El coraje, a medias, de Isabel Coixet

Octavio Salazar Benítez
Octavio Salazar Benítez
Catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Córdoba. Feminista, cordobés, padre QUEER y constitucionalista heterodoxo.
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No es muy habitual en el cine en general,  y mucho menos en el español, que nos encontremos con una película escrita y dirigida por una mujer, basada en la novela escrita por otra y que tenga un personaje femenino absolutamente protagónico. Algo que si, lo medimos en masculino, es decir, si pensamos en películas escritas, dirigidas y protagonizadas por varones, constituye la regla y no la excepción.  Ese déficit de relatos construidos por las mujeres y desde su mirada sobre el ser humano y el mundo continúa siendo hoy, en pleno siglo XXI, uno de los grandes sostenedores del patriarcado, el cual, no lo olvidemos, es también, y yo diría que muy esencialmente, un orden cultural.  Por ello justamente me parecen tan admirables las mujeres que con tesón y valentía luchan por hacerse un hueco en ese mundo y, además, se mueven en él con coherencia y con fidelidad a cómo ellas entienden no solo el arte sino también la sociedad que les ha tocado vivir. Algo que ha demostrado más que sobradamente la directora Isabel Coixet, con una sólida carrera, capaz de traspasar nuestras fronteras y en la que, con altibajos, encontramos una clara línea de continuidad. La que tiene que ver con seres que luchan por ser ellos mismos en  entornos poco favorables y, por supuesto, la que nunca olvida situar a las mujeres como sujetas que no objetos de su foco. Ahí está la imperfecta pero tan sugerente Nadie quiere la noche, su película anterior, como ejemplo de su apuesta por dar voz a las invisibles y por mostrarnos un bellísimo ejemplo de sororidad femenina en un mundo ferozmente viril.
La librería, su última y recién estrenada película, se sitúa a la perfección en ese hilo ético y emocional que recorre toda la obra de la catalana. Basada en una novela escrita por Penélope Fitzgerald, adaptada por la propia Isabel, y centrada en la peripecia de una mujer, Florence Green (estupenda Emily Mortimer) que a finales de los años 50 lucha por abrir y mantener abierta una pequeña librería en un pueblecito inglés. Además de una hermosísima declaración de amor a los libros y a su poder para sanar heridas y soledades, la película es también la historia de una mujer viuda, sola, que lucha por hacer realidad su sueño en un contexto que se le pone difícil. Una historia, por tanto, que conecta a la perfección con otras que nos ha contado Coixet. Como bien le dice en un momento de la película el personaje que interpreta un majestuoso Bill Nighy, la mayor cualidad de Florence es justamente su coraje. Es decir, la fuerza interior que hace que multiplique su poder a pesar de su aparente fragilidad y de su vulnerable punto de partida. Florence es una mujer que, sin necesidad de apoyarse en un hombres, toma las riendas de su vida y de sus sueños, con la impagable ayuda, eso sí, de unos libros que son la vitamina que la mantiene en pie. Florence bien podría ser pues Isabel Coixet. Ambas comparte capacidad de autodeterminación y arrojo, fidelidad a sus convicciones y confianza en la fuerza transformadora que supone mantener la coherencia entre lo que se cuenta y lo que se vive. Hay incluso en el desaliño y en la debilidad de Florence mucho de una Coixet que con frecuencia parece que está a punto de resquebrajarse. Lástima que este certero retrato femenino se contraponga al de una malvada, interpretada eficazmente por la siempre grande Patricia Clarkson, que responde a los cánones más estrictos y maniqueos de las “malas” que imaginan los hombres.
La película es estéticamente impecable, aunque a mi parecer sobrada en algún momento de excesos puramente formales y de un cierto sabor dulzón que le quita valor. Posee además de un cierto regusto vintage que me acaba aburriendo, como lo hace también el recurso tan literario a la voz en off.  Igualmente discutible es que la novela Lolita, que se convierte en uno de los ejes de la trama, sea mirada por la directora sin un ápice de cuestionamiento feminista, en un contexto donde todas las referencias literarias que aparecen son masculinas y en el que solo se cita fugazmente a las Bronte para ser objeto de censura por parte de uno de los protagonistas. A pesar de todo ello,  La librería es, justo en estos tiempos que corren, una deliciosa llamada a ser uno mismo, a seguir confiando en la energía que habita en esa especie de hogar que acaban siendo los libros que leemos, a no perder nunca de vista que seguimos viviendo un mundo dividido entre poderosos y desposeídos. Lo único que le reprocho a Coixet es esa resignación última con la Florence se deja vencer y esa especie de melancolía con la que esa mujer, a ratos fuerte, a ratos de plastilina, parece claudicar ante los oligarcas. Quizás si la historia hubiera trascendido la individualidad y hubiera apostado por la fuerza política de lo colectivo, de lo horizontal, de la sororidad, en vez de melancolía habríamos tenido esperanza. Esa que solo atisbamos gracias al epílogo en el que pareciera que, ahora sí, al fin nos hemos encontrado con una mujer valiente. Menos mal que la película abre esa puerta porque, de lo contrario, pareciera que no hay más salida que el fuego que quema los libros o, lo que es lo mismo, el triunfo del poder y la tradición.
 

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