Nadie nace feminista. Yo al menos no nací siéndolo. Me hice feminista paulatinamente a la vez que me hice anticapitalista. No puedo desligar lo uno de lo otro. Por eso mis posiciones dentro del movimiento feminista son las que son: con respecto a la prostitución me declaro abolicionista y, frente a los vientres de alquiler, me posiciono totalmente en contra.
Como anticapitalista no sigo ese mantra neoliberal que dice que todo, absolutamente todo, es susceptible de ser comprado y vendido: sobre todo el cuerpo de las mujeres. Porque si vivimos en un mundo capitalista también vivimos en un mundo patriarcal donde ambas ideologías se fusionan en un apasionado abrazo que siempre perjudica a las mujeres. Mi conciencia anticapitalista hace que me resulte inconcebible que alguien pueda alquilar o comprar partes de un cuerpo o a seres humanos completos. Y mi conciencia feminista hace que no pueda aceptar que una parte del mundo, aprovechándose de una posición de superioridad económica, use a las mujeres pobres para satisfacer sus deseos. Ya sean estos reproductivos o sexuales.
Cuento todo esto porque hace unos días me enteré de que este año se volverá a celebrar en Madrid la feria sobre vientres de alquiler “Surrofair”. Como sabéis, el año pasado Kika Fumero pudo asistir a dicho evento y dejó sus conclusiones plasmadas en su artículo «¿Me prestas altruistamente tu útero, por favor?».
Tanto la maternidad como la paternidad son un deseo; un deseo que por ferviente que sea no puede estar por encima de los derechos reproductivos de las mujeres.
Yo soy lesbiana, sé lo que significa que se cuestione el modelo de familia que represento, y es por ello que siempre defenderé los nuevos modelos formados por parejas LGTBI+. Sin embargo, considero también que tanto la maternidad como la paternidad son un deseo; un deseo que por ferviente que sea no puede estar por encima de los derechos reproductivos de las mujeres. Y seamos sinceras, es imposible negar que las mujeres gestantes son económicamente vulnerables. Tal y como explica Kika Fumero, el proceso por el que estas mujeres tienen que pasar es tremendo física y psicológicamente. No me imagino a una mujer que tiene todas sus necesidades básicas completamente cubiertas –como por ejemplo a Ana Patricia Botín– pasando por algo tan doloroso por mero altruismo.
Rechazo frontalmente un negocio que se aprovecha de la pobreza de millones de mujeres que pasarán por un proceso devastador para gestar bebés para parejas que pueden permitirse el costo de la operación. Y es que no se nos puede olvidar que en todo esto de los vientres de alquiler existen dos mundos: por un lado, el mundo de las mujeres gestantes, mujeres pobres con familias a su cargo, mujeres de la India, de Tailandia, México, de Ucrania o incluso de Estados Unidos –que es uno de los países del mundo con mayores índices de desigualdad y en el que un tercio de las familias monoparentales encabezadas por una madre soltera vive bajo el umbral de la pobreza–, mujeres que malviven y que harían lo que estuviera en sus manos para poder sacar adelante a sus hijos e hijas; y, por otro lado, el mundo de las familias burguesas de Europa, Australia y Estados Unidos, familias de clase media o alta, cuya necesidad de propagar sus genes a toda costa les hace creerse con el derecho de pagar a una mujer para que geste a un bebé que luego se llevarán.
Los contratos de vientres de alquiler no sólo mercadean con las mujeres, también lo hacen con los niños y las niñas.
También debemos tener en cuenta la legislación que trata a los bebés como mercancía. Desde el momento en el que comienza el proceso y firman el contrato las madres gestantes pierden todo derecho sobre el bebé, por lo tanto, en algunos países, si la familia receptora decide que el niño o la niña no se ajusta a sus necesidades y lo rechaza, el bebé irá a parar a un orfanato estatal. Ocurre en Ucrania, por ejemplo, país al que acuden la mayoría de parejas europeas dado lo barato del proceso. Es evidente que esto no sucede en todos los casos pero al final se ha encargado un producto bajo unas condiciones firmadas por contrato y se ha pagado por él: si se recibe uno defectuoso se tiene la opción legal de rechazarlo y solicitar la devolución del dinero. Es decir, que los contratos de vientres de alquiler no sólo mercadean con las mujeres, también lo hacen con los niños y las niñas.
Es la ley del capitalismo abrazada firmemente con el patriarcado: alguien tiene el deseo y cuenta con el dinero, y una mujer tiene la necesidad.
La práctica de los vientres de alquiler crea un mundo feliz e irreal donde las mujeres gestantes son todas altruistas y así, por amor al arte, deciden ponerse a gestar y parir los hijos de otros. En el universo creado por las agencias intermediarias no existen los salarios de miseria de una mujer ucraniana, cuyo salario mínimo interprofesional es de 71’7 € mensuales, ni la situación de pobreza que se vive en la mayoría de países donde recurren a buscar un útero. En el mundo de fantasía creado para parejas de clase media-alta que quieren propagar sus genes a toda costa, las mujeres ucranianas, indias, mexicanas, tailandesas o estadounidenses son señoras que tienen una necesidad imperiosa de hacer felices a las parejas bien posicionadas social y económicamente a costa incluso de su salud.
Aunque yo creo que, francamente, a esas agencias les da igual: a fin de cuentas no tiene demasiada importancia que en el mundo haya mujeres pasando miseria y que esa miseria les haga recurrir a alquilar sus cuerpos durante el tiempo que dure todo el proceso. Es la ley del capitalismo abrazada firmemente con el patriarcado: alguien tiene el deseo y cuenta con el dinero, y una mujer tiene la necesidad. Si puedes pagar el cuerpo de esa mujer para cumplir tu deseo ¿qué problema hay?