Las mujeres hemos conseguido avances extraordinarios. No solo en la legislación sino también en la percepción social de la desigualdad y las injusticias y en el grado de tolerancia hacia esos machaques a los que nos somete el patriarcado.
Sí, hemos conseguido que ciertos abusos dejen de ser ignorados y pasen a formar parte del debate público, que dejen de considerarse personales para convertirse en políticos.
Es lo que está ocurriendo con la prostitución, por ejemplo o con el reparto de las tareas del hogar y el cuidado de los hijos, con la representación de las mujeres en el espacio público, con la desigualdad salarial, con la doble explotación, con la violencia, maltrato, agresiones, vientres de alquiler, etc.
Pero seguimos en un lodazal de permisividad repugnante. Hablemos del acoso. El movimiento Me too no debe quedar como “algo de Hollywood”. Ni como algo puntual y que ya pasó. Ni en lo de “Iba por la calle y un tipo me echó sus babas”, “Me monté en el autobús y un asqueroso se frotó contra mí”.
Fijaos en este caso que acabamos de conocer: el de Francisco Javier Rodríguez Díaz, profesor de la facultad de psicología de Oviedo: a las alumnas les dice todo tipo de barbaries machistas, las soba y las acosa.
Ellas aguantan como pueden. No tienen mucha escapatoria. Un profesor dispone de una poderosa arma en sus manos para hacer que la vida de sus estudiantes sea angustiosa. Puede directamente machacarles su futuro si ellas se rebelan.
Seguro que este tipejo lleva haciéndolo durante toda su carrera docente. Solo que, ahora, algunas se sienten fuertes como para denunciar. En eso se nota que hemos avanzado.
Un profesor dispone de una poderosa arma en sus manos para hacer que la vida de sus estudiantes sea angustiosa. Puede directamente machacarles su futuro si ellas se rebelan.
Pero, veamos: ¿recordáis lo que pasó hace un par de años a aquel abusador de la Universidad de Sevilla? Santiago Granados se llama. Fue incluso decano de la Facultad de Ciencias de la Educación. Estuvo acosando brutalmente a alumnas y colaboradoras durante años. Cuando éstas empezaron a denunciarlo, las autoridades académicas no hicieron nada. Ni el rector de entonces, ni los sucesivos, movieron una ceja. Se llaman Joaquín Luque, Antonio Ramirez de Arellano, Miguel Angel Castro Arroyo. Este último es el actual Consejero de Economía del Gobierno de Susana Díaz.
Y ahí siguen, tan tranquilos, sin mala conciencia alguna por haber consentido que Granados machacara la vida de tantas mujeres.
De todas las que sufrieron esos ataques, tres profesoras, a quienes Granados había obstruido e incluso destruido la carrera docente, terminaron denunciándolo en el juzgado. Todo el proceso tardó siete años. Siete años de tortura suplementaria. El tipejo fue premiado por la universidad con un año de sabático.
De verdad, decidme ¿se puede aguantar?
¿Es de recibo que las autoridades académicas actúen así? Su táctica: no hacer nada y, cuando ya no les queda más remedio, en vez de aplicar sanciones ejemplares, casi que los premian: al acosador de la universidad de Sevilla con un año sabático, como acabo de señalar, al de Oviedo con tres mesecillos de vacaciones que quizá aproveche para visitar algún lugar delicioso: Cancún, Copacabana…
También puede elegir destinos menos exóticos y menos paradisiacos pero que dispongan de una buena red de “servicios sexuales a precios ajustados”. ¿Qué tal unos días en Hamburgo metido de la noche a la mañana en los burdeles de tarifa plana? Y si no quiere viajar tan lejos ¿qué tal los macroburdeles de Cataluña? O incluso sin moverse: Asturias debe estar petada de puticlubs de todos los estilos y al alcance de todos los bolsillos…
Mientras, lo que hay que hacer es impedir que tenga barra libre, sancionarlo, debilitarlo. Mientras, hay que conquistar espacios de relativa seguridad y libertad para nosotras.
No. No queremos vacaciones para estos tipejos. Ni queremos que ellos, “ofendidos, heridos y deprimidos”, pidan baja por enfermedad (o sea, pidan vivir impunemente a costa del erario público). Y estoy segura de que esa será su opción si, al volver a sus cátedras, el alumnado les hace recibimientos ad hoc.
Queremos que sean expulsados. No vale que los rectores declaren que el machismo no puede estar en las aulas y tonterías por el estilo. El machismo está en todas partes. Es consustancial a esta sociedad. Y quedan muchos años por delante para acabar con él.
Mientras, lo que hay que hacer es impedir que tenga barra libre, sancionarlo, debilitarlo. Mientras, hay que conquistar espacios de relativa seguridad y libertad para nosotras.
Porque ¿os imagináis, si esto pasa en la universidad, lo que debe estar pasando en los colegios e institutos con niñas aún más jóvenes, inseguras y desprotegidas?
Y la prensa y los medios de comunicación ¿qué dicen? Pues casi nada. Andan diseccionando tesis doctorales. Entiéndase, a mí el plagio no me parece de recibo. Convendría acabar con esa tradición. Digo tradición porque ¿se nos ha olvidado ya que Luis Alberto de Cuenca, por ejemplo, copió 10 páginas de un trabajo de Gosse? Y en 2000 se supo que ese no era el único plagio cometido por el insigne Director de la Biblioteca Nacional (el lobo contratado y con sueldo para que cuide del aprisco…).
El asunto de los plagios es grave, pero, pregunto: el acoso con abuso de poder ¿no lo es más? ¿qué pasa? ¿que “lo de las mujeres”, sí, pero no? ¿por qué los medios de comunicación lo tratan como un episodio medio folclórico y solo si les sobra tiempo y espacio?
Pues nosotras no permitiremos que se ignoren estos abusos. Exijamos medidas radicales.