Cuando estoy en París, asisto a menudo a reposiciones de películas más o menos “antiguas”. Me gustaría comentar tres.
1. Full Monty (Peter Cattaneo, 1996).
No la había visto en su día. Diré en plan telegrama (o sea, yendo a lo esencial, sin pararme en otras cuestiones que también serían dignas de comentar): me sorprende, una vez más, lo que se gustan y se enternecen los hombres a sí mismos y unos a otros. Cómo se respetan, cómo valoran su diversidad, sus debilidades, sus fortalezas…
Problema: a las mujeres no nos ven. Quedamos, pues, siempre relegadas a personajes secundarios, meras espectadoras que aplauden sus proezas. Y problema añadido: nosotras no realizamos casi cine y (o quizá por eso) no somos aún capaces de contarnos a nosotras mismas con tanto aplomo, convicción y naturalidad. Y sería muy necesario hacerlo a fin de equilibrar un poco la balanza.
Nosotras no realizamos casi cine y (o quizá por eso) no somos aún capaces de contarnos a nosotras mismas con tanto aplomo, convicción y naturalidad.
Sí, ya sé que, como consecuencia del éxito de esta película, se filmaron otras, tipo Las chicas del calendario (Nigel Cole, 2013) pero, aunque parezca lo contrario, Las chicas del calendario y Full Monty, tienen poco que ver. Pensad en ello quienes conozcáis ambas.
2. Tootsie (Sydney Pollack, 1983).
Tampoco la había visto en su día. Otra peli donde los hombres se cuentan a sí mismos. Y vuelvo a insistir, no es que me parezca mal. Lo que me parece mal y catastrófico es que nosotras tengamos tan pocas oportunidades de hacer lo mismo. Pero lo que más me llama la atención de este film es su mensaje de fondo: para ser mujer estupenda (estupenda, no de guapura –esa sigue siendo nuestra especialidad- sino mentalmente estupenda) hay que ser hombre. Y, a ver, en cierta manera es verdad que un hombre -educado en la confianza en sí mismo, en la no sumisión, en la reivindicación de sus deseos, en la independencia- puesto en la situación de una mujer, reaccionaría airado porque soportaría difícilmente el sometimiento, no podría integrarlo ni vivirlo con la naturalidad con la que lo viven tantas mujeres. Eso lo tengo claro. Y, de hecho, como decía un amigo mío hace muchos años: sería estupendo que, en vez de hacer la mili (entonces se hacía la mili…) pudiésemos, durante un año, convertirnos en alguien del otro sexo (y, por lo tanto del otro género). Este amigo no hablaba de “travestirse” sino de ser, de pertenecer realmente al otro género. Una lástima que la ciencia no lo permita. Creo que vivir como mujer durante un tiempo minaría la ideología machista de no pocos hombres. Y para muchas mujeres la experiencia de sentirse empoderadas y consideradas (al menos más de lo que lo están), la percepción de moverse con seguridad, de tener tiempo para sí, de ir por el mundo sin que nadie les “mida” los kilos, las tetas, el agrado, etc. les cambiaría la vida.
Creo que vivir como mujer durante un tiempo minaría la ideología machista de no pocos hombres.
Y que conste (es un inciso), que para mí, feminista, el objetivo no consiste en que podamos migrar a otro sexo/género sino que nos carguemos ese sistema binario en el que vivimos porque nos encierra en un insoportable corsé. Mi horizonte utópico consiste en que cada persona sea reconocida como ser distinto e irrepetible, no categorizado ni limitado por sus genitales.
Pero volviendo a Tootsie: un mansplaining en toda regla. O sea: menos mal que llega el personaje de Hoffman para alumbrar e iluminar a las mujeres. Y lo hace la mar de bien. Otra cosa muy distinta sería si una agria y amargada feminista viniera a incordiar y a decir a sus iguales que no deben soportar ni toqueteos, ni ninguneos, ni abusos. Pero si lo hace un hombre ¡oh!
Y, luego, como está mandado, final feliz: primero pacto entre varones: el personaje de Dustin Hoffman se reconcilia con el padre de Jessica Lange pues, para acceder a la chica, ha de tener el visto bueno del varón al que moralmente ella pertenece (esto es un clásico, pero clásico, clásico, clásico, verbi gratia, en Crepúsculo).
Una vez obtenida esa aprobación, pactada la alianza y conquistada la complicidad entre los dos hombres, el protagonista ya puede ir a por Lange con la que formará la pareja perfecta: ella aporta guapura, un agradable grado de ingenuidad y candor, unos deseos sin mácula de que él la ilumine y la lleve por la buena senda y un saber hacer con los niños (porque un varón, por travestido que esté, no deja de ser un hombre, o sea, un ser incapaz por naturaleza de manejarse con una criatura). Fuera del negociado de la cría de la prole, él aporta la sabiduría, la base sólida sin la cual ella, incapaz de gobernar su vida, quedaría a merced de cualquier chuleta mujeriego.
3. Hairspray (Adam Shankman, 2007).
Es una excelente comedia musical (las otras dos tampoco son mal cine pero esta es mejor). Ya la había visto en su día y ahora la volví a ver con gran placer, cosa que no pasa con frecuencia. El guión, el ritmo, las coreografías, el vestuario, los actores son buenísimos. Y, por supuesto, comulgo totalmente con su mensaje antirracista y anti tiranía-de-cuerpos-modélicos. Pero, en fin, no deja de irritarme que los personajes que encarnan la cerrazón, la intolerancia, la arbitrariedad, la sandez humana sean mujeres. Cierto que las mujeres ocupan la primera línea en el combate de “los buenos” pero en sus filas también hay hombres. Por el contrario, las estúpidas fanáticas reaccionarias son dos mujeres (y los hombres “malos” simplemente son unos “mandaos”).
Conclusión: Lo curioso de estas tres pelis que comento es que no son reaccionarias. Sostienen, aunque en diversos grados, posiciones atrevidas, innovadoras. Las tres encierran mensajes progresistas. Lo cual hace más patente el hecho de que “lo nuestro”, lo que afecta a las mujeres, es el terreno donde la injusticia, la cerrazón mental, están más arraigadas y son más duras de combatir.
Pero, ánimo, feministas del mundo ¡lo vamos a conseguir!