El Amor ha muerto

Esther Santiago García
Esther Santiago García
Educadora social con máster en Estudios de Mujeres, Género y Ciudadanía
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Hace años, Nietzche dijo que Dios había muerto. No quería con ello decir que ya la gente no creyera en Dios, sino que ya el relato religioso no era suficiente para dar sentido a la vida de las personas, la gloria infinita de un cielo tras la muerte no contentaba ya a la mayoría de la población. Ante este vacío de grandes relatos dadores de sentido, Nietzche optó por el nihilismo, una negación de toda creencia o principio moral, religioso, político o social. Como yo lo veo, esta postura es como tener una pataleta, algo que se resumiría en: “pues si pierdo el sentido que tenía antes todo con el relato religioso, significa que no sirve ningún relato, ninguna moral, ningún principio”. Es, incluso, una posición rígida que se cierra sobre sí misma: “si estos principios son relativizables, todo es relativizable y nada es válido”.
¿Por qué cuento esto? Porque a las mujeres nos ha pasado algo similar con el amor romántico y conviene tener la comparación presente. El amor romántico ha muerto, como decía Nietzche de Dios, es decir, ya no sirve para dar sentido a las vidas de las mujeres. El relato de las maravillas del amor y la entrega infinita ha caído, y en gran parte ese mérito es del feminismo.
Ya Mary Wollstonecraft empezó en 1792 a asestarle las primeras puñaladas al ídolo en su Vindicación de los derechos de la mujer. En esta obra Wollstonecraft hizo un análisis adelantado a su época sobre cómo la exaltación del enamoramiento para las mujeres, siendo esta una etapa que diferencia claramente de la relación a largo plazo y que necesariamente acabará, las arrastra hacia una vida de desilusiones, ya que cuando la pasión amorosa decrece su sobrealimentado deseo de agradar quedará frustrado y se encontrarán frente a frente con el vacío existencial, del que solo podrán huir intentado agradar a otros hombres, desarrollando celos hacia cualquier otra mujer que se acerque al marido, haciéndose vanidosa…etc.
El de Wollstonecraft es, sin duda, un análisis brillante que pone sobre la mesa uno de los asuntos clave del feminismo: la vacuidad de la construcción del género femenino, y considero que no cuenta con el reconocimiento que merece por ello, ni se conoce demasiado este aspecto de su obra. Su consejo hacia las mujeres para superar esta situación es el siguiente: “Pero, tanto si es amada o descuidada, su primer deseo debería consistir en hacerse respetable y no delegar toda su felicidad en un ser sujeto a las mismas debilidades que ella”. Para Wollstonecraft, voz ilustrada, hacerse respetable equivale a alcanzar la virtud, cultivarse a través del uso de la razón. Ese era el objetivo vital de los hombres ilustrados, objetivo que venía sustituyendo al de ganarse una plaza en el cielo cristiano y que empezaba, por tanto, a asestar puñaladas a Dios. Pues bien, nuestra autora feminista defendía ese mismo fin para las mujeres.
En la actualidad son múltiples las investigadoras/es, autoras/es y las voces militantes del feminismo las que advierten sobre los peligros del amor romántico, y lo que señalan no se aleja demasiado a lo que aportó Wollstonecraft en el siglo de las luces: El amor romántico y sus mitos predisponen a establecer relaciones de pareja tóxicas y, para las mujeres, aumenta el riesgo de padecer violencia de género.
Repasemos muy brevemente los falsos mitos que sostienen el ideal del amor romántico:
• La media naranja: en alguna parte hay alguien predestinada/o para otra persona y, cuando se conozcan, serán siempre felices.
• La pasión intensa de los primeros tiempos de una relación debería durar para siempre y, de hecho, ser la que sustente la relación.
• El amor es ciego.
• Los celos son prueban que hay amor.
• Separarse o divorciarse significa fracasar
• Se puede amar a quien se trata mal
• El amor de verdad duele
• El amor de verdad puede superar cualquier obstáculo
De todos estos mitos, en esta ocasión me interesa centrarme en el de la pasión inicial, porque amor y enamoramiento se han confundido mucho. Cuando decimos que el principal objetivo en la vida de muchas niñas, adolescentes y mujeres adultas sigue siendo enamorarse no nos referimos a mantener relaciones amorosas estables, sino a experimentar la intensa emoción del enamoramiento, la cual está abocada a terminar en más o menos tiempo.
¿Qué supone para nosotras que la mayor aspiración que nos han enseñado a tener solo pueda satisfacerse por breves periodos de tiempo y saltando de relación en relación? Varias cosas, ninguna muy relacionada con el empoderamiento:
• Desarrollar dependencia emocional de varios hombres o mujeres, ya que se desea con fervor experimentar el enamoramiento.
• Quedar expuestas a malos tratos. Con tal de recibir la dosis de emociones intensas se puede aguantar casi cualquier cosa: infidelidades, mantener relaciones o prácticas sexuales no deseadas, gritos, chantajes… hasta golpes.
• Pausar el desarrollo individual y de otros tipos de relaciones. Es muy triste ver cómo muchas adolescentes pierden sus mejores años persiguiendo a diferentes chicos, sin prestar ni la mitad de esa atención a desarrollar sus potencialidades o a cultivar relaciones de amistad fuertes y duraderas.
• Autoconcepto y autoestima dañados. Si la gran felicidad la dan las parejas, ¿dónde queda la capacidad de auto complacerse? ¿dónde el reconocimiento de las cosas que una persona puede hacer por sí misma para sentirse plena?
Solo con este breve análisis, parece muy justificada la necesidad de cargar tintas contra el dichoso amor romántico y contra todos sus mitos, es decir, de matar a esta especie de Dios de las mujeres. Pero… ¿tenemos igual de claro con qué vamos a rellenar el inmenso hueco que dejará? Después de matar a nuestro Dios, ¿qué haremos, convertirnos en nihilistas como Nietzche? ¿Empezaremos a buscar un sentido para la vida más allá del amor en medio de la desolación que deje su partida o antes?
Creo que estas preguntas deberían ser las que guíen cualquier reflexión o intervención sobre este tema, porque si no las tenemos claras no sabremos qué pasos dar, ni hacia dónde dirigirnos. Es más, nadie va a querer matar a su ídolo sin contar con un plan B: esa es la razón por la que numerosas formaciones y talleres con jóvenes o adultas falla y queda solo en un discurso políticamente correcto.

Para ejemplificar lo que digo voy a poner el ejemplo de mi propia experiencia. Como adolescente crecí anhelando la experiencia del amor romántico, idealizando a varios hombres y varias relaciones, desilusionándome y empezando de nuevo, una y otra vez, enganchada a las sensaciones de enamoramiento y sin comprender por qué tenían que terminarse al cabo de un tiempo. Devoraba libros de amor y visionaba películas del mismo tema, novelas y series. Puede que no tuviera idea sobre mi misma y mis gustos, sobre lo que quería estudiar o lo que quería hacer en la vida, pero tenía perfectamente claro que la felicidad iba a aparecer con la media naranja, con la que el amor sería completo y la intensidad no decrecería jamás. Aguanté relaciones tóxicas en nombre de ese Dios y de su tierra prometida.
Si en aquellos momentos alguien me hubiera dicho que todo eso del amor tal como lo estaba entendiendo era mentira, no lo hubiera creído. Es más, habría odiado a esa persona y la habría despreciado por frívola. Es decir, me habría aferrado más a mi única promesa de felicidad. El proceso tuvo que darse de otra manera muy distinta.
Poniendo otro ejemplo bastante dramático: es como querer desintoxicar a una persona con adicción a la heroína sin facilitarle metadona para el proceso: no va a salir bien.
Por eso las feministas tenemos que desarrollar otras estrategias más inteligentes si queremos desterrar el amor romántico definitivamente. Retomando las preguntas que formulé antes, considero que es peligroso matar al dios Amor y dejar a las mujeres en medio del vacío existencial que deje. Puede que algunas no hayan depositado en él tantas esperanzas, pero muchas sí lo han hecho. Por eso abogo porque nuestras intervenciones se muevan desde la anticipación, otorgando desde el principio otros sentidos para la vida, otros grandes relatos lo suficientemente atractivos como para que las mujeres se planteen por sí mismas que ese dios Amor no es tan grande ni poderoso. Creo que así ahorraremos tiempo explicando por qué los mitos del amor romántico y el propio amor romántico son un cuento tóxico. Ojo, no digo que estas explicaciones no sean importantes, sino que no deben ser lo único que tengamos.
Cierro este artículo dejando algunas preguntas en el aire para retomar en el siguiente: ¿Qué nuevo sentido le daremos a la vida de las mujeres más allá del amor romántico y sus variantes? ¿Convertiremos a las relaciones poliamorosas, supuestamente libres, en el nuevo Dios que nos dé una excusa para seguir teniendo la dosis de enamoramiento deseada? ¿Qué gran relato puede ser lo suficientemente atractivo y poderoso como para ir sustituyendo el peso del amor romántico como dador de sentido y dicha? ¿Hasta qué punto podemos generar ese gran relato dador de sentido en medio de una sociedad patriarcal, capitalista e individualista? ¿No implicaría ese gran relato nuevo una lucha social para alcanzarlo y revolucionar los viejos modelos sociales caducos?
Referencias bibliográficas
Marroquí, M., Cervera, P. (2014), “Interiorización de los falsos mitos del amor romántico en jóvenes”. Reidocrea, 3(20), pp.142-146. Recuperado de: http://digibug.ugr.es/bitstream/handle/10481/32269/ReiDoCrea-Vol.3-Art.20-Marroqui-Cervera.pdf?sequence=1&isAllowed=y
Wollstonecraft, M. (1792), Vindicación de los derechos de la mujer. Penguin Random House Grupo Editorial España. Edición de Kindle.

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