La REINA JUANA: De mujeres “locas” y pactos entre varones

Octavio Salazar Benítez
Octavio Salazar Benítez
Catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Córdoba. Feminista, cordobés, padre QUEER y constitucionalista heterodoxo.
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En el debate de las Cortes constituyentes de 1931 se alegó que las mujeres no deberían tener derecho al voto porque eran puro histerismo. De esta manera, apenas hace un siglo, se reiteraba lo que ha sido una constante en buena parte de la historia de la Humanidad: sesudos científicos, políticos y filósofos (todos varones, por supuesto) insistieron en que ellas eran pura Naturaleza, emocionalidad desbordada, vasijas para la reproducción. Es decir, carecían del raciocinio necesario para el gobierno, para la cosa pública, para la ciudadanía. A lo sumo, podrían ser, como apuntó Kant, “ciudadanas pasivas”, lo cual no era sino una contradicción en sí misma con la que no se ocultaba la misoginia de este pensamiento.
La locura, por tanto, ha sido una constante en la definición del estatuto incluso jurídico de las mujeres. Un pretexto para su incapacitación, un arma en los juegos masculinos de poder, una herramienta más para mantenerlas en sus cautiverios.  La Historia está llena de mujeres silenciadas y encerradas, de seres a los que se les cortaron las alas cuando intentaron ser autónomas, de heroínas que solo con el tiempo estamos rescatando del olvido. Esa justa labor de memoria y reconocimiento es lo que plantea Ernesto Caballero en su monólogo La reina Juana. A través de una larga confesión, en la que la reina sin corona repasa sus días cuando ya le queda poca vida en su encierro de Tordesillas, acompañamos a una de esas mujeres que fueron silenciadas, que desde pequeñas fueron sometidas a violencias de todo tipo, que fueron objeto y mercancía en manos de los hombres, y a la que la historia escrita en masculino interesó que viéramos como una “histérica” Aurora Bautista loca de amor.  Por supuesto que en el cautiverio de Juana hubo también razones de amor, de deseo, de furia y de celos: ella fue una víctima más de las dependencias emocionales que genera el amor tóxico y que tantos estragos, todavía hoy, sigue haciendo en la mitad subordinada. Pero no fueron las razones del amor las que mejor nos explican a este personaje que deberíamos someter a una honda relectura. Fueron sobre todo las razones del poder, del poder masculino, las que nos dan las claves para entender por qué a ella quisieron, como dice en un momento de la obra, que la viéramos como loca,  hasta el punto que ella misma llega a verse como tal en el espejo puesto por los jerarcas delante de sus narices.
La reina Juana, que se nutre de un hermoso texto y de una puesta en escena que le da alas en vez de anularlo (bravo por Gerardo Vera), nos ofrece justamente una reflexión sobre esos “pactos juramentados” de los que habla Celia Amorós en su caracterización del patriarcado. La hija, la esposa, la hermana, la madre: Juana es siempre un satélite en función de los intereses de ellos que son los que mueven el mundo. Un ser para otros y en función de otros que, desde que era apenas una niña, fue sometida a los dolores del maltrato. El maltrato que supone negarle la capacidad de preguntarse, de decidir, de rebelarse. La historia de tantas y tantas mujeres, despojadas del poder no ya político, que también, sino del poder de ser en sí y para sí.
El tremendo caudal de emociones, sentencias y ajuste de cuentas que supone la confesión de Juana habría sido imposible, claro está, sin el talento y la fuerza descomunal de una Concha Velasco que se convierte literalmente en la reina destronada de Castilla, en la amante despechada, en la hija y madre invisible, en la mujer ardiente y en la que tal vez vivió el mayor ejercicio de cordura entre tanto loco de ambición.  Sus palabras y su propio ejemplo bien podrían ser la antítesis, femenina  feminista, de El Príncipe de Maquiavelo al que alude Juana en su parlamento. La lucidez de una mujer sin corona que ve como nadie las miserias del poder de los hombres. La loca de amor, también, pero sobre todo la condenada al silencio y a la cautividad. La invisible y a la que no dejaron que diera voz a su empoderamiento.
La reina Juana. La reina Concha. Poderío de mujeres en el que tanto deberíamos mirarnos cuando el mundo continúa prisionero de los mismos males que la hija de Fernando e Isabel denuncia con su grito desesperado. Un mundo de pactos varoniles y mujeres silenciadas. Y de amores que siguen matando.
La reina Juana, obra de Ernesto Caballero, dirigida por Gerardo Vera e interpretada por Concha Velasco, está terminado su gira. Los próximos 5, 6 y 7 de Octubre se representará en el Teatro Alameda de Málaga.

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