La siembra de Sarah Baartman

Ana de Blas
Ana de Blas
Licenciada en Bellas Artes y en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid. Editora del blog Artemisia.
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Una de las muchas cosas que Nelson Mandela hizo por su país fue reclamar al Estado francés los restos mortales de Sarah Baartman para darles una sepultura digna. Tras años de insistencia, su sucesor en la presidencia, Thabo Mbeki, lo consiguió el 6 de mayo de 2002 y en la ceremonia subsiguiente Sudáfrica le rindió honores de jefe de Estado. La vuelta a casa era la mínima reparación exigible tras el cúmulo de abusos del que fue víctima esta mujer negra y así supieron entenderlo el histórico líder sudafricano y los promotores del movimiento por la repatriación. Hoy, dos tumbas sencillas sobre las colinas, la de Mandela y la de Baartman, sirven de recordatorio, de manera que los huesos de ambos ahora trabajan por extender una cultura de los derechos humanos.

La tumba de Sarah Baartman sobre una colina en Hankey, Cabo del Este, Sudáfrica (Nik Roux, Wikimedia Commons).

Claro que la tragedia de Sarah Baartman, su nombre colonial (Saartjie en neerlandés), no tuvo nunca tanta repercusión como la de él. No hizo política ni presidió nada, sino que fue una atracción de circo, un juguete humano, una curiosidad científica. Ella nació hacia 1789 –quizá algunos años antes– en la región oriental del Cabo de Buena Esperanza y vivió al servicio de un granjero en Sudáfrica hasta que en 1810 la encontró William Dunlop, un inglés que vio en su cuerpo un posible negocio –el imperio británico abolió la trata de esclavos en 1807, pero no la esclavitud en sí–. Porque Sarah tenía, según los testimonios y los grabados del XIX, un culo enorme. Unas nalgas grandísimas para el canon de los europeos, una característica que el hombre blanco denomina “esteatopigia” y que no es sino una gran acumulación de grasa en esa región anatómica que es común en algunas tribus de África. El doctor Dunlop entendió que ella sería una curiosa atracción en Picadilly, como la mujer barbuda o el hombre elefante. Tampoco el número principal: solo una carcajada, tal vez con excitación sexual, para algunos compatriotas civilizados como él.

Venus negras y blancas

Sarah Baartman fue renombrada de nuevo y llevada al ombligo del mundo, el Londres de principios del XIX. Dunlop y Cezar, el inglés y el boer que eran sus patrones, la exhibieron como la “Venus Hotentote” –un apodo doblemente despectivo, por su condición de mujer culona y por su etnia, pues hotentote deriva del afrikáans de los colonos holandeses y significa tartamudo–. ¡Ja, ja, qué Venus tremenda es esta negra!, qué distintas sus nalgas a las del cuerpo blanco, el correcto, el superior, debieron pensar los muchos espectadores del show de la menuda señorita Baartman cuando se paseaba semidesnuda sobre una plataforma, contoneándose y fumando en pipa, según los dibujos. Se dice que por un pequeño extra, dejaban tocar esas posaderas, e incluso los más ricos podían contratar pases privados en sus salones.

Litografías de la “Venus Hotentote” de 1815. Léon de Wailly.

Ilustración satírica de la ”Venus Hotentote”.

“Amor y Bella. Saritjee, la Venus Hotentote”. Westminster Libraries.

Aunque ninguno de los ciudadanos de la gran capital que pagaban por ver la atracción de míster Dunlop lo supiera deletrear siquiera, el vocablo esteatopigia –steatos, grasa, y pygê, nalga– deriva del mismo griego que calipigia, otra palabra de los europeos cultos que quiere decir “bellas nalgas”. En nuestra tradición, una Afrodita o una Venus Calipigia es una de esas estatuas helenísticas de mármol blanquísimo en las que una figura femenina se levanta el vestido –peplum, en plan fino– y enseña los glúteos mientras graciosamente gira un poco la cabeza y se apoya más sobre una de sus piernas, de modo que las curvas cinceladas se inclinan un poquito y adquieren cierta carnalidad. Incluso fuentes literarias de la antigüedad clásica aluden al culto a la Afrodita Calipigia de Siracusa. La manera de la que la Venus Calipigia se gira hacia atrás es exactamente igual a cómo posan hoy tantas modelos y actrices ante los fotógrafos y al fin ante nosotros, el público. Los españoles que llaman a esta pose “hacer un Pataki” –en referencia a Elsa Pataki– quizá se sorprenderían de los miles de años que tiene en Occidente esta forma de “enseñar con encanto” un atributo sexual. También en nuestros días, algunos incluso recordaron el caso Baartman cuando Kim Kardashian posaba en la portada de la revista Paper de perfil, sosteniendo de forma cómica e inverosímil una copa de champán sobre la parte más famosa de su anatomía.
Kim Kardashian en la portada de la revista Paper. 2014.

Un contrato en Europa

Las medidas de nuestras diosas de piedra alba no corresponden en absoluto a las que tenía esta mujer de piel oscura a la que se podía exhibir, tocar, vender y comprar. Y aunque nunca hubiera oído hablar del canon y de la raza, de la metrópoli y la colonia, lo que sí es seguro es que Baartman podía entender perfectamente la juerga y los alaridos que provocaba el paso de su trasero ante aquellos espectadores de Picadilly Circus.

Tracey Rose. “Venus Baartman”.

Hubo quien no veía bien aquel espectáculo. Una asociación abolicionista denunció el asunto y se celebró un juicio del que los promotores salieron absueltos, pues no se pudo demostrar que Sarah “trabajara” de manera forzosa para ellos, e incluso declaró a su favor y oportunamente se mostró un contrato firmado, si bien la chica debía ser analfabeta. No se juzgó, por tanto, el abuso de poder y la necesaria alienación de una persona, o la afrenta a las mujeres de su raza para este esparcimiento popular, sino solo si ella consentía o no en participar. Si ganaba dinero o no con su paseíllo cómico-sexual. ¿Podía irse Sarah cuando quisiera, vestirse e ir al puerto a por un billete de vuelta al hogar? ¿A qué hogar, si era desde niña huérfana y sirvienta en casa ajena? No es difícil hacer el ejercicio de trasladar la reflexión sobre el caso Baartman a otras esclavitudes actuales que se admiten con toda normalidad, mientras las mujeres afirmen “ejercer libremente” cualquier aberración. Esa perversa mezcla de desprecio con la fijación sexual sobre el cuerpo femenino continúa funcionando en el presente. “Si la estaban obligando a trabajar, es posible que se hubiera sentido demasiado intimidada como para decir la verdad en la Corte de Justicia. Nunca lo sabremos. El caso es complejo y la relación entre Baartman y sus jefes definitivamente no era igualitaria, incluso si ella tenía alguna libertad para elegir o si sintiera que podía ganar algo con sus actuaciones”, explica el historiador Christer Petley en una información de Justin Parkinson para la BBC. 
Tracey Rose. “El beso”. En la exposición del CAAM “El iris de Lucy”, hasta junio de 2017.

De Lucy a Dinknesh

“No es signo de buena salud el estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma”, se repetía en la exposición que hace tres años montó Tracey Rose (Durban, 1974) en el Reina Sofía de Madrid. Rose es una artista plástica sudafricana autora de la “Venus Baartman” (2001), una fotografía en la que se autorretrata posando como la Venus negra que nos revela la clasificación de los cuerpos, entre la coartada científica y la estampa exótica. Tracey Rose es, para los estándares sudafricanos, una mujer negra. Pero la apariencia física no es un código fijo sino relativo. En la fotografía titulada “El beso” (2001), de nuevo se retrata ella misma y el tono de su piel parece el de una mujer blanca que se abraza a un hombre negro. La imagen contiene un mensaje acerca de los estereotipos raciales y una cita a la famosa escultura de Rodin homónima, hacia el arte “de los blancos”.

Venus Calipigia. Museo Arqueológico Nacional de Nápoles. Collezione Farnese.

Una muestra del trabajo de Tracey Rose y de otras muchas, más de veinte artistas africanas contemporáneas, es la que ha reunido el el historiador del arte Orlando Britto, director del Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM) de Las Palmas, bajo el título “El iris de Lucy”. Es una exposición que pudo verse el año pasado en León y antes en Rochechuart, Francia, y que estará abierta hasta junio en el CAAM y en Casa África, en la misma ciudad canaria. Entre las que trabajan en el continente y las emigradas, todas ellas en activo, las artistas aportan obras y testimonios que ayudan a trasladarse mentalmente a la experiencia de las mujeres africanas sobre la colonización cultural, el cuerpo y la identidad.
Algunas de las 25 artistas africanas participantes en la presentación de la exposición “El iris de Lucy” en el CAAM, con el director del centro canario, Orlando Britto (Nacho González / CAAM).

La idea de “El iris de Lucy” habla de devolver el papel de sujeto a ellas, a las africanas, y mirar por sus ojos, sus “iris”. El título elegido por Britto es una metáfora, pero ¿quién es Lucy? Ella es, materialmente, un conjunto de restos óseos encontrados en 1974 por antropólogos estadounidenses en tierra etíope. Los expertos blancos la nombraron así por la canción de los Beatles, “Lucy in the Sky with Diamonds˝. Corresponden a una australopitecus que ya caminaba hace 3,2 millones de años sobre dos piernas como nosotros, pero con el simple gesto de llamarla Lucy involuntariamente los investigadores volvieron a aplicar la lógica de los colonizadores, pues pudieron haber optado por Nefertari, Makeda, Kahena, Amina, Nehanda. Los etíopes la reivindican como Dinknesh, que en amárico significa “eres maravillosa”.
Michèle Magema. junto a su instalación “Lucy eres tú, Lucy soy yo”, en el CAAM (Nacho González / CAAM).

Si los huesos por fin debidamente enterrados de Sarah Baartman son hoy un patrimonio nacional y feminista en Sudáfrica por la tragedia su dueña, tan o más célebres y cargados de significado son los de esta antepasada simbólica, a la que coloquialmente llaman “abuela de la Humanidad”, que reposa en una cámara de seguridad en el Museo Etíope de Historia Natural. Para algunos presidentes como el desaparecido Mandela los gestos importan. También para Barack Obama, un presidente de raíces africanas que en 2015 quiso honrar a la anciana Lucy, o Dinknesh, con una visita.

Sarah y los sabios

Hacia 1814, la atracción de la Venus Hotentote fue perdiendo interés en Londres, así que la llevaron por pueblos y ciudades de Gran Bretaña e Irlanda. Acabó en París, en manos de un exhibidor de animales llamado Reaux. Según Rachel Holmes, autora de “La Venus Hotentote: la vida y la muerte de Saartjie Baartman”, en París la joven sudafricana bebía alcohol y fumaba sin parar y fue probablemente prostituída. Murió el 29 de diciembre de 1815, cinco años después de haber sido llevada a Europa, pero aún le quedaba una humillación más por parte de la cultura superior: la curiosidad de los científicos, guardianes de la razón y del progreso humano, que ¡sorpresa! también eran un puñado de respetables señores blancos.

Donald Johanson, uno de sus descubridores, saluda a una reconstrucción de “Lucy” en el Museo de la Evolución Humana de Burgos. Septiembre de 2013 (MEH).

Pocos meses antes de su fallecimiento la comisión de sabios examinaba a Sarah. Había zoólogos, anatomistas y fisiólogos, reunidos por iniciativa del noble Georges Cuvier –varón con v y barón con b–, naturalista y padre de la anatomía comparada. Aquellos ilustrados la vieron como una especie de eslabón perdido entre los humanos europeos y los animales y así la describieron: “Sus movimientos eran algo bruscos y súbitos, recordando a los de un mono (…) nunca he visto una cabeza humana más parecida a la de un simio que la de esa mujer (…) su memoria era buena (…) hablaba un holandés tolerablemente bueno (…) le gustaban los collares (…) pero lo que alegraba su gusto por encima de todo era el brandy”. Tras su muerte, ellos mismos pidieron que se conservase el cadáver por su interés para la ciencia y las autoridades aceptaron. Hicieron la autopsia y un molde de yeso de su cuerpo. Se conservaron sus huesos, y su cerebro y sus genitales –la forma de su vulva también les pareció interesante– en formol. Todo el macabro conjunto fue trasladado al Museo de Historia Natural donde Sarah Baartman continuó expuesta al público, así en la vida como en la muerte, entera o a trozos, por espacio de 150 años más. El pequeño tamaño de su cerebro – la mujer, probablemente de la etnia khoikhoi, apenas medía 140 centímetros– sirvió de justificación a teorías sexistas y racistas sobre el volumen de la masa encefálica y la superioridad del blanco sobre el negro, del varón sobre la mujer.
Tracey Rose. “La piel de Lucy. La mensajera”

Las y los activistas del abolicionismo contra la esclavitud de la personas negras perdieron aquel juicio contra los abusadores de Sarah, mas de alguna forma sus esfuerzos cambiaron la sentencia para la historia cuando Nelson Mandela o Barack Obama llegaron al poder. A veces, los resultados de la siembra se hacen esperar, nadie mejor que las feministas para saberlo. Más nos valdrá, entonces, traer de la colina de Sarah Baartman las semillas de la próxima abolición para cuando llegue la primavera.
(…)
I have come to take you home
where the ancient mountains shout your name.
I have made your bed at the foot of the hill,
your blankets are covered in buchu and mint,
the proteas stand in yellow and white –
I have come to take you home
where I will sing for you
for you have brought me peace.”
(Diana Ferrus, poeta sudafricana. “A poem for Sarah Baartman”.)
 

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