Amas de casa: ¿imposición o elección?

Victoria Chacón
Victoria Chacón
Doble Graduada en Humanidades y Traducción e Interpretación. Actual estudiante del Máster de Género e Igualdad en la Universidad Pablo de Olavide.
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Desde que el ser humano se organizó entorno a un sistema patriarcal, a las mujeres siempre se nos han asignado las tareas del hogar y cuidados. A lo largo de toda la tradición androcéntrica y patriarcal podemos encontrar ejemplos de la obligatoriedad de la reclusión de la mujer en la esfera privada, es decir, la imposición del rol de ama de casa en contra de la libertad de elección. Por nombrar algún ejemplo significativo, podemos recordar a Rousseau. A pesar de ser un ilustrado en su obra se encuentran descripciones de las mujeres como Sofía, a quien se le impone la domesticidad y se la aparta al mundo privado por motivos naturales, lejos del mundo público y de la razón de Emilio. Es cierto que a Rousseau siempre se le olvidó incluir a las mujeres en sus escritos y que su visión de ellas era el resultado de toda esta tradición patriarcal a la que nos venimos refiriendo, aunque, realmente, esta no es excusa. A pesar de todos los teóricos misóginos como Rousseau, también podemos encontrar otros a favor de la igualdad entre ambos sexos. Entre ellos Poulain de la Barre, ya en el siglo XVII, o Condorcet, su coetáneo.
Ante esta imposición y en una sociedad anclada en la tradición, muchas fueron las mujeres que se negaron a aceptar el rol del ángel del hogar y que, además, se atrevieron a reflejarlo en sus libros y en sus propias vidas. Haciendo un repaso teórico rápido, no podemos dejar de nombrar la importancia de las obras de Mary Wollstonecraft y su Vindicación de los derechos de la Mujer en 1790; a Virginia Woolf y Una habitación propia en 1929; o a Simone de Beauvoir y El segundo sexo en 1949. Todas ellas reclamaban el trabajo remunerado fuera de casa para que la realización de la mujer fuera posible. Todas apelaban a la educación como herramienta para liberar a las mujeres del que puede ser uno de los mecanismos de subordinación del patriarcado con más peso. Aun así, no fue hasta la publicación de La Mística de la Feminidad de Betty Friedan en 1963 cuando las mujeres sintieron de forma colectiva esa «enfermedad que no tiene nombre», cuyo causante era la reclusión de la mujer como ama de casa. Esto no significa que las anteriores teóricas no  hayan tenido su propia repercusión, además importantísima todas y cada una de ellas, pero bien es cierto que el contexto de Betty Friedan fue más favorecedor. Estamos en un periodo de entreguerras en el que las mujeres ya habían trabajado fuera de casa para ayudar a la «patria» durante la guerra, y que, de pronto, volvieron a ser recluidas porque volvió el hombre reclamando «su espacio». Es un momento de retroceso en el que las abuelas y madres tuvieron más libertades que sus propias nietas e hijas.
A pesar de los beneficios de la unión colectiva, es importante resaltar que este debate se hace desde el punto de vista de todas aquellas mujeres que no necesitan trabajar fuera de casa para poder sobrevivir económicamente, pues pertenecían a las clases más pudientes. Recordemos ahora las quejas de Bell Hook y del feminismo negro o incluso la queja del feminismo socialista. La obra de Betty Friedan solo recogía la realidad de una parte de la población. ¿Qué pasaba con todas aquellas mujeres que sí trabajan fuera de casa? ¿Preferiría una mujer pobre dedicarse plenamente a la vida doméstica antes de ser explotada laboralmente? ¿Deberían las mujeres elegir si trabajar fuera o dentro de casa? ¿Si trabajan fuera ya no tienen por qué ser amas de casa? Estas preguntas forman parte de un debate todavía vigente en la actualidad.
Por un lado, tenemos la problemática de las mujeres que trabajan fuera de casa.  El trabajo doméstico, al ser un trabajo «femenino» y dentro de casa, está infravalorado y no tiene remuneración, lo que obliga a muchísimas mujeres a tener que salir a trabajar. Pero, ¿qué situación se encuentran? Básicamente, tienen que seguir enfrentándose al mismo sistema patriarcal, que crea nuevos mecanismos de subordinación para seguir manteniendo su «supremacía» o su «poder».
En 1981, Betty Friedan escribe La Segunda Fase, libro en el que podemos encontrar uno de estos nuevos mecanismos, como es la doble jornada. Aunque ahora las mujeres compartan la esfera pública con los hombres, el trabajo de los cuidados y de las tareas del hogar sigue recayendo única y exclusivamente sobre la mujer. Es decir, la herencia esencialista-machista que liga a la mujer a lo sensible/natural sigue vigente hoy en el siglo XXI. Reflejo de ello son comentarios como «yo ayudo a mi mujer en casa».  Esto provoca, no sólo que las mujeres tengan jornadas intensivas, sino que además no se las reconozcan por ello, ya que es «su obligación» o «su decisión» al aceptar un trabajo fuera de casa. A esta doble jornada se le suman otros mecanismos de subordinación como es la brecha salarial, las dificultades de acceso a los trabajos, la larga lista de barreras estructurales como «el techo de cristal» o el «suelo pegajoso», y un largo y extenso etcétera.
De nuevo, a pesar de romper con la reclusión en la esfera privada, las mujeres no se libran del rol del ángel del hogar, lo que provoca que sigan estando en una situación de desigualdad.
En la otra parte del debate, nos encontramos a las mujeres que libremente han optado por trabajar como amas de casa. Muchas son las mujeres que prefieren formar una familia y dedicarse plenamente a ella, antes de promocionarse profesionalmente: ¿es esta elección fruto de una decisión propia o son víctimas de un rol impuesto?
Actualmente puede verse esta libre elección de una forma negativa principalmente por dos razones. La primera es que existe la postura de que el trabajo de ama de casa no es trabajo, derivada de la idea de que si no se recibe dinero a cambio, no es trabajo. Es por ello, además de porque la independencia económica da libertad, por lo que se reclama la valorización del trabajo en casa como un trabajo igual o más importante que un abogado, un doctor o cualquier otra profesión, ya que es en casa donde da comienzo la reproducción social y que sin el trabajo de ellas la sociedad perdería su base. Esta compensación económica es necesaria,  además de porque realmente es un trabajo, y muy duro, porque es esencial para que estas mujeres puedan tener independencia de sus parejas y puedan vivir sus propias vidas como cualquiera otra trabajadora. La segunda razón de rechazo viene de algunas mujeres que las ven víctimas del mismo estereotipo contra que el que llevan tantos años luchando. A pesar de que se elija libremente, se piensa que esta elección está infundida por la educación patriarcal recibida de la mujer-cuidadora ligada al mundo sensible-natural; a esta otra herramienta del patriarcado se la conoce como el mito de la libre elección. Recordemos aquí también cómo en la crisis española actual se ha «recuperado» la economía con la vuelta de la mujer al hogar o aceptando la media jornada, ¿ha sido elección o imposición?
Nos encontramos entonces en un bucle en el que la mujer, elija lo que elija, siempre va toparse, en primer lugar, con el sistema patriarcal presente en todos los ámbitos de la sociedad; y, en segundo lugar, con las habladurías que siempre cuestionaran su elección y que les pondrán impedimentos para que desarrollen sus propias vidas.
El debate del ser «ama de casa» con total seguridad es un debate al que todavía le quedan algunos/muchos años de vigencia. Imposición o elección, lo cierto es que el patriarcado siempre encontrará formas de subordinación, y es contra sus mecanismos contra los que hay que luchar para que, verdaderamente, las mujeres seamos libres para crear nuestras propias vidas sin sentirnos coaccionadas por ningún estereotipo o rol impuesto. Para ello es de vital importancia todas las luchas por la igualdad laboral real y el reconocimiento del sector de las amas de casa, lo que conlleva un necesario cambio en la sociedad y la destrucción total del patriarcado hacia un mundo más igualitario.

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