“Las niñas actualmente se hacen fotos como putas”.
Así, con este elevado discurso, vio el juez de menores Emilio Calatayud apropiado dirigirse a España en la televisión pública nacional el pasado lunes.
Don Emilio el Patriarca. Como un padre antiguo, nostálgico de los tiempos en los que quitarse la correa para azotar al niño gamberro era derecho moral del progenitor. Como el marido que le pega a su mujer porque ella no le deja alternativa.
Don Emilio el Patriarca. Presentado como una autoridad en los medios, aunque lo único que lo diferencia del resto de machistas recalcitrantes es su osadía; la insolencia del privilegiado.
Como poseedor último de autoridad moral, el Patriarca advierte: la familia se desmorona, ¡ya no hay autoridad!. En un intento desesperado de preservar su Patriarcado, su pequeño reino doméstico, el Patriarca reclama la potestad para proteger a sus vasallos de su propia falta de raciocinio, de su propia estupidez.
Qué vida tan digna, qué existencia tan noble la del Patriarca, que con su incorruptible moralidad nos señala el camino correcto. De nadie más sino nuestra puede ser la culpa cuando el Patriarca nos reprime por no seguir su sabia doctrina. Bien merecido lo tienen esas adolescentes por dejarse engañar, seducir, atrapar por los incesantes mensajes de su entorno que rebajan a las mujeres a meros objetos para el consumo masculino. Haberlo pensado bien antes de salir a la calle con tanto maquillaje. ¿De qué nos quejamos cuando nos acosan, si lo pedimos a gritos?
Qué tiempos aquellos cuando el Patriarca podía encerrar a sus niñas en casa, o darles un buen guantazo si la falda caía por encima de la rodilla. Qué tiempos aquellos cuando no había que preguntarse el por qué la violencia hacia las niñas y las mujeres, tan normal, tan cotidiana, tan natural y tan merecida. Qué gran error de la justicia arrebatar al Patriarca el derecho corregir con la fuerza de sus manos la conducta violenta y autodestructiva que la sociedad patriarcal hace germinar en los más jóvenes.
Volvamos a aquellos tiempos, al artículo 154, a las patadas, al latigazo de la vara. Volvamos al pater familias. Solo así pondremos fin a este caos, a este abuso de libertades, a esta sociedad que, sin un Patriarca que nos guarde y nos guíe, nos enseñe y nos corrija, se desmorona ante nuestros ojos.