- El trabajo alerta de la necesidad de transformar los imaginarios tradicionales sobre la violencia sexista, los estereotipos asociados a las mujeres que la sufren, los hombres que la perpetran, o el contexto en el que se reproduce y legitima
- En la investigación han participado mujeres activistas de movimientos sociales, sindicatos, partidos políticos, medios de comunicación alternativos, y ONGDs
- La violencia en los contextos activistas tiene algunas especificidades como un discurso políticamente correcto, la jerarquización de las luchas o la subjetividad feminista de las activistas
La investigación presentada “Transformando imaginarios sobre violencia sexista en el País Vasco. Narrativas de mujeres activistas” ha recibido una de las tres becas que Emakunde-Instituto Vasco de la Mujer concede anualmente a trabajos relacionados con la igualdad de mujeres y hombres. La autora del estudio, la investigadora Tania Martínez Portugal, ha analizado la violencia sexista en los entornos activistas del País Vasco y para ello ha reconstruido conjuntamente con mujeres activistas de movimientos sociales, sindicatos, partidos políticos, medios de comunicación alternativos y ONGDs sus narrativas de maltrato a través de la técnica de Producciones Narrativas.
El estudio concluye que, a pesar de la heterogeneidad de las mismas y el riesgo de generalización, las comunidades activistas del País Vasco constituyen espacios en los que la violencia sexista se reproduce y legitima, dada la persistencia de las mismas lógicas que posibilitan la violencia y su justificación en cualquier otro contexto social y cultural. A pesar de la continuidad de algunas de las causas y formas de ejercer la violencia respecto a otros contextos sociales, existen ciertas especificidades: aquellas relacionadas con la negación del sexismo y la violencia sexista, la jerarquización de las luchas, o la subjetividad feminista de las activistas, la cual se ve reforzada tras atravesar un proceso de aprendizaje y empoderamiento a partir de su experiencia violenta.
Tal y como señala el estudio, la negación del sexismo y la violencia sexista dentro estas comunidades produce una mayor indignación y frustración por parte de las agredidas, dado que se convierte en una dificultad añadida a la hora de identificar las agresiones en términos sexistas y actuar frente a las mismas.
Asimismo, según el estudio, dentro de los colectivos mixtos se da una jerarquización de las diversas luchas, según la cual, combatir el sexismo queda postergado hasta la consecución del resto de reivindicaciones en torno a las cuales se articulan. En consecuencia, la violencia política será aquella que se ejerce frente y sobre los intereses y demandas de la organización, mientras que la violencia sexista es relegada al ámbito de lo privado, en dónde operan los mismos mecanismos de justificación y evasión de responsabilidades que en otros contextos.
El estudio, en este sentido, resalta la necesidad de trascender el nivel discursivo y señala que el hecho de que muchos colectivos y organizaciones se hayan apropiado de un discurso feminista como parte de su identidad colectiva y política, no implica que haya habido una interiorización a otros niveles. En tanto estructural, la erradicación de la violencia sexista requiere cambios que implican la politización de las relaciones interpersonales, la asunción de responsabilidades colectivas, o la generación de nuevos modelos de activismo, entre otros.
Una de las conclusiones generales alcanzadas por el estudio es la importancia de ampliar el conocimiento sobre las implicaciones y mecanismos del fenómeno de la violencia, cualquiera que sea el escenario en el que se reproduce. Una mayor consciencia sobre el funcionamiento y expresiones del maltrato, aumenta las posibilidades de identificarlo y enfrentarlo, bien por parte de las mujeres que lo sufren, bien por parte de la sociedad en su conjunto.