Carmen Molina, Marta Santos y Cristina Rodríguez Armigen (Afiliadas de EQUO)
Las mujeres y lo que nos concierne somos parte integrante del pasado y del presente colectivo, pero sobre todo somos hacedoras de futuro. Los hombres tienen en cuanto a protagonismo y responsabilidad, la misma contribución real a la historia, no más pese a que de nosotras se olvidan constantemente en los libros y en las estadísticas. Y si hay una realidad donde las mujeres hemos sido invisibilizadas pertinazmente hasta ahora, esa realidad es la de los espacios rurales, la de las explotaciones agrícolas y ganaderas.
Sin embargo, el feminismo, que va aportando luz a los rincones más oscuros, también está iluminando la realidad de la mujer rural. Desde la jungla del asfalto urbano rara vez pensamos en las gentes del campo como personas abandonadas por parte de los poderes públicos. Solemos pensar que disfrutan de tiempo, que disfrutan de relaciones satisfactorias y que tiene al alcance de su mano el acceso a productos de calidad, que para las gentes de la ciudad son prohibitivos. Pero la realidad es que las gentes que han vinculado su vida al terruño, debido al actual modelo económico tan alejado de los ciclos, ya no alcanzan a disfrutar del cambio de estación y se ven obligadas a abandonar el legado de sabiduría que recibieron de sus antepasadas. La invasión del capitalismo hacia el campo y la apropiación de las multinacionales de los sistemas agroalimentarios han llevado a que millones de campesinas y campesinos se hayan incorporado a un trabajo alienante y embrutecedor en grandes extensiones de terreno, que como ellas también es explotado por encima de sus capacidades, o han acabado siendo desplazadas forzosas en procesos migratorios que empobrecen el mundo rural y desequilibran el hábitat urbano.
El feminismo, que va aportando luz a los rincones más oscuros, también está iluminando la realidad de la mujer rural.
Y en este paisaje de competitividad productiva y de estrés comercial, las mujeres padecen el mayor abandono, a pesar de ser quienes desde el cuidado, sustentan a partes iguales la tierra y la familia.
Las mujeres rurales, mayores, ancianas, jóvenes, niñas, viven sus vidas cargadas de obligaciones, colmadas de trabajo, de molestias, de responsabilidades, de servidumbres…de culturas diferentes, pero compartiendo todas, esos lastres, todas, esos fardos. Con historias y luchas comunes por la vida, por su propia emancipación y la de sus pueblos, sus campos, sus territorios. Afortunadamente, el género ha comenzado a tener significación en la trama de la historia humana; alcanzando poco a poco la categoría de axioma dentro de la investigación histórica y en las propuestas de desarrollo dándonos la oportunidad de comprender de donde viene la discriminación y como se construye, única forma de afrontarla.
Las mujeres rurales, mayores, ancianas, jóvenes, niñas, viven sus vidas cargadas de obligaciones, colmadas de trabajo, de molestias, de responsabilidades, de servidumbres…de culturas diferentes, pero compartiendo todas, esos lastres, todas, esos fardos.
Como afirman en el Manifiesto de las Mujeres de la Vía Campesina: “Unidas ante el imperativo ético y político de defender el derecho a la alimentación, la agricultura campesina, la defensa de la biodiversidad, de nuestros bienes naturales y la lucha por poner fin a la violencia en todas sus expresiones, agudizada ante este sistema económico capitalista y patriarcal.”
Las mujeres del campo, tiene en sus manos, pero no en las escrituras notariales, el futuro de la agricultura, de la soberanía alimentaria y de la conservación de la tierra y de los territorios; y es nuestra tarea sostenerlas en la búsqueda de justicia, de plena igualdad, del reconocimiento de su dignidad.
Desde ese mundo rural, las mujeres hacemos que vibre la vida, con esfuerzo si, con empeño, con constancia, con vehemencia, y con ilusión, con esperanza, con el despertar a la vida pública y a la relevancia de las estrategias políticas y organizativas que vuelven sus ojos al campo como el lugar donde se puede planear un futuro sustentable. Defender a la madre tierra es defendernos a nosotras mismas, y a las personas con las que tejemos redes en nuestros territorios, contra el saqueo y la devastación que provoca el capitalismo, solo preocupado por hacer girar la rueda del mercado, -oferta y demanda- como fin último y absurdo.
Hacer frente a esta realidad del capitalismo desaforado, que nos constriñe a todos, pero que se ceba especialmente en las zonas rurales y más especialmente aún, en esa mitad de la población rural que son las mujeres, constituye uno de los objetivos fundamentales de lucha y reivindicación de sí mismas.
Otro hecho que genera y perpetúa la desigualdad es que, hombres y mujeres no accedan a la propiedad de la tierra en igualdad de condiciones, siendo éste un objetivo fundamental para superar la pobreza y la discriminación. Suponer además, que el acceso a la tierra se debe lograr a través del mercado y como propiedad individual está muy lejos de representar las visiones y aspiraciones de las mujeres rurales y campesinas.
Las mujeres rurales, que son maestras en establecer redes de cooperación, tienen mucho que enseñar al mundo; pero sólo lograremos escuchar su mensaje de sabiduría si somos capaces de cambiar el paradigma de la inmediatez y la individualidad, tan patriarcal, tan irracional, tan provocador de soledades que nos desestabilizan y nos hacen infelices. Como mujeres, como sabedoras de que la vida se teje en comunidad, no podemos olvidar que hemos cargado de deberes los hombros de las mujeres rurales, y es tiempo ya de reclamar al unísono que sus Derechos sean una realidad.
Desde Equo, consideramos imprescindible abordar políticamente la vulnerabilidad específica que conlleva la feminidad en el ámbito rural. Pensamos que tienen que ser las propias mujeres de cada lugar las que hablen y decidan cómo ha de ser su futuro allá donde viven. Las gentes de Equo, queremos ser la voz de estas mujeres rurales en todos los ámbitos donde se nos escucha, y poner el problema de la doble discriminación de la mujer rural de una vez por todas en la agenda política. En lo más alto de la agenda política. Nos va mucho en ello.