La empatía entre iguales

Elena Rábade
Elena Rábade
Responsable jurídica del Partido Feminista.
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En los últimos tiempos no para de hablarse y comentarse y difundirse, el tema de los vientres de alquiler o maternidad subrogada o… qué más dan los nombres si el contenido es siempre el mismo.

Desconozco las motivaciones de tanto revuelo sobre un tema que, aparentemente, no debería ser una prioridad en nuestro país, pero lo cierto, es que sí, se ha convertido en uno de los temas candentes. Quizá sea por ser uno de esos temas que Ciudadanos pactó con el PP a condición de su apoyo en la investidura. Y quizá sea porque Ciudadanos representa los intereses de quienes pueden permitirse patrocinarles.

Cuando piense en los vientres de alquiler, no se vea como país demandante de vientres, véase también como país que ofrece esos vientres, vea también como ofertante de vientres a sus amigas, a sus familias.

Yo comprendo que es difícil hacer una campaña electoral sin dinero de por medio y, para algunos, el fin justifica los medios. Qué más nos dan unas cuantas mujeres de países en situaciones miserables, o provenientes de bolsas crónicas de pobreza, a las que como mencionan en algunos artículos, encima las sacaremos de su total miseria. Nosotros y nosotras, para salvar este país necesitamos el apoyo de los fuertes lobbys económicos que respaldan los vientres de alquiler. Es un razonamiento bastante lógico y coherente.

El tema resulta un poco ajeno a la ciudadanía media de este país, que no tiene que recurrir a un vientre de alquiler, y excepto raras excepciones no conoce a nadie que haya tenido que hacerlo y mucho menos que se haya prestado a ser vientre de alquiler. Por eso cuando se expone, no sabe muy bien que postura tomar.

Eso sí, lo que sí sabe es que pertenece a un país occidental, con una de las economías (aunque ahora en crisis) más fuerte del mundo, demandante de niños  y niñas, y respetuoso con los de derechos de colectivos lgtb y empático con aquellos de sus personajes públicos, que bien pudieran ser sus hijos e hijas, nietos o hermanas, que la vida les priva de un deseo (que nunca derecho) tan básico del ser humano como es tener descendencia. Y es que el ser humano tiende a la empatía, pero más con sus personas allegadas, haciendo cierta la frase de Churchill de que todos y todas somos iguales pero unos más que otros.

Hace ya muchos años cuando yo preparaba la oposición a judicaturas, mi preparador un penalista “genético” (de los que les va en la sangre) me dijo .- Yo siempre antes de los juicios me siento en el banquillo de los acusados. Durante mis años de ejercicio como Juez, he intentado seguir su consejo, porque comprendí que el banco en que más difícilmente me iba a sentar yo, o alguno de los míos, era ese. Y por tanto del que más lejana estaría mi empatía y comprensión. Y para ser justa y ecuánime, al que más tenía que forzar mi cercanía

De aquellos años aprendí a acercarme a la piel de las personas más desfavorecidas. Y el tiempo me demostró que el banquillo de los y las acusadas no nos quedaba tan lejos como creíamos al empezar esta década.

Por eso mi empatía está con aquellas mujeres pertenecientes a países con grandes bolsas de pobreza o de ese tercer mundo que hoy los hombres y mujeres españolas vemos tan lejos. Igual de lejos que veíamos nuestra posición en el mundo, cuando en nuestro imperio no se veía el sol. O igual de lejos que lo debió de ver el gran imperio romano, o los portugueses cuando eran los amos de los mares. O la Unión Soviética, que nunca imaginó que iba a exportar a sus mujeres al mundo, entre otras cosas, para granjas de vientres de alquiler. Pero ya veis… no estaba tan lejos, ni era tan imposible.

Cuando piense en los vientres de alquiler, no se vea como país demandante de vientres, véase también como país que ofrece esos vientres, vea también como ofertante de vientres a sus amigas, a sus familias. Y piense que si ese momento llega posiblemente ya no podamos modificar una legislación que tan necesaria les parece a muchos y muchas ahora, y que tan poco justa y defensora de los derechos de todos resulta, para impedir que los cuerpos de nuestras mujeres se utilicen como mercancía y se comercie con nuestra infancia.

 

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