Hay términos que van estando en las conversaciones cotidianas y antes no estaban, o no tanto, o no sin un silencio incómodo, o un runrún, o un nosesabequédecir. Desde 2011 ocurrió con la palabra “política”. Que sí, que se usaría en muchas casas, pero había una gran mayoría en las que no (y “en la mesa no se habla de política” era una frase hecha por algo, o para algo). La relación cotidiana que tenemos con la palabra “feminismo” pienso que también ha mutado. Que ya no lleva tanta rareza encima (y difícilmente cuando Beyoncé sale con el rótulo luminoso “Feminist” en sus conciertos). Y algo que también escuchamos mucho es eso de “feminizar la política”. Te despistas y lo dicen hasta los más casposos tertulianos. Cierto que lo usan como cita, como quien recrea un eco. Pero ya está asentado en el debate de andar por casa. Parece, además, que es algo que agrada. Hay un imaginario colectivo al que le gustan las formas de Colau, de Carmena, de Oltra. Lo que ocurre es que al rascar, quizás tan sólo estemos, en muchos casos ante una capa de esmalte. Y las contradicciones, a los esmaltes, les sientan fatal. Y saltan.
Y algo que también escuchamos mucho es eso de “feminizar la política”. Te despistas y lo dicen hasta los más casposos tertulianos.
Pienso en la entrevista que esta semana, en plena campaña, hacía Pepa Bueno en La Ser a Pili Zabala. El tono estaba muy alejado de la sororidad, pero Zabala respondía con calma, sin entrar en los tonos que buscan provocar, sin jugar a esa retórica tan propia de lo electoral, en la que hay que acabar demostrando una energía de puñetazo en la mesa. No lo hubo, no hubo ni intención de puñetazo en la mesa. Ni un “somos mejores”, ni ninguna aseveración de liderazgo tan propio del patriarcado y que nada tendría con esa idea de “feminizar la política”. Después los tertulianos le reprocharon justo eso: la falta de firmeza, de contundencia, de imposición.
Igual que en la crítica literaria se adjetiva diferente a la obra de un autor que a la de una autora (cuántas veces un autor que se expresa con clarividencia es “brillante”, cuántas veces una autora que se expresa con clarividencia es “sencilla y natural”) en la crítica política -o lo que se que hacen los opinólogos de plató- se cae en eso mismo. Un varón que no entra al trapo es cercano, afable, inteligente por no haber entrado ahí, haber sorteado el fango. A una mujer que no entra al trapo le falta fuerza, contundencia, energía. Le falta liderazgo.
Ya no es sólo que hayamos construido sobre unos principios patriarcales el concepto de liderazgo (admitiendo excepciones de hombres que pueden llegar a tener “otro estilo”), sino que incluso cuando estéticamente valoramos la presencia y las formas que pueden venir fuera de ese patriarcado, en voces de mujeres, al final se busca a señoras con bigote y golpetazo en la mesa.
No gastemos las palabras de tanto usarlas mal. “Feminizar la política”, o como quiera decirse, tiene que ver con que no esperemos a dirigentes de voz en grito y “yo tengo la razón absoluta”.
Que a una mujer como Pili Zabala, que está haciendo una digna e ilusionante campaña, le afeen que le falta contundencia o fuerza, es no entender qué significa hablar desde otro sitio, hacer política de otra forma. Que a alguien que muestra con un silencio, y con la voz, tanta fortaleza y tanta decencia de pueblo decente ante un poder absolutamente indecente, le achaquen poca determinación, es no haber entendido nada.
No por ser mujer una periodista va a ser feminista, entender qué importancia tiene la sororidad o poseer la autoconciencia de qué significa seguir en la frontera en la que la sociedad insistentemente nos coloca. Haber llegado a donde se está con el machete entre los dientes no tiene tanto de triunfo como de tara social, de cuestión a cambiar con urgencia.
No gastemos las palabras de tanto usarlas mal. “Feminizar la política”, o como quiera decirse, tiene que ver con que no esperemos a dirigentes de voz en grito y “yo tengo la razón absoluta”. Tiene que ver con escuchar, con preguntar (en un mundo de tertulias televisivas donde todos quieren hablar, qué poco se valora a quien escucha, a quien pregunta, qué debil parece). Tiene que ver con aprender incansablemente, con hablar desde el respeto -porque queremos una sociedad que respete- pero sin dejarnos regatear ni una sola de nuestras certezas y compromisos. El domingo veremos qué piensa el pueblo vasco sobre esta manera de hacer, que tiene que ver con la idea de colectivo, la de pueblo, con colocar a las personas en el eje, con la igualdad radical de las personas por las que desde su origen ha peleado, y pelea, el feminismo.