El 22 de febrero se conmemoró el Día Europeo para la Igualdad Salarial. Se eligió esta fecha porque la conmemoración de dicha cita se aprobó el 22 de febrero de 2010 en un Consejo de Ministros y Ministras del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Desde ese febrero de 2010, hasta hoy, hemos venido reivindicando, en este día y durante el resto del año, las desigualdades que todavía sufren las mujeres en el ámbito de la empleabilidad, y que se traducen en una brecha laboral que, lejos de decrecer, cada día evidencia más y más las discriminaciones.
Una de las principales consecuencias de la desigualdad laboral es la brecha salarial, pero esta desigualdad tiene un carácter estructural y no coyuntural, por lo que conviene abordarla de manera integral.
La desigualdad de género en el ámbito laboral afecta a toda la vida activa de las mujeres, y también a las cotizaciones y pensiones. Las mujeres tienen mayores dificultades para el acceso al mercado de trabajo y, además, están realizando los empleos más precarios. Casi el 70% de empleo a tiempo parcial lo realizan mujeres. A ello debemos sumar las dificultades para la promoción laboral, el conocido techo de cristal, o ya casi de hormigón, que imposibilita la creación de espacios laborales con presencia equilibrada de mujeres y hombres, especialmente en las escalas profesionales más altas. Si fuera poco, a todo ello debemos añadir, también, que todo el peso de los cuidados de hijos e hijas, personas mayores o dependientes continúa recayendo mayoritariamente en las mujeres.
Una de las consecuencias que acarrea esta situación, durante la vida laboral, es la llamada brecha salarial, la diferencia clamorosa de ingresos que tienen mujeres y hombres, y que en este momento se sitúa en torno al 25%. No obstante, y en pleno debate sobre el mantenimiento del sistema público de pensiones es más preciso que nunca afirmarlo, esta brecha salarial se acentúa mucho más, si cabe, en las pensiones. En España, las mujeres cobran, de media, un 40% menos que los hombres en sus pensiones.
Si a todo ello sumamos la variable interseccional, el reconocimiento a determinadas realidades que acrecientan la vulnerabilidad de algunas mujeres, como la discapacidad o la migración, la situación se torna más difícil todavía. Por todo lo anteriormente expuesto podemos afirmar con rotundidad que la pobreza continúa teniendo rostro de mujer.
Recolocar la economía en una dimensión real, que pasa necesariamente porque hombres y mujeres cuidemos lo mismo y cobremos lo mismo, es esencial para avanzar en la igualdad en el ámbito laboral.
El movimiento feminista ha tenido muy claro desde sus orígenes que la emancipación de las mujeres era necesaria para garantizar su libertad. Simone de Beauvoir ya defendió con firmeza la necesidad de educar a las niñas en la autonomía. Además, consideraba que una vez que somos adultas es fundamental la independencia a través del trabajo, pues entendía que dicha independencia era necesaria para que las mujeres pudiéramos ser libres y trascender, utilizando la terminología existencialista de nuestra teórica. La emancipación como género llegaría a través de la lucha colectiva, decía Beauvoir. Será juntas como lo consigamos, afirmaba con rotundidad.
Recolocar la economía en una dimensión real, que pasa necesariamente porque hombres y mujeres cuidemos lo mismo y cobremos lo mismo, es esencial para avanzar en la igualdad en el ámbito laboral. Debemos, además, garantizar sistemas de acceso y promoción en igualdad, y desterrar cualquier atisbo de discriminación o acoso sexual en los centros de trabajo. Según un estudio del Instituto Europeo para la Igualdad de Género, un incremento de mujeres en los órganos de decisión de las empresas supondría, además, un incremento de 9.000M€ en el PIB de Europa. Hay quienes creemos que articular espacios con presencia equilibrada de mujeres y hombres es una cuestión de justicia. Si no lo ven como tal, háganlo porque todos los indicadores dicen que la igualdad incluye, también, en el crecimiento económico.
Avanzar en igualdad es fundamental para avanzar en democracia. Garantizar la igualdad laboral de las mujeres es esencial, no sólo para asegurar su independencia y libertad, sino también para reforzar nuestro sistema democrático y hacerlo más justo.