“Tras la Frontera” es un informe que pretende atravesar el mar, los muros y las vallas para tratar de acercarse a la realidad de la ciudadanía migrante y su imperante necesidad de reparación y justicia. Aquella ciudadanía que sufre y cuestiona lo más profundo de nuestro sistema. Así se anuncia este trabajo presentado en Madrid por el colectivo Caminando fronteras, que lleva más de 15 años trabajando con comunidades migrantes en la frontera sur, recogiendo sus testimonios, denunciando y visibilizando.
El gran valor del informe es que está realizado desde el testimonio directo de las víctimas de esta contienda. “Frente a los relatos racistas y xenófobos (sea en el populismo reaccionario o en las democracias liberales actuales), hay que resaltar la capacidad de las comunidades migrantes para constituirse como ciudadanía empoderada capaz de reclamar sus derechos”, explica el informe. Pero es precisamente en los países de tránsito contratados para la externalización donde las comunidades migrantes se encuentran más vulnerables. No es fácil afrontar las violencias generadas por la militarización en la ‘guerra de las fronteras’.
“En los discursos de las mujeres y de la infancia migrante que hemos analizado hay un componente muy fuerte de búsqueda de derechos, más que de oportunidades económicas”, aseguran las personas responsables del estudio. La feminización es importante en las distintas fronteras del Estado español. En el período analizado por este informe, llama especialmente la atención la gran afluencia de infancia migrante, sobre todo adolescentes de edades comprendidas entre los 14 y los 17 años.
Frente al relato de víctimas, frente a la venta de los cuerpos de las mujeres, ellas respondían dibujando trayectos de búsqueda de derechos. Procedían sobre todo de Guinea Conakry, (en su mayoría varones), Camerún, (adolescentes de ambos sexos), Senegal y Costa de Marfil. Las mujeres adolescentes trataban de buscar estrategias para sobreponerse a la violencia sexual, aunque muchas se dedican a la mendicidad y la prostitución. Muchas de ellas venían en redes de trata, pequeñas y familiares, o habían caído en redes de explotación durante el camino. Una violencia que no cesa una vez que llegan a los países de destino, puesto que la explotación mayor se sucede a través de la demanda del mercado europeo. Respecto a los adolescentes varones señalaban menos violencia, aunque se detectaron al menos 10 casos de violencia sexual durante la estancia en los bosques para intentar el acceso vía Ceuta y Melilla.
Las violencias machistas atraviesan a las mujeres, niñas y adolescentes en el tránsito migratorio al igual que las atraviesan en los países de origen y en los de destino. Sus cuerpos se convierten en espacios de violencia, sobre todo sexual, y también en un instrumento de poder. Todas las mujeres, niñas y adolescentes que participaron en alguna de las actividades que sirvieron de base para el informe, reportaron haber sufrido violencia sexual, ya viniese de las poblaciones de tránsito, de las fuerzas de seguridad de distintos países de su trayecto migratorio o por parte de varones de las comunidades migrantes.
La feminización de la pobreza y de las migraciones ha colocado a las mujeres, niñas y adolescentes en una situación de desventaja. También ha supuesto que en el contexto de la demanda en los países de origen las víctimas encuentran nichos laborales específicos, como la industria de los cuidados y el mercado sexual.
Testimonios
“En la primera violación lo pasé muy mal, en la segunda también, luego aprendí a buscar a un hombre que me pudiese mantener que fuese mi ‘marido’ e intentar que se ocupase de mí. Reduces el número de violaciones a una sola persona y también tienes oportunidad para otras cosas. Lo malo son los embarazos, al final caes embarazada y tener un hijo en el camino es un horror”, T., 20 años, camerunesa.
“Cruzar y follar son dos verbos que van unidos para muchas de nosotras. Llorar es un verbo que está prohibido, salvo que sirva para sobrevivir”, P. de Liberia, lideresa comunitaria.
Durante el período en que se realizó la IAP de este informe muchas personas migrantes tomaron desde Marruecos la ruta para intentar el cruce desde Libia. Muchas de esas personas eran mujeres, y muchas de ellas víctimas de trata. El abaratamiento del cruce desde Libia ha hecho que las redes de trata encuentren un espacio para enviar a las mujeres. Pagan 500 dólares por persona incluido transporte desde Marruecos y la travesía en el mar si las redes ofrecen grupos numerosos de mujeres. Son mujeres y adolescentes víctimas de violencia de las fronteras, de las redes, de explotadores, pero también son personas resilientes.
Las mujeres, niñas y adolescentes, presentan también una gran capacidad de resistencia, reconstruyéndose a sí mismas a través de estrategias diferentes para afrontar la violencia a la que son sometidas por un sistema de control fronterizo que las victimiza o las exporta como mercancías a través de distintas redes criminales. Muchas de ellas conviven con sentimientos de culpa, miedo, sumisión, baja autoestima, que se somatizan, en la mayoría de los casos, a través de dolores corporales y pesadillas.
En los relatos se mencionan los largos trayectos a pie, el transporte en los camiones que transitan el desierto, y sobre todo, las compañeras muertas por la violencia. Los recuerdos se manifiestan confusos y lejanos y las víctimas ponen en tercera persona las experiencias propias. Es la violencia sexual y el control del cuerpo el que define el poder sobre las víctimas, porque no se visibiliza sino que se oculta, y tiene efectos importantes en la salud sexual y reproductiva de las mujeres, niñas y adolescentes.
Las redes de trata, en algunos contextos de origen, son percibidas por las mujeres, niñas y adolescentes como una oportunidad para facilitar el movimiento, como una parte más para lograr el proyecto migratorio. Además, la trata de seres humanos y/o la explotación es vendida por las redes criminales como una oportunidad para el desarrollo comunitario frente a la militarización de las fronteras. Los espacios previos al acceso al cruce de las fronteras son momentos de mayor peligro. Porque en esos espacios, según las mujeres, y adolescentes, hay mayor desprotección.
Cruce de fronteras, desplazamientos forzosos posteriores a las detenciones en los momentos de cruce, y las redadas de las zonas fronterizas, forman parte de los relatos de violencia de las mujeres y la infancia migrante.
Dos son las actividades de supervivencia que ejercen sobre todo mujeres y niñas adolescentes: la mendicidad y la prostitución. Algunas buscan a través de la venta de comida, o de pequeños negocios escapar de estas actividades. Las mujeres y adolescentes víctimas de la violencia de las fronteras son conscientes de que su supervivencia depende de las estrategias ligadas al género y que en la frontera son una mercancía más de las que transita por ella. A muchas les preocupan sus hijas que crecen en esos espacios donde el cuerpo de las mujeres es mercancía y las consideran como si fuesen una mercancía.
“Incluso las fuerzas de seguridad abusan, entonces estás sola, tú y la violencia, nadie te va a proteger, porque la policía también está ahí ejerciendo violencia”, L., camerunesa, extracto de una entrevista realizada en talleres con mujeres y adolescentes.
Cuando voy a mendigar me tapo, le doy un nombre musulmán a mis hijos y a mí, y entonces pido. Cuando me prostituyo por la noche en el maqui75, pues entonces me visto con mis pestañas postizas, mis uñas, mis minifaldas. Al menos, no hago como otras mujeres, el dinero que saco es para mí y para mis hijos y con él pagaré mi cruce”, O., nigeriana.