Hoy en día cada vez es más común la presencia de mujeres en el terreno de lo político, incluso puede parecer que el salto de la mujer de lo privado a lo público sea algo normalizado en las sociedades democráticas avanzadas.
Pero la cuestión es, ¿asistimos a un empoderamiento real de la mujer o se trata más bien de un sutil maquillaje a base de cuotas?
En los años 60, la teórica feminista Betty Friedan, ya señalaba lo lejos que estábamos de haber alcanzado la igualdad real entre hombres y mujeres a pesar de haber conseguido el voto femenino y la representación política. Han pasado unos 50 años desde que «La mística de la feminidad» de Friedan se publicara y, aunque sí que se han conseguido pequeños logros, la realidad es que la frustración e infelicidad de las mujeres, pese al supuesto bienestar que se ha alcanzado, sigue siendo un hecho.
Las razones de este falso empoderamiento
¿Cómo es posible que en las sociedades democráticas avanzadas aún no se haya logrado la igualdad entre hombres y mujeres en puestos de responsabilidad política?.
La respuesta está en que son numerosos los obstáculos que se encuentran las mujeres para llegar a alcanzar la misma posición y reconocimiento que un hombre.
Estas barreras son institucionales, políticas, pero, sobre todo socioculturales y psicosociales. Éstas últimas tienen que ver con los procesos de socialización que se llevan a cabo en el seno de la familia, la cual, como uno de los principales agentes socializadores, transmite y refuerza actitudes y roles sociales, entre los que se encuentran los roles de género que marcan las diferencias en el comportamiento que deben tener hombres y mujeres.
Estos roles de género influyen de manera muy incisiva en las actitudes hacia la política, ya que como señala Tánia Verge (2014:105), “todavía hoy la socialización de las mujeres tiende a centrarse en roles políticos más pasivos en comparación con los de los hombres, dando lugar a que en su vida adulta las mujeres presenten una eficacia política
más baja y se vean ellas mismas menos cualificadas para presentarse como políticas o cargos públicos”.
Pero este obstáculo psicológico que se imponen las mismas mujeres no es el único problema. Sino que los estereotipos de género, que la socialización desde la infancia se encarga de transmitir y perpetuar, también juegan un papel decisivo en la percepción que se tiene de las mujeres políticas ya que como explica Virginia García-Beaudoux: “En esta construcción cultural lo femenino se encuentra asociado a la pasividad, la fragilidad, la reproducción, la orientación hacia la familia y el mundo privado, la discreción, la prudencia, la emocionalidad, lo espiritual y el ser. Lo masculino, en cambio, se asocia a rasgos como la actividad, la competitividad, la fortaleza, la osadía, la intrepidez, la racionalidad, lo material y el tener, la orientación hacia el mundo público y la agresividad” (2017: 38).
¿Cuál es el problema?
Que culturalmente la política, y, especialmente, el liderazgo político se piensen en términos que equivalen a rasgos asociados a la masculinidad. Es lo que se conoce como “estereotipos espejo”, que se basan en que nuestras creencias estereotipadas sobre el liderazgo y lo masculino, “encajan, se reflejan y se refuerzan entre sí mutuamente” (Ibíd., p.43).
Es decir, en una sociedad dominada culturalmente por el patriarcado donde, por lo general, los rasgos más valorados por nuestra cultura se asocian al género masculino y los infravalorados al femenino (lo que se conoce como androcentrismo), es difícil que una mujer pueda destacar por encima de los hombres y menos es un puesto de liderazgo político.
Todo esto, lleva a que las mujeres tengan que luchar per se contra una imagen que la sociedad les impone, y es que éstas “aparecen como políticamente inexpertas, carentes de conocimiento, débiles de carácter y faltas de autonomía” (D‟Adamo, García-Beaudoux, Ferrari y Slavinsky, 2008).
De esta manera, las mujeres no solo chocan con el conocido techo de cristal sino que además deben pelearse con un techo de cemento, que vendría a ser el que se auto-imponen las mujeres al valorar los costes personales y familiares que puede suponerles la asunción de un puesto de determinada responsabilidad y hacer frente a esta imagen social y culturalmente construida (Chinchilla, 2012)4.
Así, las mujeres políticas se encuentren atrapadas en un laberinto del que no pueden salir, siendo empujadas una y otra vez de la esfera pública a la privada.
Esto es así porque como apunta Asunción Bernárdez (2010:217), las políticas “están sometidas a un doble vínculo, a un mandato de género que dice a las mujeres que “hay que ser femeninas”, cuando otro mandato dice también que “el poder es cosa de hombres” y que “el atractivo de las mujeres no está en la exhibición del poder”, o incluso que “las mujeres con poder no son atractivas”.
El papel del periodismo en la infrarepresentación de la mujer política
La intelectual feminista Nancy Fraser (2008: 92) defiende que las mujeres sufren tanto una injusticia redistributiva como de reconocimiento. Es decir, “las mujeres sufren formas específicas de subordinación de estatus” en las que se incluyen, entre otras muchas, “las representaciones estereotipadas trivializadoras, cosificadoras y despreciativas de los medios de comunicación”.
Los medios de comunicación, como defiende la tesis de Asunción Bernárdez, llevan a cabo estrategias mediáticas que despolitizan a las mujeres manteniéndolas al margen de la esfera pública y devolviéndolas al espacio privado.
Los medios “representan a las mujeres políticas en relación con su vida personal: sus relaciones afectivas, su gusto para vestir o arreglarse, cuántos hijos tienen, o la alusión a cómo logran compatibilizar sus funciones de madres o esposas son siempre la letra pequeña del tratamiento de las mujeres” (2010: 201).
Además, la llegada a un cargo de responsabilidad política por parte de una mujer se encuadra de manera que parece que los logros se lo deben siempre a un hombre, ya sea su padre, su marido u otro político de renombre que las ha apoyado en su carrera (Fernández, 2012; García-Beadoux, 2017; Bernárdez, 2010).
Conclusiones finales
La invisibilidad y trivialización que los medios de comunicación hacen sobre las mujeres políticas repercute en la percepción de la ciudadanía sobre las mismas, que son vistas como outsiders en un entorno que no se les conoce como natural ni propio.
Así pues, es imposible que exista un empoderamiento real de la mujer en política hasta que no se normalice su presencia en la esfera pública. Pero esa normalización, no pasa sólo por que aumente el número de mujeres en política sino con conseguir que lleguen a puestos de decisión y sean respetadas. Este hecho, aparte de funcionar como un espejo donde otras mujeres puedan verse reflejadas y así motivar su propio empoderamiento, serviría para introducir una perspectiva de género en las políticas públicas; lo cual ayudaría a combatir el patriarcado que reina en nuestra sociedad actual.
Sin embargo, esto nunca se logrará sin un cambio radical cultural. Un cambio que implica que los distintos agentes socializadores, en primer lugar los medios de comunicación y, tras ellos, la familia; dejen de extender y perpetuar los estereotipos de género que obstaculizan la consecución efectiva de poder por parte de las mujeres su derecho a vivir libres, sin violencia ni discriminación. Porque, al fin y al cabo, lo personal es político.
1 LOIS, M. y ALONSO, A. (2014): Ciencia política con perspectiva de género, Ediciones Akal, Madrid.
2 GARCÍA-BEADOUX, V (2017): ¿Quién teme el poder de las mujeres? Bailar hacia atrás con tacones altos, Colección Psicología y vida social 1, Grupo 5, Madrid.
3 D’ADAMO, O., GARCÍA-BEADOUX, V., FERRARI, G. y SLAVINSKY, G., (2008): “Mujeres candidatas: percepción pública del liderazgo femenino”, Revista de Psicología Social, 23, 1, 91-104.
4 CHINCHILLA, N. (2012): “¿Techo de cristal o techo de cemento?”, [En líneas]. Consultado el 23 de mayo de 2017 e: http://blog.iese.edu/nuriachinchilla/2012/12/techo-de-cristal-o-de-techo-de-cemento/
5 BERNÁRDEZ, A. (2010): ““Estrategias mediáticas de despolitización de las mujeres en la práctica política (O de cómo no acabar nunca con la división público/privado)”, CIC Cuadernos de Información y Comunicación, vol. 15 197-218.
6 FRASER, N. (2008): “La justicia social en la era de la política de la identidad: redistribución, reconocimiento y participación”, Revista de Trabajo, Año 4, nº6, pp. 83-99
cuando aparecen, ya que también se ha comprobado que la presencia de mujeres políticas es menor que la de los hombres políticos (Vinuesa, Sánchez, Abejón, 2011)7.
7 VINUESA, M. L., SÁNCHEZ, M. L., ABEJÓN, P. (2011): “Mujeres y política: un binomio con baja representación”, Ámbitos, Nº20.