Pues resumiendo en plan telegrama y por su orden: problema de España: Venezuela; de la maternidad: los vientres de alquiler; del feminismo: las cistransfóbas.
Porque está claro que:
1. El problema de España es Venezuela, no el paro, ni la corrupción, ni el desigual e injusto reparto de la riqueza, ni el dinero que regalamos a los bancos o a ese club privado de ideología machista que es la iglesia. No. Es Venezuela. No me paro en argumentar porque ya se encarga la tele y los periódicos de recordárnoslo constantemente.
2. El problema de la maternidad es que hay personas que no pueden tener hijos y, como se mueren de las ganas, reclaman el derecho de alquilar a una señora y comprar el bebé.
Ese es el problema y no que, en España, las mujeres en edad fértil que desearían ser madres no pueden ponerse a ello así, sin más. Algunas andan buscando trabajo y saben perfectamente que los empresarios –incluidos los que aman locamente a los fetos- no aman la perspectiva de que sus empleadas tengan hijos. Otras ya tienen trabajo pero saben que un embarazo puede resultar nefasto para su promoción y también saben que con la divina ley laboral que tenemos, las pueden despedir alegando cualquier cuento (porque decirles que las despiden porque se quedan embarazadas queda feo, sí).
Tampoco el problema de la maternidad es la falta de guarderías, ayudas económicas o asistenciales o permisos de maternidad y paternidad iguales.
Ni, por supuesto, la violencia obstétrica: episiotomía de rutina, raspaje de útero sin anestesia, cesárea sin justificación, suministro de medicación innecesaria. O sea, lo de que en la Comunidad Valenciana la mayoría de los partos sean en martes y miércoles o es casualidad o se debe a que las embarazadas deciden parir esos días para ya pasar el fin de semana tranquilas…
No comprendemos que el único derecho inalienable y sagrado es el de comprar y vender. Ese, sin trabas, por supuesto. Quien pueda, que compre y quien quiera (querer significa que no lo hace con una pistola en el pecho), que venda.
Todo eso son minucias. No merece la pena perder el tiempo reclamando nada. El problema grave y serio, lo que de verdad importa y trae a todo el mundo de cabeza es que esta sociedad sin entrañas pone trabas legales a quienes pueden permitirse el capricho de comprar bebés de encargo. Tratamos fatal a esas tiernas personas, no comprendemos su necesidad imperiosa de tener hijos que perpetúen sus genes. Intentamos frustrar sus ansias y deseos blandiendo ridículos argumentos tales como que los derechos humanos impiden comerciar con el cuerpo, tales como que no puede hacerse un contrato que suponga para una de las partes la renuncia a sus derechos cívicos y legales (al aborto, a la filiación, a retractarse, etc. por no hablar del derecho a vivir y hacer lo que quiera en cada momento durante el embarazo).
O sea, no comprendemos que el único derecho inalienable y sagrado es el de comprar y vender. Ese, sin trabas, por supuesto. Quien pueda, que compre y quien quiera (querer significa que no lo hace con una pistola en el pecho), que venda.
Y si nos oponemos a esa libertad, la única, la auténtica e incuestionable es que somos almas insensibles y egoístas.
Somos duras cual pedernales, en primer lugar con ellos, pero también con las clínicas y los intermediarios. ¿Van a tener que dejar de forrarse abandonando este nuevo y floreciente nicho de mercado? ¡Qué dolor! Y por último, somos duras con la ucraniana que sí, que es, de lejos, la que menos cobra pero que, con todo, puede vivir estupendamente durante nueve meses e incluso conseguir un plus para que su marido se compre su coche nuevo (o lo que él quiera, que él verá, que para eso es “el hombre”).
Además, Ronaldo tiene todo el derecho del mundo a ir encargando hijos a pares -y a docenas si le da la gana- hasta formar un equipo de alevines para el Real Madrid. Miguel Bosé tiene todo el derecho del mundo a cantar acompañado de coros formados por sus replicantes. Una pareja sin otra meta en la vida que la crianza de hijos genéticos debe tener derecho a ver cumplidos sus deseos. Una actriz en pleno éxito tiene derecho a no perder nueve meses de su vida (e incluso estropear su envidiable figura) con esas incomodidades e incordios de embarazos y partos. Máxime habiendo tantas mujeres necesitadas de un sobresueldo (que tampoco hay que olvidar el aspecto caritativo de este asunto). Y así sucesivamente….
3. Y el gran problema del feminismo, ese problema que también consume tiempo y energías sin tasa, no es la desigualdad, ni la violencia contra las mujeres, ni el uso y abuso que tantas sufren… No, qué va. El gran problema es que la mayoría de las feministas (yo me atrevería a decir que la inmensísima mayoría) somos cis (o sea, traducido: nacimos con cromosomas XX). Y, claro, ya simplemente por el hecho de ser mayoría, aplastamos a las trans. Que no es el patriarcado quien las aplasta, no. Somos nosotras por la simple razón de existir. Tendríamos que estar pidiendo perdón y aceptar que somos una subespecie – la de menor interés, por cierto- de ese conglomerado de trans, queer, intersexuales y todas las demás categorías que se puedan ir sumando en un futuro… Tendríamos, por lo menos, que intentar disimular, pasar desapercibidas, diluirnos. Pero no, somos unas insoportables terfs que estamos todo el día recordando las reivindicaciones de las mujeres (¡mujeres!) y que, además y para remate, no buscamos la “multiplicación paródica de los géneros” sino que directamente queremos cargárnoslos. Menuda abominación…