Esta mañana, mientras desayunaba y caía en un pozo de pesadumbre por la victoria de Donald Trump en las elecciones americanas, me vino a la cabeza la imagen de una de las películas de mi juventud, “Rescate en Los Ángeles”, que trata sobre una sociedad americana distópica con un presidente de tintes fascistas; esa imagen de un futuro extraño en la principal potencia del mundo nos ha asomado a muchos por nuestras mentes hoy.
Creo hemos vivido una especie de revolución del hombre heterosexual (del género masculino) blanco frente a un mundo que ha cambiado. El propio Trump en su discurso la noche de la victoria electoral lo ha definido como un movimiento.
Creo hemos vivido una especie de revolución del hombre heterosexual (del género masculino) blanco frente a un mundo que ha cambiado.
A partir de hoy debemos acostumbrarnos a escuchar “Presidente Donald Trump” al llamar a este hombre que es, por otro lado, reflejo de los tiempos que nos ha tocado vivir y que en nuestras tierras más cercanas se manifiesta en personas como Marine Le Pen, Erdogan o Putin, personajes que basan sus mensajes en una mezcla de populismo, nacionalismo y ataques contra estructuras antiguas de los partidos tradicionales tutelados por una especie de élite.
Trump ha ganado contra todo pronóstico y toda decisión racional, tras una campaña llena de escándalos, frases explosivas, mensajes misóginos, xenófobos y mítines donde no ha desarrollado exactamente qué quiere para su país. Parece que tras ocho años de un presidente negro era muy difícil de digerir cuatro más de presidencia continuista con una mujer (que por otro lado no ha sabido quitarse la etiqueta de política tradicional).
Como persona gay me preocupa su segundo de abordo, Mike Pence, un declarado homófobo que entre otras cosas ha apoyado eliminar el matrimonio igualitario en Estados Unidos…
Como persona gay me preocupa su segundo de abordo, Mike Pence, un declarado homófobo que entre otras cosas ha apoyado eliminar el matrimonio igualitario en Estados Unidos, firmó una petición para llevar a la cárcel a personas del mismo sexo que pidieran casarse, que ha pedido eliminar los fondos para el SIDA y derivarlos a terapias de conversión (aquellas que supuestamente nos curan a los LGTB), que se opone a que los y las militares de ese país puedan vivir normalmente su sexualidad, y que simpatiza con grupos de presión claramente anti-LGTB entre otras cosas.
Mike Pence, además, votó a favor de la prohibición del aborto, y en contra de los subsidios federales a la investigación con células madre.
La victoria de este tándem parece holgada, y los primeros datos parece que reflejan que consiguió un 29% del voto latino, un 8% del voto afroamericano, un 51% del voto de mujeres blancas con estudios universitarios y un 62% del voto de mujeres blancas sin estudios universitarios, e imagino también un buen puñado de votos de personas LGTB.
¿Cómo es posible esto? Seguramente por una falta de conciencia de clase.
Conciencia de clase es un concepto que define la capacidad de los individuos que conforman una clase social de ser consciente de las relaciones sociales antagónicas -ya sea económicas, políticas, etc.,- de su grupo frente a otros.
Como hombre gay trabajador, padre de un niño y niña negros me preocupa la pérdida de conciencia de clase que hace que nos identifiquemos algunos y algunas de nosotros con modelos que no deberían ser nuestros. Me preocupa especialmente el concepto de familia y como entre los hombres gais hemos asumido con toda nuestra fuerza modelos en los que se prima, para creer ser aceptados por la masa social, un modelo con descendencia con un lazo genético (tras el alquiler de las capacidades reproductoras de las mujeres), un modelo de familia de anuncio de pasta de dientes todos monocolor y felices.
Un día en una fiesta, un conocido gay me recriminó que por personas como yo, no había tomado la decisión de tener hijos por la llamada “gestación subrogada”, por el “escándalo” que estábamos formando. Yo, una vez más, le dije que por qué no optaba por otras formas como la mía, la adopción o el acogimiento familiar, a lo que me contestó que no quería ser señalado por la calle junto a su marido con dos niños negros, porque a simple vista llamarían la atención.
Otra vez, una conocida mía adoptada y que en estos temas es muy sensible me comentó que escuchó como definía un padre gay la adopción como un método de protección a la infancia pero no una manera real de formar una familia.
Es lo que algunos definimos “el familiómetro”, ese que utilizaban los ultra conservadores al aprobar la ley de matrimonio igualitario, y que ahora algunos hombres gais siento que aplican a modelos de familia como la mía.
Veo cómo perdemos nuestra conciencia de clase, nuestro bagaje de lucha, para aceptar que ya formamos parte de esa masa de clase media blanca que muestra fotos perfectas en Instagram…
Veo cómo perdemos nuestra conciencia de clase, nuestro bagaje de lucha, para aceptar que ya formamos parte de esa masa de clase media blanca que muestra fotos perfectas en Instagram, que sube cientos de instantáneas de familia feliz a Facebook, que ya se cree como el resto y que, tal vez si fueran americanos, hubieran votado a Trump porque no se sienten ya de los diferentes.
Puede que a los latinos o mujeres que han votado a Trump les ha pasado con sus respectivas particularidades algo parecido, un “ya no soy inmigrante”, o “yo no tengo techo de cristal”.
Quiero terminar con esta cita:
Primero fueron a por los judíos, y yo no hablé porque no era judío. Después fueron a por los comunistas, y yo no hablé porque no era comunista. Después fueron a por los católicos, y yo no hablé porque era protestante. Después fueron a por mí, y para entonces ya no quedaba nadie que hablara por mí.
Martin Niemöller