Contiene spoilers (¡pero no suficientes como para arruinar la serie a quien no la haya visto!)
Desde el rapto de Lucrecia hasta la Laura Palmer de Twin Peaks, la violación ha estado presente en el arte desde siempre. Sin embargo, como casi siempre en el campo artístico, en esta cuestión importa tanto el tema como la manera de representarlo. En el cine y las series actuales, la violencia sexual contra la mujer es de lo más habitual, pero no aparece precisamente como denuncia: la mayoría de las veces se presenta como excusa para desarrollar una trama violenta, como algo sexualmente estimulante o acompañada de algún atenuante, como el comportamiento de la mujer o el pasado del hombre. Por eso hay que celebrar que se trate este tema sin rodeos, otorgándole la importancia que tiene por sí mismo y dando un espacio de expresión a las víctimas. Esto es lo que sucede, a mi parecer, en Jessica Jones, serie lanzada por Netflix en 2015 con un guión de Melissa Rosenberg adaptado del cómic Alias (Brian Michael Bendis y Michael Gaydos).
Jessica Jones se mueve a caballo entre el género detectivesco y la historia de superhéroes. Los dos géneros son versiones modernas de la épica protagonizadas en su origen por héroes prototípicos de la masculinidad. En el lugar del tradicional héroe masculino, no obstante, aquí encontramos a una heroína que es precisamente una víctima de la violencia machista. Dotada de una fuerza sobrehumana, Jones se gana la vida como detective mientras lidia con las secuelas de una relación de dominación y de abuso sexual con Kilgrave, un hombre que tiene el superpoder de controlar las acciones y los pensamientos de la gente. La trama de la serie se teje alrededor de la lucha de Jones (interpretada por una estupenda Krysten Ritter) y de su mejor amiga Trish contra este último.
En el lugar del tradicional héroe masculino, no obstante, aquí encontramos a una heroína que es precisamente una víctima de la violencia machista.
A nadie se le escapa que el superpoder de Kilgrave es una versión hiperbólica de algo muy real: el poder y, dentro de este, el poder de los hombres sobre las mujeres. Por si cabían dudas, Trish apunta en un momento dado: “Lo de los hombres y el poder es seriamente una enfermedad. Quiero decir, un hombre con superpoderes, pero…”[1]. El guión y la actuación de David Tennant subrayan magníficamente uno de los grandes rasgos del poder, sino el principal: el hecho de que la subjetividad de la víctima no existe para el opresor. Así, a Kilgrave ni se le pasa por la cabeza que lo que hace pueda llamarse “violación” ni muestra un atisbo de compasión o de remordimiento. Personaje con labia y siempre impecablemente vestido, se pasa la serie menospreciando a sus víctimas y rebajando en su discurso el carácter violento y generalmente sádico de sus acciones.
Este último punto se lo reprocha Jessica: si no queremos minimizar el dolor de la víctima, cuando hablamos de violación conviene llamar a las cosas por su nombre. Merece la pena citar el pasaje íntegramente:
Kilgrave: “Solíamos hacer mucho más que tocarnos las manos solamente”.
Jessica: “Sí. Se llama violación”.
Kilgrave: “Qué? Qué parte de estar en hoteles de cinco estrellas, comer en los mejores restaurantes, hacer lo que te daba la real gana es violación?”
Jessica: “La parte en que yo no quería hacer nada de eso! No sólo me violaste físicamente, sino que violaste cada célula de mi cuerpo y cada pensamiento en mi maldita cabeza”[2].
En efecto, la violencia sexual se acompaña de una historia típica de maltrato: disfraz de amor romántico, carácter paternalista, agasajos que pretenden comprar la voluntad de ella, súplicas de perdón y, finalmente, reacción violenta contra la mujer cuando ésta no responde a las demandas. Ni decir cabe que este patrón es el que suele preceder los asesinatos de mujeres a manos de parejas y exparejas. En una de las mejores escenas de la serie, Jones (sempiternamente vestida con tejanos, chaqueta de cuero y botas negras), aparece ataviada con un vestido amarillo que evidentemente Kilgrave le ha obligado a ponerse. La escena ilustra perfectamente lo que hemos venido diciendo: que en la relación entre maltratador/violador y víctima el deseo del primero anula la subjetividad de la última. ¿Qué significa esto? Que lo que quiere el maltratador tiene poco que ver con la persona concreta. Por eso Kilgrave dice profesar “amor eterno”[3] por Jessica mientras curiosamente no puede evitar adaptarla – en contra de su voluntad – a su idea de feminidad.
Simpson sigue un modelo clásico de la masculinidad físicamente fuerte, implicada en el ejercicio de la violencia y para quien el fin justifica los medios.
Al tándem Kilgrave-villano y Jones-heroína se añade otro personaje que opta al papel de héroe: se trata de Simpson, policía que acaba haciendo suya la causa contra Kilgrave y cuya actuación está tallada al más puro estilo Rambo – de hecho Jessica lo llama así burlonamente. Simpson sigue un modelo clásico de la masculinidad físicamente fuerte, implicada en el ejercicio de la violencia y para quien el fin justifica los medios. Para este tipo de héroes, ya sean caballeros medievales o soldados del Vietnam, el sufrimiento de las víctimas suele estar justificado por una idea abstracta (la nación, la religión, el bien y el mal, etc.). Como Simpson mismo confiesa, cuando era pequeño prendió fuego a una casa de la Barbie para poder salvarla con sus muñecos que, aunque se derritieron, cumplieron con su misión. La parábola, señala Lili Loofbourow[4], es transparente: un discurso exterior legitima una violencia innecesaria que, puesto que sirve a una “causa noble”, se puede permitir llegar muy lejos. Esta es la ideología que determina la relación de Simpson con las mujeres, a las que si es necesario, se puede mentir, ignorar e incluso encerrar con tal de “protegerlas”.
Aunque encarnen roles opuestos, entre el Rambo caballeroso que es Simson y el vacío moral en el que se mueve Kilgrave no hay demasiada distancia. Porque, ¿qué diferencia cabe entre el no tener normas y el tener una norma que lo permita casi todo? En este sentido, el soldado interpretado por Stallone nos recuerda otra excusa típica de la pantalla para la violencia: la del trauma. Como muchos violadores de ficción (¡y al contrario que la mayoría de violadores reales![5]), Kilgrave tiene un pasado traumático. Sin embargo, entre justificar por razones psicológicas un comportamiento violento y creer que esta violencia es legítima hay un abismo. Jessica lo dice claro como el agua: “Mis padres murieron. Y no me ves violando a nadie. (…) Admítelo, tus padres no tuvieron nada que ver con porqué me forzaste”[6]. Hace años que desde la sociología se advierte que el visionado repetido de imágenes de violencia contra las mujeres aumenta la agresividad masculina contra la otra mitad de la población. En este sentido, la serie es coherente: aunque coloque el tema en el centro de la trama, opta por no mostrar en ningún momento imágenes explícitas de violencia sexual. Ya va siendo hora de que más directores cojan este guante.
Hace años que desde la sociología se advierte que el visionado repetido de imágenes de violencia contra las mujeres aumenta la agresividad masculina contra la otra mitad de la población.
Jessica Jones propone una reflexión alrededor de la figura del héroe, en primer lugar, a través de su protagonista: mujer, no se viste con el traje apretado de las superheroínas, es víctima de la violencia sexual machista (pero su personaje no se reduce a eso) y tiene una relación de amistad importantísima con otra mujer (el trabajo en equipo será determinante en su lucha). En segundo lugar, la trama presenta el choque entre el héroe prototípico (Simpson), Jessica y otros personajes que también funcionan como modelos de héroe alternativos – como una enfermera y un asistente social, oficios típicamente alejados de la testosterona. No es casual que estas últimas figuras se basen en lo único que, junto con el deseo, el poder de Kilgrave nunca podrá conseguir: el cuidado del otro.
La serie contiene otros personajes y situaciones interesantes que por razones de espacio no podremos comentar aquí, como la presencia relativamente alta de personajes homosexuales o el juego alrededor de la sonrisa femenina. Y, naturalmente, también tiene aspectos que desde el punto de vista de género dejan que desear: ¿por qué todas las protagonistas femeninas son delgadas? ¿Por qué el carácter de la misántropa Jones se corresponde al dedillo con el perfil prototípico del detective privado masculino? ¿Las secuelas de las víctimas de violación son realistas? ¿Es necesario que los nuevos modelos femeninos estén fuertemente implicados en el ejercicio de la violencia? En cualquier caso, la existencia de productos como Jessica Jones no deja de ser una buena noticia. Y, al parecer, hay buenas noticias también de cara a la segunda temporada, que será dirigida íntegramente por mujeres. Por si aún quedan dudas de los beneficios de las cuotas de “discriminación positiva”, añadiré para concluir que desde hace ya decenios se insiste, desde la academia feminista y poscolonial, en que sólo escuchando al sujeto oprimido podremos entender plenamente su posición. En otras palabras: sólo dando un espacio no minoritario, no accesorio, a las mujeres (delante y detrás de las cámaras) podremos avanzar en la comprensión de cuestiones como la violencia sexual, el poder machista y los héroes (las heroínas) de la vida real.
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