El peso de la palabra (de ellos)

Laura Fjäder
Laura Fjäder
Escritora y trabajadora social. Desarrolla el proyecto feminista pluridimensional Musas Disidentes.
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Y tú, ¿cuántas veces moriste antes de haber podido pensar, “soy una mujer”, sin que esta frase significara: “entonces sirvo”? (Hélène Cixous)
Nos han impuesto la duda. ¿Hicimos lo correcto? ¿Reaccionamos como correspondía? ¿Fuimos injustas? ¿Somos en verdad unas exageradas?
Nosotras tomamos decisiones desde el conflicto, a sabiendas de que chocarán de frente con algunos de nuestros principios feministas y que no serán adecuadas a largo plazo. Gestionar los afectos desde la asertividad, identificar violencias, liberarse de los lastres, es empoderante pero difícil porque las relaciones humanas son complicadas y nosotras (felizmente) falibles e imperfectas.
Ya sea en un contexto profesional o en el plano relacional personal de cualquier tipo, no podemos obviar que existe un entramado simbólico y estructural que sostiene con firmeza el privilegio de género de los varones y por ello, también cuando elegimos un camino distinto al de quien nos procura toxicidad, nos planteamos estrategias de afrontamiento para sobrellevar situaciones que un varón jamás contemplaría.
Cuando un hombre con el que hemos compartido espacio se vuelve contra nosotras, cuando nuestros logros se desprecian y la sinceridad, la coherencia y el respeto pierden significado… ¿Qué ocurre, cómo se nos condiciona, a qué lugar se nos relega, cómo protegernos del daño causado por tanta vorágine absurda para desacreditarnos?
Comentaba en un artículo anterior que el privilegio de género automáticamente otorga validez a la palabra del varón en cualquier ámbito mientras a nosotras, mujeres así leídas, se nos presupone falsas por naturaleza. Deslegitimarnos (nuestro cuerpo, gestión de nuestra sexualidad, nuestro trabajo…) ha sido una constante a lo largo de la Historia (la de ellos) y aún sigue vigente como táctica.
No podemos olvidar aquí que el amor romántico es un importante potenciador, con un peso simbólico abrumador y que ha sido utilizado hábilmente como método de control sutil y efectivo para favorecer la falacia de la pugna entre mujeres y mantener el statu quo de los varones en un sistema hecho a su medida.
La finalidad es ganar y mantener adeptos para una causa, la suya, la patriarcal, al fin y al cabo, mientras nosotras seguimos soportando violencias. ¿Dónde queda nuestra palabra, el propio relato, cuando el mecanismo machista para invalidarnos se centra en maniobras de censura y desprestigio? Posicionarnos del lado de nuestras compañeras es vital.
Los mitos clásicos se reproducen en pleno siglo XXI y seguimos siendo consideradas como aquéllas, las que hacían fallar al héroe, las poseedoras de una voz engañosa y estridente que no merece ser escuchada, animales emocionales, les femmes fatales. Se nos ningunea, boicotea, nos acosan y silencian. Se nos niega el derecho a la ira.
Las prácticas machistas que soportamos las mujeres por el hecho de serlo tienen como finalidad someternos y están normalizadas. Véase, sin ir más lejos, el ejemplo de esta semana pasada con Monedero imponiendo un contacto no deseado, infantilizando a Soraya Sáenz de Santamaría. El machismo no entiende de formaciones políticas.
Nosotras, feministas, debemos desactivar estos comportamientos desde la sororidad, desde espacios de sinergia políticos, pero también de cuidados. Desmontemos las estrategias patriarcales. Enfrentémoslas juntas, conscientes, viendo más allá de afinidades electivas o afectivas. Nos va la vida en ello.
 

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