Quienes ya tenemos algunos añitos seguro que recordamos el título de ese programa de televisión donde aspirantes a showman o showoman exhibían sus supuestas habilidades humorísticas en formato chiste. Aunque el formato, la estética y el contenido no me parecían entonces –ni menos ahora- demasiado recomendables, lo bien cierto es que tuvieron un notable éxito y repercusión, si tenemos en cuenta que algunos de sus protagonistas hicieron carrera, y hoy en día continúan prodigándose en versiones distintas, y con mucho más caché, sin duda.
Pero, haciendo memoria, me llama la atención que no recuerdo haberme sentido molesta por el contenido machista de algunos de esos chistes, como ocurre en cualquier otro repertorio chistoso que se precie. Las mujeres y los estereotipos hemos servido de diana para la hilaridad fácil desde siempre. Y seguimos siéndolo. Aunque ahora, al menos, nos damos cuenta.
Las mujeres y los estereotipos hemos servido de diana para la hilaridad fácil desde siempre.
Confieso que, en algún momento de mi vida, he llegado incluso a reírme con alguna de esas cosas. Sea por falta de concienciación, de formación, o por mero seguidismo, he llegado a esbozar alguna sonrisa, aunque bien pocas. Y confieso también que, en otros casos, no he llamado la atención al gracioso y he callado porque alguien no se molestase. O porque no me llamaran “amargada”, sin más, o me señalaran como falta de sentido del humor. Eran tiempos de una miopía colectiva, porque todavía no había suficientes profesionales de oftalmología para calibrar las gafas violetas. Ahora, por suerte, las uso de continuo y trato de revisar las dioptrías de cuando en cuando, no vaya a ser que me fallen.
Pero también es cierto que varias generaciones, entre las que me incluyo, hemos tenido que manejarnos con una educación en la que la perspectiva de género brillaba por su ausencia. Un mundo donde determinadas cosas y acciones eran de hombres o de mujeres y en las que, además, las primeras siempre eran mejores que las segundas. Y de aquellos polvos, estos lodos.
Y lo malo es que esto no ha acabado. No hay repertorio, monólogo o recopilación de chistes o humor que no acuda en algún momento al estereotipo, al humor fácil y simplón. Reírse de la supuesta conducción torpe de una mujer, recibir calificativos injuriosos por una libertad sexual que, sin embargo, es motivo de exaltación en ellos, relegar nuestro espacio a la cocina, o denominar a quien ejerce la corresponsabilidad “calzonazos”… son algunos de los lugares comunes que pueblan estas pretendidas manifestaciones de humor. Y ha llegado el momento de decir basta. No me hacen gracia. Y si les molesta que no me ría, ya se lo pueden ir haciendo mirar.
Por suerte, poco a poco se va poniendo la línea en lo que se da en llamar “políticamente incorrecto” y que no es otra cosa que intolerancia pura y dura
No deja de ser curioso –por decirlo de algún modo- lo que hemos avanzado en algunos aspectos, y lo poco que lo hemos hecho en otros. Y, aunque todavía quedan individuos que creen graciosos los chistes donde se denigra con imitaciones a homosexuales o personas con discapacidad, ese tipo de humor ya no es bien visto en público. No creo que hoy se aceptaran con la ligereza que se hacía antes los gags sobre gangosos o tartamudos haciendo mofa y befa de esa circunstancia. Tampoco se toleran esas imitaciones de tan mal gusto de homosexuales con que nos solían tratar de hacer reír, ni las referencias a los gitanos con el tono despectivo con que era empleada. Y es que, por suerte, poco a poco se va poniendo la línea en lo que se da en llamar “políticamente incorrecto” y que no es otra cosa que intolerancia pura y dura.
Pero la igualdad entre hombres y mujeres no ha corrido la misma suerte. Sigue considerándose una desigualdad tolerable, un uso social, y sigue sin reprobarse como se hace en esos otros casos. Hasta el punto que han creado un motivo nuevo de burla: la dirigida a quienes defendemos la igualdad entre hombres y mujeres, que tiene su cénit en la creación de una categoría propia: la de feminazi, un término etimológicamente ofensivo que se ha acabado por normalizar. ¿Alguien imagina que se invente un término para mofarse de quienes defienden –defendemos- la lucha contra la homofobia o contra el racismo? ¿Verdad que no? Pelear hasta la extenuación por los derechos de las personas con discapacidad, por la no discriminación por razón de orientación sexual o por el tratamiento igualitario de todas las etnias es considerado siempre una virtud. Y con razón. A ningún activista contra la xenofobia le dirían que lo suyo no vale, que lo realmente importante es lo que hizo Rosa Parks o Martin Luther King, que eran los luchadores “de verdad”, y no los de ahora. ¿A que suena absurdo? Pues no debe serlo, a tenor de muchas personas, que, cuando se les explica que si las mujeres votamos es gracias a las sufragistas o a Clara Campoamor, te espetan eso de “ésas sí que era feministas de las buenas” como si hubiera un ránking por categorías. Y se quedan tan frescos.
Hay una enorme diferencia entre reírse de una misma y burlarse del otro. Y esa es una línea que jamás se debía traspasar
Mientras nos sigamos riendo de esos chistes, mientras no protestemos porque se haga escarnio del papel de las mujeres o miremos hacia otro lado cuando se utiliza un estereotipo machista para hacer reír, seguiremos igual.
Y que no me venga nadie con el cuento de la falta de sentido del humor, y el lugar común de que los españoles nos reímos hasta de nosotros mismos. Porque hay una enorme diferencia entre reírse de una misma y burlarse del otro. Y esa es una línea que jamás se debía traspasar.
Así que insisto. Ha llegado el momento de decir basta. De dejar de mirar hacia otro lado cuando nuestro compañero de tertulia, entre risas y generalmente con una copa de más, suelta un chiste que denigra a las mujeres. O, dentro de muchos años, las generaciones venideras seguirán diciendo que de aquellos polvos, estos lodos.
Así que retomo el título de aquel programa, y termino con un consejo. No te rías, que es peor. Y lo seguirá siendo si no nos plantamos de una vez por todas.