La sororidad mató al macho

Carmen Blanco Grigelmo
Carmen Blanco Grigelmo
Activista feminista y antiespecista. Enamorada de la lucha de las mujeres de India y de viajar siempre lo más lejos posible. Estudiante de Filosofía y Derecho en la UCM
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Hoy Risto Mejide ha vuelto a conseguir que me hierva la sangre. Dejando a un lado sus indignantes comentarios sobre las “calientapollas” o eso de que él no es feminista, sino que cree en la igualdad, esta vez ha tirado por otro clásico. Podéis leerlo en un artículo publicado en Huffington Post, en el que se recoge lo que Laura Escanes y Risto Mejide dijeron en ‘Planeta Calleja’ acerca de cómo se conocieron.

La cosa no iba del todo mal hasta que leí la siguiente frase: «Todas se describían como ‘modelo, bloguera…’, ella era la única que puso un link a sus textos”. Esto suena muy bien antes de ponerte las gafas violetas, pero cuando te das cuenta de que el resto de mujeres son tus compañeras, la cosa cambia.

El hecho de que lo mejor que puedas decir de una mujer es que no se parece en nada al resto, es fomentar una competición en la que ninguna de las partes ha decidido participar.

Detrás de esta frase se esconde algo muy peligroso. Algo así como: “Ellas se preocupan por cosas insignificantes y triviales, pero tú no eres como las demás”. El hecho de que lo mejor que puedas decir de una mujer es que no se parece en nada al resto, es fomentar una competición en la que ninguna de las partes ha decidido participar. Es decir, que cuanto peor hables de las demás mujeres, mejor nos vamos a sentir. Como si nuestro único y principal objetivo en la vida fuera pisar a otras, para que el príncipe azul se fije en nosotras primero y así poder comenzar la relación de amor romántico, basada en la dependencia, los celos y el control que llevamos toda la vida esperando.

Nos educan para competir y esto, desgraciadamente, alimenta el machismo. La mirada masculina debe regir nuestras vidas y además, debemos tratar de hacer todo el daño que podamos a las que creamos que nos pueden hacer sombra. Esto, lejos de beneficiarnos en algún sentido, destruye uno de los pilares fundamentales del feminismo: la sororidad. Es decir, la solidaridad entre mujeres dentro del contexto patriarcal en el que nos ha tocado vivir.

La mirada masculina debe regir nuestras vidas y además, debemos tratar de hacer todo el daño que podamos a las que creamos que nos pueden hacer sombra.

Es una de las lecciones más bonitas y certeras que he aprendido nunca. Yo que pensaba que era ley de vida eso de que las mujeres somos malas, encontré un nuevo camino que proponía todo lo contrario. Que las mujeres estábamos en el mismo bando y que desde la diversidad, teníamos que apoyarnos, porque así acabaríamos antes con toda una herencia machista que nos silencia, maltrata y asesina.

Hoy no encuentro razones para cuestionar a aquella chica que me dijo que sufrió acoso, porque yo también lo sufrí y también me cuestionaron. No necesito que una víctima de una agresión sexual haya denunciado a la policía o que su agresor esté en la cárcel, para creer en ella y actuar en consecuencia.

No puedo estar cómoda si no siento que las de mi alrededor también lo están.

No me hace sentir mejor que me digan que soy más guapa, más lista, ni más simpática que otras, porque el resto de mujeres ni son mis rivales, ni quiero que lo sean. Ya no me hace falta que se me acerque una desconocida en busca de ayuda para darme cuenta de que algo va mal, porque a la más mínima sospecha de que eso es así, haré algo para cambiarlo. Porque no puedo estar cómoda si no siento que las de mi alrededor también lo están.

Estamos hartas de tener que demostrarlo todo aun cuando es más que evidente. De que nos cuestionen. De que nos llamen exageradas. De que nos quieran enfrentadas. De que sigamos cobrando menos y trabajando más y de que sigan negando la asimetría que nos ha clavado tantas puñaladas. Perpetuar esto es más fácil si no estamos unidas, la sororidad es y será nuestra mejor arma.

 

 

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