En las ciudades españolas existían en el siglo XIX y parte del XX unos almacenes donde se compraban al por mayor los trapos que se tiraban en las basuras y que recogían los traperos. Pues bien, en dichos almacenes solían trabajar de forma casi exclusiva mujeres. En el Madrid de comienzos del siglo XX, hacia 1908, y gracias a un artículo de investigación que publicó J. A. Meliá en España Nueva y en El Socialista (número de 1 de julio), sabemos que este trabajo ocupaba a unas doscientas trabajadoras. Al parecer, casi todas ellas constituyeron en su momento una Sociedad de Resistencia para defender sus derechos. Pero, según el articulista, no tenían mucha preparación y se lanzaron a una huelga calificada de prematura, y que fue derrotada, provocando una evidente desmoralización con la consiguiente disolución de la Sociedad. Al parecer, en el momento de la publicación del artículo comenzaban las gestiones entre ellas para volver a formar un Sindicato.
Meliá quería conocer de primera mano la situación de estas operarias, por lo que se presentó en uno de los almacenes madrileños, encontrándose con la oposición de su encargado que impidió que pudiera entrar y hacer fotografías. Pero Meliá no se rindió y consiguió entrevistarse fuera del almacén con las trabajadoras. Las mujeres le informaron que en la huelga pasada el encargado abofeteó a una de las trabajadoras, aunque éstas reaccionaron frente al uso de la violencia. Además, le proporcionaron datos para su artículo y su denuncia.
El trabajo era muy duro. Consistía en separar por clases y colores los trapos que llegaban a los talleres. Los trapos se encontraban en pésimas condiciones, ya que eran los que se tiraban a la basura después de mucho uso y que ya eran inservibles. No olvidemos que en una sociedad nada desarrollado la ropa de todo tipo era reutilizada hasta límites impensables en la actualidad. El trabajo, por lo tanto, tenía sus riesgos sanitarios porque, además, se realizaba en lugares oscuros y sin ventilación, generándose una nube de polvo, que se desprendía de los trapos, que eran luego vendidos para ser empleados como materia prima de la industria papelera. Las manipulaciones de los trapos se realizaban sin lavado previo.
La jornada laboral era de doce horas, comenzando a las seis de la mañana, con un descanso de una hora a las doce de la mañana. A la una se reemprendía la tarea hasta las siete de la tarde.
El jornal era de 1’25 pesetas para las trabajadoras encargadas de transportar los fardos de gran peso. Las operarias que se encargaban de clasificar los trapos ganaban algo más, 1’75 pesetas.
Meliá se quejaba de todas estas condiciones, especialmente de las higiénicas, solicitando que las autoridades pertinentes realizaran oportunas inspecciones. En relación con la jornada laboral y las condiciones salariales, confiaba en la lucha de las propias obreras, animando a que se organizasen de nuevo. Pensaba que solamente con una organización poderosa, los patronos respetarían a estas trabajadoras, fiel a sus ideas socialistas en relación con el sindicalismo.
Tendremos que seguir investigando sobre este sector de trabajo que ocupaba principalmente a las mujeres.
Las trabajadoras de los almacenes de trapos en los inicios del siglo XX
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