Me contaba un día María Ángeles Millán, directora de la Cátedra de Igualdad de la Universidad de Zaragoza, que recordaba una ponencia en el Paraninfo en la que la ponente comenzaba su intervención lanzando una pregunta al público: ¿Cómo puede una mujer ser madre sin tener hijos?. Las caras de asombro e incertidumbre no tardaron en llegar, como tampoco algunas respuestas que apuntaban por la adopción o el cuidado de “sobrinos”. Ninguna de las personas presentes acertó en la respuesta. Una mujer puede ser madre sin tener hijos, teniendo hijas. Quizás pueda parecer una respuesta lógica, pero lo cierto es que en nuestra psique el femenino ha sido borrado.
El masculino universal, que pretenden hacernos creer que representa a hombres y mujeres, lo único que hace es apuntalar la falta de visibilidad de las mujeres y, por consiguiente, su escasa revalorización. Si el femenino sólo representa a las mujeres, ¿por qué el masculino nos representa a todos y todas? Es una mentira más del patriarcado.
Las personas existimos porque se nos nombra, y la desigualdad estructural que sufren las mujeres está íntimamente relacionada con su invisibilidad en todos los terrenos, incluido el simbólico.
El lenguaje, que juega un papel crucial en el estadio de lo simbólico, construye cultura. No es casual que las mujeres hayan sido borradas de él, como lo han sido del arte, la historia, las letras, la literatura, la ciencia, la medicina… de todos los ámbitos de la vida. Se construye un relato de superioridad masculina a través de la invisibilidad y falta de valía que se da a las mujeres. Las personas existimos porque se nos nombra, y la desigualdad estructural que sufren las mujeres está íntimamente relacionada con su invisibilidad en todos los terrenos, incluido el simbólico. Lo que no se ve, no existe y, por cartel transitivo, no se valora.
La utilización de un lenguaje inclusivo consiste, sencillamente, en la representación simbólica, a través del lenguaje, de toda la sociedad, incluida la mitad de la humanidad. No se trata sólo de añadir una “a”, se trata de crear cultura de igualdad a través de la visibilidad de las mujeres. Hablamos de representar a todas las personas a través del lenguaje. No es una cuestión baladí como nos quieren hacer creer, se trata de poner en valor lo que somos y representamos.
Hablamos de representar a todas las personas a través del lenguaje.
El patriarcado y el neomachismo se han encargado de deslegitimar, inclusivo ridiculizar, la utilización del femenino. Es un arma más que utilizan frente a la pérdida de privilegios, porque al final en lo simbólico también se libra la batalla por la igualdad real y efectiva.
Hace unos meses la Facultad de Psicología de la Universidad de Illinois realizaba un estudio que concluía que las niñas se sienten menos brillantes que los niños a partir de los 5-6 años. Este pensamiento se va robusteciendo conforme crecen. En buena medida esta creencia hunde sus raíces en la ausencia de referentes femeninos que les permitan desarrollar un proceso de empoderamiento personal. A su vez, esa ausencia de referentes es consecuencia directa de la invisibilidad de las mujeres en todos los ámbitos, incluido el lenguaje.
Ganar la batalla de lo simbólico será fundamental para avanzar en la igualdad. Sin visibilidad, sin revalorización… no habrá igualdad. Somos mujeres, existimos, ¡nómbranos!
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