protagonista debe enfrentarse a la enfermedad y muerte de su madre, una profesora de latín, a la que muchos de sus estudiantes adoraron y a la que habría sido una delicia conocer en la vida real. Una de las preguntas que se hace Moretti es dónde quedan “las horas pasadas”, “los años pasados”, de una persona amada, además admirable, cuándo deja de existir. Se trata, claro, de una pregunta retórica para lamentar la pérdida para siempre de tantas horas vividas, de tanta vida pensada y sentida.
El 15 de agosto del año pasado murió repentinamente el escritor Rafael Chirbes (1949-2015) debido a un cáncer de pulmón fulminante. De origen valenciano, consiguió a la vez grandes elogios de la crítica y el éxito de ventas con sus dos últimas novelas, Crematorio (2007) y En la orilla (2013), que precisamente retratan la burbuja inmobiliaria en la costa levantina y la España que la hizo posible. Las consecuencias de los excesos allí y en el resto de España han sido primero una crisis económica terrible y, poco después, una pérdida importante de derechos laborales, sociales y políticos a causa de leyes y medidas implantadas por el gobierno español y el gobierno europeo, o quizá deberíamos decir alemán.
No sé cómo evolucionará la obra de este escritor en la Historia de la literatura española de los tiempos venideros, pero la primera reacción que tuve ante su muerte fue de tristeza, imaginando sus últimos días abocado a dejar de existir. Después lamenté que el grandísimo escritor en el que se había convertido ya no pudiera seguir creando. Murió con sesenta y siete años, probablemente le quedaban algunas novelas que escribir. Novelas excelentes quizá. Fue un escritor que siguió la tradición iniciada por el gran contador de historias e Historia de España que fue Benito Pérez Galdós. Chirbes mismo tenía en gran aprecio a Pérez Galdós, aunque sus críticas de la sociedad española siempre sonaron más desesperanzadas y dolorosas, en cierto modo más cercanas a Pío Baroja. En cualquier caso, creo que lamento más las horas que en años próximos no podrá darnos a quienes leemos, de manera egoísta seguramente, pero también rindiendo tributo a la capacidad de crear de los grandes escritores y escritoras y así trascender los plazos y huecos en sus vidas.
Los personajes principales nos cuentan sus recuerdos de la resistencia antifranquista, la Transición y la España democrática. Unos tiempos y otros dejan irremediablemente para los personajes de Chirbes un reguero de sueños rotos, traiciones propias y una enorme decepción.
En los últimos años distintas voces en la cultura española han repetido la idea de que a través de las novelas citadas, Crematorio y En la orilla, Chirbes había retratado como nadie la España de la crisis económica, con sus efectos y sus porqués, desde el recuento paulatino de su origen y vaivenes históricos hasta llegar al presente inmediato. Padres o abuelos de los protagonistas nos traen noticia de la España revolucionaria antes y después de la Guerra Civil, así como los años de dictadura. A su vez, los personajes principales nos cuentan sus recuerdos de la resistencia antifranquista, la Transición y la España democrática. Unos tiempos y otros dejan irremediablemente para los personajes de Chirbes un reguero de sueños rotos, traiciones propias y una enorme decepción. Si bien decía la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, que los políticos, se supone honrados, tienen la obligación de ser optimistas, no ocurre lo mismo con los y las novelistas, que, como se sabe, pueden ser monstruosamente oscuros sin que ello determine su calidad. El pesimismo de Chirbes es una mirada posible, cuidadosa y sutilmente motivada.
El pesimismo de Chirbes es una mirada posible, cuidadosa y sutilmente motivada.
Con anterioridad a estas novelas, Chirbes ya tenía cierto prestigio para algunos de sus colegas escritores —Carmen Martín Gaite, Álvaro Pombo— y ciertos críticos literarios. Se apreciaba su trilogía de novelas sobre el siglo XX español, La larga marcha (1996), La caída de Madrid (2000) y Los viejos amigos (2003), pero tanto con estas obras como las anteriores se trataba de un periodo histórico, los años noventa, poco propicio a la novela realista que además incluyera la crítica social o política. Los gustos y tendencias empezaron a cambiar en la producción cultural española precisamente a principios del nuevo siglo, mientras Chirbes ya empezaba a adquirir un prestigio considerable en los círculos literarios. Canal Plus estrenó una miniserie televisiva de Crematorio muy alabada por el público y la crítica en el año 2011, que le dio al escritor aun mayor presencia. Esto vino a reforzar el peso que cobró Chirbes en el mundo de la cultura, ejemplificado en el Premio Nacional de la Crítica que recibieron tanto Crematorio como En la orilla y, finalmente, el Premio Nacional de Narrativa en 2014 con la última de estas novelas.
Mi impresión es que efectivamente (Crematorio y En la orilla) pasarán a la historia como el mejor retrato de la España que condujo a la crisis económica, un segmento social que sigue conservando el poder institucional y financiero en buena medida.
Tras analizar estas dos últimas novelas, mi impresión es que efectivamente pasarán a la historia como el mejor retrato de la España que condujo a la crisis económica, un segmento social que sigue conservando el poder institucional y financiero en buena medida. En España vemos un día tras otro en la noticias personajes similares a los descritos por Chirbes, prepotentes y avariciosos triunfadores del campo de la política o los negocios descubiertos en una larga cadena de sobornos, robos de dinero público y evasión de capitales. En el fondo, todos ellos son chulos de playa, algunos aparentemente sofisticados, otros, sempiternos horteras, pero todos ellos en permanente lucha por ser el macho que a todos y todas supera. Así es el constructor Bartomeu en Crematorio y también el Esteban de En la orilla, dueño de un pequeño negocio, pero igualmente deseoso de ser más que los otros y, de este modo, necesario cómplice e inversor en la especulación inmobiliaria.
Todos ellos son chulos de playa, algunos aparentemente sofisticados, otros, sempiternos horteras, pero todos ellos en permanente lucha por ser el macho que a todos y todas supera.
También debo decir que con Chirbes me pasa como cuando leo las secciones de opinión o de cultura en los periódicos y veo la escasez o ausencia de colaboradoras o creadoras. Como soy mujer, yo también permanezco año tras año ausente en esos discursos. En el caso de Chirbes, esas ausencias van más allá de la mera presencia femenina. Hay una abundante presencia de personajes femeninos y masculinos en sus novelas, que además abarcan generaciones y escenarios con múltiples capas y perspectivas. Aún mejor, sus relatos tienen la valiosa cualidad de comprometerse con los lectores y la sociedad española en la que le tocó vivir, incitándonos convincentemente a ejercer también la crítica. Sin embargo, la sociedad que describe Chirbes es abrumadoramente machista y compulsivamente heterosexual. Eso también incluye a sus personajes homosexuales, que en poco desafían esos papeles masculinos de dominación. Así que hombres y mujeres que pongan en cuestión este sistema de valores conformado a finales del siglo XIX, con pequeñas modificaciones en el XX, no tienen cabida en su recuento. Aún más, esta sociedad de predadores, ahora en pleno disfrute del capitalismo global, es descrita por Chirbes desde un profundo y razonadísimo pesimismo, con lo que los sujetos y sociedades alternativas, no solo no existen sino que no existirán.
La sociedad que describe Chirbes es abrumadoramente machista y compulsivamente heterosexual. Eso también incluye a sus personajes homosexuales, que en poco desafían esos papeles masculinos de dominación.
Esta última crítica sirve de advertencia para todos los que nos sintamos tentados a encumbrar a este escritor a luminaria noventayochista. Precisamente ya la crítica puso en evidencia las carencias y limitaciones de la España “esencial” descrita por la generación del 98, castellanófila y marcadamente masculina y burguesa. Los silencios importan. Sin embargo y, para terminar, la complejidad e inteligencia de Chirbes sí nos deja una mirada que con inesperada frecuencia nos enfrenta a nuestras peores y cotidianas miserias sociales. Probablemente eso es suficiente.