Ojiplática estoy aún. Ojiplática, boquiabierta y cariacontecida, por no decir estupefacta ante determinadas reacciones. Que leo subida a mis tacones, por cierto. Y a mucha honra.
Resulta que andaba yo feliz como una perdiz viendo cómo en la ceremonia de los Goya por fin se acordaban de reivindicar el papel de las mujeres no solo en el cine sino en la sociedad, cuando me caigo de esos tacones del susto al leer las críticas a Dani Rovira. Y quizás es que yo soy muy simple, pero me parece fatal. Tanto, que siento la necesidad de decirlo a los cuatro vientos. Así que ahí va.
No alcanzo a comprender por qué en la primera ocasión en que un presentador de una gala tan importante como la de los premios Goya osa reivindicar el papel de las mujeres le tiene que caer la del pulpo. Por el terrible pecado de calzarse unos tacones. Exactamente como los que llevaban Cuca Escribano y Ana Belén para reivindicar lo mismo, o como los de Silvia Pérez Cruz en su emocionante alegato cantado en contra de la desigualdad social. Pero a ellas no les criticó nadie, y con razón. Hicieron divinamente en plantar cara vestidas con modelazo y subidas a sus tacones de vértigo. Que lo cortés no quita lo valiente.
En esta lucha hacemos falta todos porque es una lucha de todas las personas, hombres y mujeres. Para ellos, también es un mundo mejor un mundo en el que seamos cada vez más iguales.
No podemos ser más papistas que el Papa. En esta lucha hacemos falta todos porque es una lucha de todas las personas, hombres y mujeres. Para ellos, también es un mundo mejor un mundo en el que seamos cada vez más iguales. Y creo que a esto no se le puede poner ni un pero. ¿Por qué entonces ese ensañamiento con el presentador? ¿Por calzarse unos tacones rojos? ¿Por el sencillo hecho de que no es una mujer? Me niego a ello.
Me recordaba una buena amiga que hubo una campaña en que los zapatos rojos eran un símbolo de la lucha contra la violencia de género. Que llenaban las calles de zapatos de este color, muchos de ellos de tacón, para testimoniar una carrera en la que todos y todas debemos ser corredores. La de igualdad. Así que no sé a qué viene estas alharacas.

Leo entre las críticas que los tacones no debieran ser un símbolo de nada, que mejor hubiera sido que lo hiciera con zapatos planos. Y eso sí que no. Yo no obligo a nadie a calzarse unos tacones de diez centímetros, pero no me obliguen a mí a bajar de ellos si es de mi gusto. Acabáramos. Y no llevemos las cosas al extremo. Estamos en una sociedad audiovisual, y se trataba sin más de encontrar un objeto que a un solo golpe de vista identificara a las mujeres –por más que muchas no los usen-, como la melena o la falda en las siluetas que identifican los servicios o los vestuarios. Y no podemos sacar las cosas de quicio.
Si negamos a los hombres la capacidad de luchar por la igualdad, nos estamos negando a nosotras mismas el derecho a alcanzarla.
También leo que el discurso debiera haberlo hecho o leído una mujer. Y tampoco estoy de acuerdo. Si negamos a los hombres la capacidad de luchar por la igualdad, nos estamos negando a nosotras mismas el derecho a alcanzarla. Y ellos tienen tanto derecho a reivindicar un mundo donde las mujeres tengamos las mismas oportunidades como nosotras mismas. Son nuestros compañeros, no nuestros enemigos. Y, como quiera que el presentador era en este caso un hombre, a él le correspondía hacerlo. Es más, estoy segura que si en ese momento lo hubiera sustituido una mujer que hubiera salido a escena, alguien le habría criticado por no ser capaz de hacerlo él solito.
Sinceramente, me importa un rábano que Dani Rovira hubiera reivindicado el papel de las mujeres poniéndose unos estupendos taconazos rojos, un lazo rosa en el pelo o un sombrero de frutas tropicales. Lo que de verdad me importa es que lo hiciera. Y que pusiera en la palestra un problema que lleva sofocando a las mujeres desde que el mundo es mundo. Por mí, como si se viste de lagarterana. O de fallera, ya que soy valenciana.
Y que no me venga nadie a decir que mi feminismo es de segunda clase porque reivindique mis derechos subida en mis tacones. Como he dicho otras veces, el feminismo no consiste en que nadie de me libere de ellos, sino en tener la libertad de escoger si los uso o no, y cuándo lo hago.
¿No podemos comprender que si criticamos a quien reivindica un trato igual para las mujeres nos arriesgamos a que nadie lo haga por miedo a las críticas? ¿Qué puede no gustar la forma pero lo verdaderamente importante es el fondo? ¿Y que no podemos tirar a la basura ese primer paso en pro de un purismo que no nos beneficia?
Pues eso. Tal vez ahora sea a mí a quien le lluevan las críticas. Pero lo asumo, subida a mis tacones, mientras sigo luchando como puedo para ser cada vez más iguales.
Y de paso, invito a todas las personas a que lo hagan, con tacones y sin ellos. Y aprovecho para felicitar a Dani Rovira por su par de tacones, aunque imagino que no le llegarán estas líneas. Si ustedes lo conocen, háganselo llegar. No vaya a ser que después del chorreo se eche atrás en esta carrera para ser cada vez más iguales en la que nadie sobra.