Esta es la voz de una mujer que habla sobre la experiencia vivida con su hijo, en el hospital, tras el debut diabético del niño:
«… Pero, ¿sabes lo que le pasó al padre? Que M. y yo, ahora nos reímos. Tiene fobia a las agujas y no se atrevía. Y M. ya, le obligó. Y él se cabreó y se fue al pueblo y no dijo ná…Yo pensaba que se había ido a dar un paseo, cuando al rato me llama: “Prenda, ya he llegao”, “¿dónde?”, “al pueblo”. “¡Cómo que al pueblo!”… Me dejó allí sola porque le habían obligado a pinchar a su hijo, y él no podía.
El niño me cogió una manía… No me podía ni ver. Me pegaba patadas. Me decía que yo era mala. Claro, el niño veía que yo le pinchaba. Lo teníamos que sujetar entre dos. Lo sentábamos en la trona, le atábamos, y entre los dos… no podíamos con él. Y el padre que él no, que él no. No se atrevía a pincharle, y el niño venga a llorar… y es que había que hacerlo, su vida y su salud dependía de aquello».
Esta experiencia forma parte de los testimonios recogidos en nuestro libro sobre diabetes: «El día que todo cambió». No culpo a nadie, el padre, supuestamente, tenia fobia a las agujas. Solo expongo lo que, por mi experiencia, escuchando testimonios de mujeres madres, ha resultado no ser un caso aislado. La familia anterior pudo encontrar, no sin sufrimiento, soluciones a su situación. Pero en muchos otros casos, el padre, inexplicablemente, comienza un proceso de huida que en algunos casos concluye con su ausencia absoluta. Por muy increíble que parezca…
La familia, ese sagrado don que nos contaron otorgado por los dioses, encierra, a veces, como ya sabemos, infiernos muy vulgares. Hoy hablo de la paternidad no responsable, y lo hago desde otro punto de vista menos visible, el de la enfermedad. Por supuesto, hablo de la paternidad hipotéticamente «buscada», porque de la biológica, ya hay mucho escrito…
Es un tema delicado, espinoso, tristemente conocido: los supuestos padres o parejas que, aparentemente responsables, que de pronto, huyen cuando la situación familiar se torna difícil. Me he encontrado con motivos diversos: inmadurez, rechazo, miedo, y según mi análisis personal, refrendado por muchos años de docencia, y multitud de testimonios escuchados, producto de lo que yo llamo: «La estafa de la hombría», otra herencia de una cultura y una educación patriarcal.
Resulta que a muchos hombres se les vendió la familia, la pareja, y la paternidad, incluidas todas en el lote, como símbolos de hombría y reafirmación de poder. Pero… nada más. Cuando esa pareja, familia, o paternidad, se convierten en verdaderas responsabilidades, en necesidad de cooperación; en el establecimiento de vínculos afectivos, y en la aceptación de la individualidad de la persona, como ser real y no perfecto, ese ser que tienes como compañera, o el que has engendrado… ahí surgen los problemas, en algunos hombres.
La huida de la pareja o del padre, ya sea física o emocional, ante situaciones difíciles, creo que no se produce en el momento en el que surgen los problemas cotidianos, o en el que la criatura nace, (motivo estrella, este último, entre las huidas masculinas), sino que hay que remontarse a largo tiempo atrás, porque el hombre que huye, creo que ya no estaba «presente» desde el momento en el que concibió un proyecto de vida que soñó de forma irreal. ( Si es que llegó a soñarlo alguna vez). Puede que el sueño de ella fuera igualmente idealista, pero en la mayoría de los casos, la mujer no puede escapar de esta realidad, ni física, emocional, ni socialmente, sin ser gravemente penalizada y, es posible que el único escape que pueda realizar sea el emocional, a través de la depresión u otros comportamientos considerados poco maternales o poco «femeninos».
Si el tema ya es doloroso en sí, existe algo aún más terrible: la huída de la pareja, o del padre, tras la enfermedad de la mujer o de los hijos e hijas, un tema que he observado con tanta frecuencia, que no por ello resulta menos doloroso. Cuando una familia vive la irrupción en su vida de un diagnóstico de enfermedad grave o crónica, los sentimientos son caóticos, pero las mujeres, cuidadoras natas por educación de siglos, suelen permanecer al lado de sus criaturas o parejas, entregando hasta la última gota de su ser, en la mayoría de los casos. He observado, sin embargo, que cuando la enfermedad es de la mujer o de los hijos e hijas, las huidas de los hombres, ya sean físicas o emocionales, se multiplican. Y las situaciones que se provocan… son terribles.
Una amiga enfermera me hablaba de una forma de huida bastante frecuente que ella observa en el hospital, tras los diagnósticos de enfermedades graves o crónicas de los hijos e hijas : la autoexclusión de muchos padres. «No, yo no me entero»; » uff… ella, ella, yo no sé… «. Este podría ser el caso real que aparece al principio de este texto.
Me gustaría llamar la atención sobre cómo la sociedad justifica estas huidas de los hombres. Cómo su supuesto dolor, angustia o confusión, es amparado y justificado socialmente, y a su vez, cualquier comportamiento derivado de esos estados. A la mujer no le está permitido ni deprimirse. Pero nosotras no venimos dotadas de un analgésico potente en el corazón, aunque logremos desarrollarlo. He visto a compañeras madres llorar desconsoladamente pinchando los cuerpos de sus criaturas, o al agujerear los deditos de sus bebés haciéndoles controles de glucosa; las he visto deprimirse tras pasar noches y noches sin dormir… » Ella puede con todo esto y más», dicen algunos antes de salir corriendo. Y todos tan contentos. Al fin y al cabo, se da por hecho: nosotras, ya se sabe, somos mujeres y podemos con todo, eso sí, con todo… excepto con lo exigir y ejercer nuestros derechos como personas. Ahí… ya nos perciben incapaces, qué curioso.
Enfermedad: huidas masculinas
- Advertisement -
- Publicidad -