Cosas de niños

Susana Gisbert Grifo
Susana Gisbert Grifo
Fiscal de violencia sobre la mujer. Escritora.
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Cuando yo era pequeña, recuerdo que una prima mía, que iba a un colegio mixto, me decía que envidiaba a quienes -como era mi caso y el de muchas niñas de la época- íbamos a un colegio sólo de chicas.

La razón no era otra que el hecho de que los niños, entre otras cosas, les levantaban la falda del uniforme para verles las braguitas y reírse. Y aquello, que haría mucha gracia a los niños –o a algunos de ellos- a ellas no les hacía ni pizca. Las madres de las niñas protestaron a la dirección del colegio, y, tras un tira y afloja, quitaron importancia al asunto tildándolo de “cosas de niños” y proponiendo un castigo al autor: escribiría cien veces “no levantaré la falda a las niñas”. De propina, la madre le castigó una semana sin tele, aunque el padre, orgulloso de su muchachote, se la dejaba ver a escondidas.

Hace muchos años de eso. Las cosas han cambiado y este tipo de comportamientos deben están desterrados como cosa del pasado. O eso al menos es lo que quiere una pensar.

Y entonces es cuando pone la televisión y le cae el alma a los pies. Porque resulta que hay un locutor haciendo algo parecido. Nada menos que cortándole el vestido a su compañera de fatigas ante las risas -espontáneas o forzadas- del público asistente al plató. Y ante la estupefacción quienes, desde el otro lado de la pantalla, no daban crédito a lo que estaban viendo. ¿Regreso al pasado? No. Una televisión pública en pleno siglo XXI. Para quedarse de una pieza.

Pero hete tú aquí que, no contentos con la hazaña, dan por toda explicación que se trataba de una broma acordada con la compañera. A lo que la compañera en cuestión, no sé si, como las risas del público, de manera espontánea o forzada, confirma la versión.

Hace muchos años de eso. Las cosas han cambiado y este tipo de comportamientos deben están desterrados como cosa del pasado. O eso al menos es lo que quiere una pensar.

La verdad es que me recordó mucho a aquellos niños que levantaban las faldas de las compañeras. Pero no solo eso. También me recordó a aquella maestra que quitaba importancia a la cuestión diciendo que eran cosas de niños. Solo que en este caso ni siquiera le han castigado a escribir cien veces “no cortaré el vestido de mi compañera” ni le han dejado una semana sin tele. Se han quedado con lo de que es una gracia, y punto. Como si tuviera alguna.

Pero claro, de aquellos polvos estos lodos. Si a aquellos niños del pasado, empeñados en hacer reír a sus amiguitos a costa de la humillación de una niña, les hubieran explicado un par de cosas, tal vez de mayores no hubieran actuado así. Si alguien les hubiera hecho ver que no se trataba solo de una travesura sino que entrañaba un acto, por nimio que parezca, de machismo, tal vez ahora no darían tales espectáculos sin ser conscientes de su trascendencia.

Porque hoy no son niños, ni la acción sucede ante la clase. Hoy se trata de personas adultas y el público son -o pueden ser- millones de espectadores, niños y niñas entre ellos. Y no hay mejor modo de perpetuar el machismo que repetir las acciones una vez tras otra.

Es posible que el niño de hoy, dentro de unos años, le quite la ropa en público a otra mujer, porque cuando lo hizo un locutor en la tele la gente se reía y explicaron que solo se trataba de una broma. Y ni siquiera le castigaron a escribir cien veces que no volvería a hacerlo.

Y es posible también que su hijo, al verlo, le levante la falda a las niñas de su clase para verles las braguitas y reírse de ella. Y vuelta a empezar.

Las bromas son graciosas cuando toda la gente puede reírse de ellas. Y tengan claro que a muchas personas la suya no nos ha hecho ni pizca de gracia.

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