Dido en el mito y la cultura

Eduardo Montagut
Eduardo Montagut
Doctor en Historia, profesor de Educación Secundaria, secretario de Educación y Cultura de Chamartín del PSOE-M, y colaborador en diversos medios digitales en el área de Historia y Memoria Histórica.
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En este artículo nos acercamos a un personaje femenino legendario, sumamente interesante en el origen mítico de Cartago, y que ha protagonizado capítulos fascinantes de la cultura.
El origen de las leyendas sobre Dido hay que vincularlo a la migración fenicia y su establecimiento en el norte de África. Al morir Muto, rey de Tiro, el trono pasó a su hijo Pigmalión, hermano de Dido o Elisa, que se había casado con Sicarbas o Siqueo, tío suyo y sacerdote del templo del dios Melqart. Pigmalión deseaba los tesoros de este templo, por lo que decidió dar muerte a Siqueo. Dido tuvo tiempo de reunir a un grupo de tirios hostiles al rey y escapar con ellos, llevándose en las naves las riquezas de su esposo asesinado e incluso las de su hermano.
Al llegar a Chipre, los compañeros de Dido secuestraron a ochenta jóvenes del templo de Afrodita y las convirtieron en sus esposas. Abandonaron la isla y se dirigieron al norte de África donde fundaron la ciudad de Cartago y Dido se convirtió en su reina. Sobre la fundación de Cartago, Virgilio cuenta un episodio que se relaciona con un cuento popular. Cuando Dido y los tirios llegaron a la costa africana plantearon un pacto a los indígenas: comprarían la parte de terreno que pudiera abarcar una piel de toro. Los tirios, muy astutos, cortaron la piel en tiras finísimas y las unieron entre sí, delimitando una extensión considerable, donde se asentó la ciudad. Al parecer, este episodio tiene que ver con el hecho de que Byrsa, nombre fenicio de Cartago, es homófono de la palabra griega que significa pellejo.
Pasado el tiempo, Yarbas, rey de una tribu vecina, quiso desposarse con la reina Dido y la amenazó con declararle la guerra si no accedía a sus deseos. Dido no deseaba casarse pero no quería traer la ruina sobre la ciudad. Decidió suicidarse arrojándose a una pira. Pero, sin lugar a dudas, la versión más fascinante del fin de Dido nos la ofrece Virgilio, y lo es porque se trata de una historia de amor, la historia de Dido y Eneas.
Eneas, fugitivo de Troya, naufragó en la costa africana y fue recogido por los súbditos de Dido. La reina ofreció a Eneas su hospitalidad hasta que sus naves estuvieran reparadas. Dido había jurado mantenerse fiel a la memoria de su difunto marido Siqueo pero la intervención de su hermana Ana y, sobre todo de Cupido, instigado por Venus –madre del héroe-, provocaron que Dido se enamorase de Eneas. Para lograr su cometido, Cupido se transformó en Ascanio, hijo de Eneas, por lo que pudo sentarse en el regazo de la reina y, de ese modo, clavarle sus flechas. Juno quería que Eneas se desposase con Dido porque arrastraba un intenso odio hacia los troyanos desde el famoso juicio de París y la consiguiente guerra de Troya. Con este matrimonio no podría fundar la estirpe romana. Para ello, había pedido el concurso de Venus, pero la diosa del amor, conocedora de los motivos de Juno, fingió estar de acuerdo para que Eneas y los suyos pudieran avituallarse y reponerse después del naufragio.
Para consumar el amor entre nuestros protagonistas, Juno consiguió que en Cartago se organizase una cacería, durante la cual se desencadenó una tempestad. Dido y Eneas se refugiaron en una cueva donde hicieron el amor. Pero Júpiter deseaba que Eneas cumpliese su misión, por lo que envió a Mercurio para recordar a Eneas que debía partir. El héroe, pese al dolor que le ocasiona dejar a Dido, obedece y se hace a la mar, pero sin despedirse de su amante. Cuando Dido es consciente de la partida de su amado levanta una pira donde dispone la espada del héroe y el tronco del árbol que custodiaba la entrada de la cueva donde se habían unido. Al amanecer, sube a la pira y se hunde en el pecho la espada. Su hermana, aunque había intentando persuadirla de que no se suicidara, ante el hecho consumado ordena encender la pira. Ovidio dedicó una epístola al suicidio de Dido en sus Heroidas. Por su parte, en la Eneida, Virgilio remata la historia cuando relata la bajad de Eneas a los infiernos por mediación de la Sibila de Cumas y descubre a Dido vagando entre los muertos de amor. El héroe intenta justificar su partida, por mandato divino, porque era su destino, pero Dido, o más bien su fantasma, no parece escucharle y sigue su deambular tras la sombra de Siqueo. La muerte de Dido estaría en el origen mítico del odio de Cartago hacia Roma.
Las leyendas de Dido y, sobre todo, de Dido y Eneas han sido temas muy recurrentes en el arte. Sin pretender ser exhaustivos, vamos a realizar un breve recorrido por su impronta en la pintura, la escultura y la música. Las primeras representaciones se encuentran en frescos de la época romana. El pintor británico Turner pintó un cuadro sobre la construcción de Cartago, en donde podemos rastrear una clara influencia de Claudio de Lorena, con un puerto lleno de fabulosas construcciones y el sol al fondo. Curiosamente, Lorena pintó un lienzo con Dido enseñando a Eneas el puerto de Cartago. Guérin, pintor neoclásico, nos ha dejado un cuadro, fechado en 1815, donde podemos ver a Eneas contando a Dido las desgracias de Troya. La cacería fue inmortalizada por el francés Restout en una obra de 1774, trabajo abigarrado y lleno de personajes saliendo del palacio de Dido. El encuentro en la gruta fue pintado por Solimena a principios del siglo XVIII. Guercino pintó un cuadro muy intenso sobre la muerte de Dido: en el centro de la composición aparece la reina sobre la pira y con la espada de Eneas, mirando a su hermana y a la corte, mientras que al fondo podemos ver las naves de Eneas partiendo y Cupido alejándose. La muerte de Dido ha sido tratada, también por Andrea Sacchi en un lienzo del siglo XVII donde la reina aparece sentada con la espada y por el escultor Cayot, en una obra de 1711 que representa a Dido clavándose la espada sobre la pira.
En el Barroco, el compositor británico Henry Purcell (1659-1695) compuso en 1682 la ópera Dido y Eneas, con libreto de Nahum Tate. Una de sus partes más importantes es el aria titulada “Lamento de Dido”, When I am laid in earth (“Cuando yazca en la tierra”):

When I am laid, am laid in earth, May my wrongs create
No trouble, no trouble in thy breast;(x2)
Remember me, but ah! forget my fate,(x2)
Remember me, remember me, but ah! forget my fate.(x2)

Cuando yazga, yazga en la tierra, que mis equivocaciones
no causen problema algún en tu pecho; (x2)
Recuérdame, pero ¡ah! Olvida mi destino; (x2)
Recuérdame, recuérdame, pero ¡ah! Olvida mi destino. (x2)

 

 

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