Hace tiempo que sabemos que el género es una construcción política perfectamente disociable del sexo biológico o, por mejor decir, del sexo cromosómico. El género es una representación colectiva que por socialización se incorpora a los individuos, se interioriza. No ocurre al revés, aunque nos parezca intuitivamente que es así: los humanos no nacen con una auto-representación de su género pre-cableada en su sistema, sino que comienzan a captar, a asimilar, inconscientemente, casi por osmosis, la construcción social del género desde el primer contacto con otros seres humanos ya moldeados por esas representaciones colectivas.
Desde hace siglos y hasta la actualidad, desde los primeros pobladores de grupos sociales en las cavernas hasta la modernidad de las sociedades de Internet, la generatriz dominante para la construcción del género ha sido el heteropatriarcado cisgénero: hombre y mujer heterosexuales, que procrearán y continuarán la especie tanto en términos biológicos como políticos, con un papel individual y social reservado al hombre y otro a la mujer. Al principio, allá en la caverna, parecía sencillo: la mujer era gestante y le tocaba criar; el hombre salía a cazar mientras la mujer atendía a la prole y acicalaba la cueva; de este modo comenzaron a definirse, grosso modo, los roles políticos de género, las construcciones sociales de código masculino y femenino: hombre explorador, proveedor y protector, y mujer cuidadora y hogareña.
Por otro lado, ya es viejo el cuento de que lo que distingue al ser humano del resto de animales es su capacidad racional. Nadie se lo cree o nadie debería creérselo, porque no es a menudo que nos comportemos muy racionalmente. Lo que diferencia a los humanos del resto de especies es en cambio la capacidad simbólica, en primer lugar; y adicionalmente y en menor medida, que los hombres y mujeres hace siglos que dejaron de adaptarse al medio ambiente, a los ecosistemas que habitan, para invertir el sentido darwinista de la adaptación: es el ser humano el que construye su entorno adaptado a sí mismo y a sus necesidades.
Hombre y mujer son construcciones políticas antiguas, que están relacionadas con fenotipos a partir de genotipos, claro, pero no tanto como creemos. Sin dimensión social, sin representación mental de papeles diferenciadores en lo masculino y femenino a desempeñar, codificados en una ideología social, el género no existiría y habría nada más que seres humanos varones, hembras y diversas variantes intersexuales. Es la construcción social la que confiere un rol político a esos atributos genético-biológicos, y esa representación política asignada proviene de lo que se mencionaba antes: las capacidades simbólica y de adaptación inversa (modelar el ecosistema a voluntad) del ser humano. No hay nada de natural en estas construcciones, sino ordenaciones sociales a partir de un reparto primitivo de funciones, en un ser humano entonces todavía muy cercano al simio, que algunos dirían que parece inalterado desde la caverna hasta el siglo XXI.
Haciendo un símil podría contemplarse el género como un software social que se instala sobre el hardware biológico. Con esa metáfora a la vista, observamos que el hardware en lo relativo al género puede ser el resultado de diversas combinaciones de los cromosomas sexuales X e Y (genética) con los distintos fenotipos sexuales a que da lugar tanto en órganos sexuales como en dotación hormonal y todas las configuraciones asociadas del sistema nervioso humano. Eso nada más que con el hardware.
Con el software hay más complejidades, puesto que los seres humanos pueden llegar con un determinado firmware (una especie de software básico preinstalado con algunas rutinas asociadas al sexo biológico), sobre el que la sociedad intenta instalar un software prototípico de género que responde, con pocas variaciones y algunas sofisticaciones meramente de estilo, al que se utilizaba en las cavernas. Ese software que la sociedad instala sobre el hardware individual es un software propietario del patriarcado, que contiene el código fuente de cómo ser hombre (masculino) y de cómo ser mujer (femenina).
Ese software preinstalado que hemos dicho (en nuestra metáfora) que es el firmware de una persona, y que se auto-programa en función de configuraciones hormonales y cromosómicas básicas, puede derivar en que alguien se sienta mujer aún teniendo una dotación de hardware que otros entienden que es propia de un varón; o generar una identidad en ciernes de varón en una biología de mujer pero con necesidad de completarse anatómicamente no para comportarse como el software social viene programado para que se comporten los hombres, heterosexualmente, sino que además haga orientar al individuo en la homosexualidad; puede ser alguien que desarrolle una orientación sexual transgénero fluida, que no excluya ningún tipo de orientación sexual con independencia de su dotación fenotípica; o resultar en una persona con multidotación fenotípica intersexual que a veces se orienta hacia lo que socialmente se considera varón y otras hacia hembra; todo entre una multitud de variantes posibles. Y todavía no hemos llegado al que, siguiendo nuestra metáfora, hemos denominado el software social de género.
Tal software social de género, el que todos tenemos instalado por la heteronorma educativa de nuestra educación, es lo que podemos denominar como software propietario del patriarcado. Es un código cerrado que se instala tal cual es y cuyo código produce (o espera producir) comportamientos normados en lo masculino y en lo femenino, con el hombre heterosexual cisgénero como dominante y la mujer heterosexual cisgénero cumpliendo un rol de subordinación, de complemento.
Desde hace ya más tiempo del que parece personas individuales se venido saltando el software propietario, se lo han desinstalado, lo han hackeado, y han optado por programar su propio sistema operativo de género, una especie de software libre. A partir de esas personas han ido surgiendo colectivos que, al modo que ocurre con el software libre en tecnología, reivindican el derecho a otra definición de su identidad –no sólo de su identidad sexual sino de su identidad personal- libre de las imposiciones del sistema dominante.
Las posibilidades de ese software libre son múltiples, puesto que su código ya no se define por supuestas características asociadas al genotipo o al fenotipo sexuales, sino por la emancipación individual. Es curioso, dicho sea de paso, como quienes más se declaran liberales en lo político suelen ser quienes más combativos se muestran con libertades de expresión y orientación sexual en lo identitario.
Como es sabido, en tecnología el software libre es un código abierto que cada cual puede programar en funciones de su conveniencia, de cómo se sienta más acoplado e identificado con ese software y las funciones que se pretende desarrolle. Trasladado este precepto al ámbito social de la expresión de la identidad de género, esa libertad genera que vayan añadiéndose nuevas letras al inicial acrónimo de LGB -ahora LGTBI y probablemente en el futuro con alguna representación más-, producto de visibilizar y dar reconocimiento a realidades identitarias de género que trascienden las costuras del código del software propietario patriarcal que la sociedad de la uniformación heteronormativa ha diseñado para etiquetar y clasificar a las personas.
Por finalizar con la metáfora que estamos empleando, lo que nos están comunicando el feminismo y las militancias LGTBI es –abusando de síntesis por mi parte- que ser hombre y mujer es una construcción política artificial e interesada inoculada por socialización y codificada con la ideología de género dominante en cada momento de la historia, historia que hasta hoy ha sido definida por el patriarcado. Lo que nos están diciendo es que hay que desprogramar y reprogramar esos constructos, esos “sistemas operativos dominantes”, para sustituirlos por “código libre” que permita a cada individuo emanciparse identitariamente en el género sobre una base muy sencilla de enunciar y muy complicada de articular: la inexistencia de desigualdades discriminativas por razón de cualquier condición social.
Al contrario de lo que postula el neomachismo apocalíptico, que cada individuo elija su propio código de género no destruirá la sociedad, sino que aumentará su diversidad y por tanto su libertad, para que algunxs sientan y se desarrollen como LGTBI+, otras como mujeres, otros como hombres, y todos construyendo sociedad sin imposiciones de “software propietario”, sino con consensos de “software libre”.
Software Propietario Patriarcal versus Software Libre de Género
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