«Actos humanos» de Han Kang novela la violencia humana en su forma más extrema

Lola López Mondéjar
Lola López Mondéjar
Escritora. Psicoanalista. Autora de la novela "Cada noche, cada noche" (Siruela) o del libro de relatos “Qué mundo tan maravilloso” (Páginas de Espuma)
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Han Kang, traducción de Sunme Yoon, :Rata_, Barcelona, marzo 2018
Como ya hiciera con su novela anterior, La vegetariana, que reseñamos aquí, Han Kang vuelve a novelar la violencia humana en su forma más extrema en Actos humanos. El origen de la novela se perfila al final del texto, cuando la autora escribe cómo a los nueve años quedó impactada por las fotografías de jóvenes asesinados en la matanza que el gobierno surcoreano llevó a cabo contra los estudiantes y la población que se manifestó en su ciudad natal, Gwangiu, pidiendo reformas democráticas durante una dramática semana de mayo de 1980. Intrigada entonces por el silencio de los adultos y sus alusiones vagas a lo sucedido, muchos años después emprende una investigación sobre lo que ocurrió centrada en un chico de quince años que fue víctima de la masacre, Dongho, que vivía en una habitación alquilada junto a su hermana a quienes compraron su casa de Gwangiu, antes de que la familia de la autora se desplazase a Seúl.
Este estudiante será el hilo conductor de una historia que la escritora despliega de forma poliédrica, superponiendo distintas perspectivas complementarias y dando voz a personajes diferentes, todos ellos víctimas de aquella semana cruel que acabó con la vida de entre 1.000 y 2.000 ciudadanos indefensos.
Explorar la crueldad humana parece ser la razón central de la literatura de Han Kang. En La vegetariana, el rechazo de la violencia lleva hasta la autodestrucción de la protagonista, que la ejerce contra sí misma al negarse progresivamente a comer carne y, luego, a ingerir cualquier tipo de alimento. En esta novela durísima, la autora no escatima en detalles sobre las torturas que los soldados gubernamentales, estimulados por los oficiales que les dan órdenes, infligen a los estudiantes desarmados que se han manifestado contra la dictadura. Una crueldad inhumana, bestial, cometida por unos seres humanos contra otros.

Tiene Han Kang una particular habilidad para cautivar al lector desde las primeras páginas, para introducirlo en una atmósfera de enorme intensidad emotiva.

No puede ser más elocuente el título de esta novela, Actos humanos, que vuelve la mirada hacia el carácter humano de unos excesos que parecen impropios de la especie, hacia una violencia que tenemos que asumir como nuestra para intentar comprenderla y evitar volverla a repetir.
Tiene Han Kang una particular habilidad para cautivar al lector desde las primeras páginas, para introducirlo en una atmósfera de enorme intensidad emotiva. Con un uso del minimalismo expresivo muy eficaz, sabe generar eso que esperamos los lectores de una ficción: que nos envuelva, que nos  saque de la realidad que nos circunda y nos lleve al mundo que la autora pretende mostrar, aunque este sea terrible. Y lo consigue acercándose enormemente a los personajes, cuyas emociones experimentamos en carne propia, pues es también en la carne de sus protagonistas donde se expresan: son sus cuerpos encogidos, erizados, angustiados, doloridos, sufrientes, los que nos hablan de lo que les está pasando. El acmé de esta exploración de las emociones a través de sus efectos corporales lo encontramos en el capítulo titulado Hálito negro, donde otro joven protagonista, Jeongdae, relata su propia putrefacción. Habla en primera persona el alma que observa su cuerpo muerto. Una disociación que sugiere la misma que tiene lugar en el proceso de escritura: separarse de la vida para observarla y contarla. Separarse de la cicatriz para escribir sobre ella. Como bien lo hace Han Kang.
Muchas son las interrogantes que se desprenden de este texto, o que se formulan explícitamente en él. En todas ellas está presente la pregunta sobre la crueldad y sus efectos en la vida y en la memoria de las víctimas, así como sobre la culpa ante la omisión de una conducta que, supuestamente, en un argumento contrafáctico indemostrable, podría haber salvado a alguien de haber sido otra la acción: y si hubiese insistido en traerlo a casa… se atormenta la madre; y si no me hubiese separado de él… lamenta el amigo.

No podemos cerrar el interrogante sobre la crueldad humana y el origen del mal con ninguna teoría concluyente.

La violencia es como una radiación, se afirma en esta novela. Una radiación que quema por dentro y extiende durante décadas sus efectos en quien la sufre. Suicidios, insomnios, alcoholismo, rechazo del contacto humano, miedo, biografías rotas. El acierto de Han Kang es múltiple. Cuenta desde el interior del cuerpo mismo de las víctimas, nos encierra en sus emociones, nos hace acompañarlas en sus tormentos. Pero lo hace también de un modo elegante, literario y polifónico. Con sugerentes elipsis temporales y espaciales diseña un entramado múltiple que acaba dibujando desde distintas perspectivas la tragedia.
Han Kang no responde a la pregunta que sobrevuela de principio a fin su novela. No podemos cerrar el interrogante sobre la crueldad humana y el origen del mal con ninguna teoría concluyente. Los actos de crueldad extrema se repiten en la historia: el Holocausto, los Balcanes, el genocidio de Ruanda o el más actual de los rohingyas; el rechazo a los refugiados de parte de los países ricos, la inacabable historia de exterminio e indiferencia hacia el pueblo kurdo o gitano. Son solo algunos ejemplos.
En la película The act of killing (2012), Joshua Oppenheimer interpelaba a los verdugos de las matanzas cometidas en Indonesia durante los años 1965/66 contra supuestos comunistas e intelectuales. En su premiado documental les pide a los asesinos, Anwar Congo y sus colegas, que repitan frente a la cámara las torturas que llevaron a cabo sobre sus víctimas y expliquen sus modos de proceder con ellas. Los ejecutores, cual marionetas en manos de un nuevo titiritero, lo hacen sin vergüenza ni culpa. El espectador tiene la impresión de que, como dijera Hannah Arendt, el mal es banal, y el verdugo un triste payaso que solo obedece órdenes, un estúpido clown que suspende su tímida y adormecida conciencia moral como un autómata.
De ser así, de ser esta la más concluyente explicación del mal como obediencia, como suspensión de la moral individual y el seguimiento ciego de la orden impuesta por la cadena de mando que la sustituye, nuestra época, caracterizada por sujetos invertebrados de subjetividad alarmantemente adelgazada, se convierte en extremadamente peligrosa. Pero ni aún así podemos cerrar la interrogación.
Recomiendo abiertamente Actos humanos, una novela que, como los efectos de la violencia, no se acaba cuando cierras sus páginas, sino que permanece en nosotros como una radiación insidiosa, inquietándonos por mucho tiempo.

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Comentarios

  1. Una autora feminista italiana hablaba del mal como ausencia, como desarrollo inadecuado de la razón. Yo también comparto la idea de que el mal radica en la falta de cualidades, no en el exceso.

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