“Ninguna mujer que se respete a sí misma debería desear o trabajar por el éxito de un partido que ignore su sexo”, decía el cartel rojo con letras amarillas. La frase es de la sufragista estadounidense Susan B. Anthony y fue pronunciada por primera vez en el año 1872. El cartel se encontraba como fondo del escenario en el salón de conferencias de la ciudad de Bath, en Inglaterra, donde el grupo de activistas feministas Woman’s Place UK , sostendrían una reunión pública sobre las implicaciones de las políticas de identidad de género, en relación a los derechos de la mujer, en el contexto de una consulta pública que el gobierno inglés abrió sobre un conjunto de reformas a la Ley de Reconocimiento de Género del 2004. El 2018 fue el año en que se celebró el centenario del sufragio (parcial) de las mujeres en Inglaterra, por lo que mensaje cobraba más fuerza para las inglesas.
Oigan qué es lo que hay: yo lo que soy es una escritora dominicana que dejó la licenciatura de derecho por la mitad, pero a mí me interesa entender, no solo el debate (o la pesadilla) del momento en relación al tema de la identidad de género y su impacto en los derechos de las mujeres dentro del movimiento feminista, sino también las implicaciones legales que esto podría acarrear para diversos países.
En Inglaterra surgieron más de una docena de campañas políticas para hacerle frente a las propuestas del gobierno inglés, así que me uní a las dos campañas que tenían el enfoque más político y técnico. Esa noche de noviembre en Bath, subí al escenario, abracé bien fuerte a las demás ponentes y compartí mi discurso, ante una sala repleta de personas que nos miraban con alivio. Afuera se desarrollaba una protesta del colectivo trans, a pesar de que por seguridad, nunca anunciamos con antelación dónde sería celebrada la reunión. Quienes compran una taquilla para asistir al evento, se enteran el mismo día, siempre a las once de la mañana. Dentro y fuera del salón, había media docena de seguridad privada que tuvimos que contratar, más algunos policías uniformados. En el edificio de al lado, varios policías vestidos de civiles monitoreaban la situación.
A pesar de que contamos con compañeras brillantes debatiendo y argumentando todo tipo de posiciones, en relación a la temática referida, mi parte favorita durante las reuniones es cuando la audiencia toma la palabra. Todo el mundo es bienvenido, pero los hombres casi siempre guardan un silencio respetuoso, mientras escuchan nuestros argumentos. Las mujeres que agarran el micrófono explotan: se quieren desahogar expresando todos los pensamientos que les han prohibido pensar y todas las humillaciones que han tenido que aguantar por este tema.
Nos quieren comentar sobre sus experiencias. Hablan del terror que las mantenía amordazadas y de lo que les pasó en el grupo local de Facebook de su partido político, cuando se atrevieron a cuestionar el tema de la identidad de género y su impacto en los derechos de las mujeres. Casi siempre las expulsan acusándolas de transfóbicas o son sometidas a investigaciones internas sobre sus ideas blasfemas. También son expulsadas del grupo de lactancia, cuando dicen alguna frase inocua como “las mujeres que lactamos”, tildándolas de excluyentes e ignorantes.
Las periodistas, académicas, escritoras, investigadoras, comunicadoras y congresistas que sacan la cabeza en este asunto lo tienen mucho peor, pero cada día me asombra más el nivel de supresión que sufren las mujeres dentro de sus comunidades, incluso a un nivel muy local. Lo que sea que nosotras hayamos alcanzado hasta ahora, más lo que conseguiremos en el 2019, se les debe a miles de mujeres anónimas que se han atrevido a cometer el crimen más herético al patriarcado: pensar y hablar sobre sí mismas, asumiendo que sus vidas son importantes, porque lo son.
Siempre miro con mucha atención y respeto a las mujeres que se me acercan luego de las reuniones a sabiendas de que les ha costado mucha determinación y coraje siquiera venir a nuestras reuniones. De manera extraña y totalitaria, los activistas del colectivo trans insisten en tirarles fotos a las mujeres cuando las encuentran entrando o saliendo de las reuniones “para delatarlas”.
Nunca olvidaré la reunión de Oxford, a finales de abril del 2018. Me metí en el baño a cambiarme la ropa y cuando salí, vi a un profesor de la Universidad de Oxford, simpatizante de nuestra campaña, consolando a una mujer que llevaba a su bebé en un cochecito y estaba llorando. Les pregunte qué fue lo que pasó, y me explicaron que los activistas, quienes vociferaban desde la calle con un megáfono, le habían tirado fotos a ella y a su bebé, incluso luego de que ella les pidió que no lo hicieran, ya que ella acababa de salir de una relación violenta.
No pude ni siquiera abrazarla, porque estábamos a punto de empezar y era ponente, pero recuerdo que miré este cuadro y pensé: “Esto es una locura. ¡Nada de esto es normal!”. Aquí entre nosotras, durante este año 2018, he deseado muchas veces haberme vuelto loca. Porque así todo el problema se reduciría a una sola persona, pero no. Todo esto es bastante real.
Esa noche, habíamos reservado un salón de conferencia dentro de un edificio donde por casualidad y simultáneamente, un grupo de víctimas y sobrevivientes de violación, sostendrían su terapia semanal en un salón adyacente. Las organizadoras les explicaron a los transactivistas que realizaban el boicot, que su acción les afectaba a ellas, pero estos se negaron a desarticular la protesta y a dejar de causar molestias con sus megáfonos.
Durante las dos horas que duró nuestra reunión, el aparato estuvo activo amplificando expresiones que iban desde “transfóbicas” hasta “pedófilas”.
Dos semanas antes, en Gales, habíamos reservado un salón de conferencias en un hotel. Pero los transactivistas, quienes habían comprado una taquilla para dar con nuestra ubicación, bombardearon todos los teléfonos del hotel Mercury, presionándoles para que nos cancelaran la reserva y lo consiguieron. Yo me enteré de que nos quedamos sin salón de conferencias, montándome en el tren en Brístol. Es decir, las ponentes y las mujeres íbamos de camino a una reunión que no sabíamos si tendría lugar. Afortunadamente, miles de mujeres que quizás ni se habrían enterado de que nosotras existíamos, se indignaron por la cancelación de la reserva a última hora, y se ofrecieron a ayudarnos. La reunión de Woman’s Place UK en Cardiff la sostuvimos en una escuela pública y la audiencia tuvo que sentarse en sillitas escolares.
Desde un principio la determinación ha sido clara: hacer del debate de la identidad de género y sus repercusiones en los derechos de las mujeres un tema tan tóxico y de condiciones tan áridas, que no se nos ocurra ni reunirnos para discutirlo. Yo me uní a la campaña creyendo comprender este tema, pero ahora sé que en ese entonces yo no entendía nada de nada de nada. Amerita ser analizado desde tantas perspectivas, que frecuentemente nosotras mismas nos sentimos sobrecargadas de información.
La pregunta que más me inquieta es la siguiente: ¿cómo puede un país, de esos que alega ser “desarrollado”, degenerarse a tal punto que un grupo de mujeres reunidas para dialogar sobre sus derechos ante la ley, necesitan seguridad pública y privada, para protegerse de sus aliados dentro de la izquierda? ¿Qué pasó en Inglaterra que, como sociedad, haya llegado aquí?
El Contexto Legal
La Ley que ha generado la controversia se denomina Ley de Reconocimiento de Género, pero en realidad, lo que legaliza es algo que se considera una ficción jurídica, pues se crea y perpetúa la mentira imposible de que las personas pueden cambiar de sexo. Como explica la jurista británica Julian Norman: “existen dos maneras de ser mujer ante la ley: biológicamente al nacer o legalmente al adquirir un certificado de reconocimiento de género”. Esto, de por sí, crea un problema y nadie sabe bien cómo interpretarlo en la práctica. Sucede que permitir esa ficción jurídica entra en conflicto con la Ley de Igualdad del 2010, que considera el sexo como una característica protegida en base a que las mujeres y niñas necesitan derechos como clase social, otorgándoles una serie de excepciones para ello, y en el conflicto que se crea entre la Ley de Reconocimiento de Género y la Ley de Igualdad, se vulnera los derechos reconocidos en la Ley de Derechos Humanos del 1998, particularmente el derecho a la libertad de expresión, libertad del pensamiento, libertad de congregación y asociación.
Tanto la ley de Reconocimiento de Género como la de Igualdad contemplan la “reasignación de género” y proporcionan protecciones para evitar y sancionar la discriminación en el ambiente laboral, la vivienda y la violencia. De hecho, la ley inglesa es una de las más laxas a nivel mundial, ya que la “reasignación de género” se considera una característica protegida si la persona “propone someterse, está en proceso de someterse o se ha sometido a un proceso (o parte de un proceso) con el propósito de reasignar el sexo de la persona, al cambiar los atributos fisiológicos u otros atributos de su sexo”. Es decir, la ley actual es tan flexible que inclusive otorga el reconocimiento a las personas que están proponiendo una “reasignación de género”. Encima de ese contexto en que actualmente hay tres leyes en conflicto, el gobierno conservador inglés (con el aval de todos los partidos políticos) ha decidido añadir otra variable a la ecuación: el concepto de la autodeterminación de sexo.
Hay que preguntar en voz alta: ¿por qué la Ley de Reconocimiento de Género, una de las leyes trans más permisivas a nivel internacional, debe ser modificada, si apenas fue aprobaba en el 2004? Para contextualizar las cosas, recordemos que en Inglaterra las mujeres no pueden divorciarse unilateralmente. Usted puede ser la mujer más infeliz del país, y la Suprema Corte de Justicia ha decidido (a unanimidad) que usted debe permanecer casada con ese hombre lo quiera o no. Esta Ley de Matrimonios data del año 1973.
De la Disforia A La Identidad: Un Salto Al Sinsentido
“Es que desde el año 2004 hasta ahora han cambiado muchas cosas”, dirán los promotores de las propuestas del gobierno inglés. Y tendrán razón. La concepción de persona trans que la mayoría de las personas maneja, y en la que se han basado las leyes existentes, ha sido descartada. Ya no estamos hablando de personas con disforia de género que viven su vida presentando una expresión de género contradictoria con el sexo que quisieran tener.
Ahora el paraguas trans incluye no solo las personas transexuales y transgénero, sino también “los hombres femeninos (¿qué significa eso?), las personas bigénero, pangénero, agénero, sin género, fluidas de género, variantes de género, inconformes con su género, ambigénero, intergénero, no binario, gente que se considera en el medio, gente de género neutro, las mujeres masculinas (¿que qué significa eso?), la gente andrógina, los hombres con fetiche de vestirse de mujer ocasionalmente, los travestis y los drag queen”. Para no ser excluyente, pido disculpas a los demás 83 géneros que no incluí, por cuestiones de espacio.
Parecería un chiste, pero el argumento es bastante serio, porque lo que está siendo convertido en política pública a nivel internacional, es que no existe diferencia alguna entre una mujer y cualquier varón que exprese un conjuro mágico: “yo me autoidentifico como mujer”. Aún si esa persona tiene barba. También cuando lleva barba, saco y corbata. Y abarca incluso cuando la persona tiene barba, saco, corbata y se autoidentifica como mujer solo tres de los siete días de la semana, tal y como lo hace el ejecutivo Philip/Pips Bunce. En ese caso, Credit Suisse, una institución financiera, le distinguirá colocándole en la lista de las Top 100 Mujeres en Negocios de Inglaterra.
lo que está siendo convertido en política pública a nivel internacional, es que no existe diferencia alguna entre una mujer y cualquier varón que exprese un conjuro mágico: “yo me autoidentifico como mujer”.
Por ahí andará una mujer que se ha pasado la vida entera abriéndose camino en el difícil y androcéntrico mundo de los negocios, pero que fue desplazada del Top 100 porque su plaza se la dieron a una persona que expresa que ser mujer es “su alter ego”.
“Credit Suisse se siente orgulloso de ser un empleador incluyente que celebra todos los aspectos de la diversidad”, expresó la institución ante la controversia, mientras que Bunce aceptó el reconocimiento diciendo: “Para mí es todo un honor y agradezco todo el progreso que estamos alcanzando a favor de todas las formas de diversidad de género e igualdad”. Por cierto, Credit Suisse les paga a sus empleadas 30% menos que a sus empleados y sus aumentos salariales son en promedio 56% menos generosos que los de los hombres. Bunce no ha querido explicarles a las mujeres que cuestionan su reconocimiento, si le pagan como mujer o como hombre.
Si la mujer no existe como ser humano por derecho propio, sino como un conglomerado de personas, entonces se pulveriza a la mujer como sujeto político y habrá que reconceptualizar todas las teorías feministas, empezando con la concepción del género, la cual es fundamental para el movimiento de la liberación de las mujeres. Pero aparte de eso, tenemos que analizar con mucho detenimiento que las personas proponentes de las políticas de identidad de género, consideran que todas las personalidades anteriormente mencionadas, caben dentro del paragua trans, dejando fuera del mismo sólo a “las mujeres femeninas” y a “los hombres masculinos”. ¿Qué implicaría reestructurar sociedades en base a esa visión del sexo y el género?
Credit Suisse les paga a sus empleadas 30% menos que a sus empleados y sus aumentos salariales son en promedio 56% menos generosos que los de los hombres. Bunce no ha querido explicarles a las mujeres que cuestionan su reconocimiento, si le pagan como mujer o como hombre.
Quisiera pensar que, en estos momentos, el liderazgo de las organizaciones LGBT está ponderando de manera sopesada si ese salto al vacío, de la disforia de género a la identidad de género, ha valido la pena. Muchas personas sentimos una inmensa simpatía por la gente que sufren la primera, pero la segunda abre paso a ideas tan descabelladas que el rechazo social que se avecina podría tornarse descomunal. Especialmente cuando empiecen a llegar las demandas de la niñez que está siendo convertida en un experimento médico. Escribe el periodista ingles James Kirkup, que el tema de la identidad de género llama a la reflexión:
“El tema plantea cuestiones serias sobre la construcción de políticas públicas, pero la clase política ha permanecido silente, temerosa de cuestionar las demandas de activistas trans y las consecuencias de su ortodoxia. A veces ese silencio es justificado. Representantes parlamentarios, en su mayoría mujeres, quienes han tratado de debatir este tema reciben abuso. He perdido la cuenta de políticos y políticas, algunos miembros del gabinete, que me dicen en privado que les preocupa la agenda del colectivo trans, pero que no se atreven a decirlo públicamente.
Ese silencio me perturba. Mi interés particular es el miedo al fracaso político, y lo que ocurre cuando políticos y políticas de sensatez fallan en su deber de evaluar la evidencia y conciliar conflictos de intereses. Ese fracaso permite que el debate trans sea dominado por grupos activistas estridentes y agresivos cuya intención es eliminar toda la evidencia que les sea inconveniente o las voces disidentes”.
Esto es bastante extraño. Usualmente, los colectivos de personas oprimidas le tienen miedo a lo que podría hacerles la clase dominante, quienes por definición tienen más poder estructural sobre ellos, no al revés. ¿Qué usted cree que este pasando en este tema?
Desafortunadamente, el colectivo trans se ha ganado la reputación internacional de demandar políticas públicas supremacistas e irracionales sin tener que dar explicaciones al respecto, responder preguntas ni recibir escrutinio público. Ante estas exigencias la respuesta debe ser categórica: no y punto.
En Inglaterra, las propuestas sobre la reforma a la Ley de Reconocimiento de Género emergen del Ministerio de la Mujer e Igualdades, e inicialmente contaban con el apoyo (voluntario o coaccionado) de la todas las organizaciones feministas de renombre. Utilizar a las feministas como peones para promover políticas públicas que en el mejor de los casos son absurdas y en el peor son criminales, para que se apuñalen ellas mismas (y a su propio legado), ha sido una exitosa estrategia, brillante para los intereses de otros y devastadora para los de nosotras, que merece ser reconocida por su ejecución casi perfecta. Pero a partir del 2019, quedará obsoleta.
Las Campañas Feministas
La campaña Woman’s Place UK se lanzó en septiembre del 2017. Sus fundadoras vienen de los sindicatos de la izquierda y de las bases socialistas. Armaron la campaña como respuesta a la agresión física que sufrió una mujer llamada María, de 60 años, a mano de un conjunto de varones transactivistas, quienes le cayeron entre tres durante un ataque premeditado, cuando ella se dirigían a una reunión sobre las propuestas del gobierno que había sido organizado por otro grupo feminista.
Desde hace un tiempo, las fundadoras en de WPUK en Inglaterra, como yo en Santo Domingo, observábamos el tema con preocupación y lo vimos llegar a un punto de ebullición, en donde la agresión contra María, fungió como un detonador que impulsó a muchas mujeres a organizarse políticamente. “Nunca jamás volveremos a permitir que ninguna mujer sea agredida por atender una reunión política para discutir sus derechos”, se dijeron las fundadoras y es precisamente por eso que el tema de la seguridad es primordial para todas las mujeres que formamos parte de más de una docena de campañas que han surgido para enfrentar la nueva misógina que parece tan vieja.
Woman’s Place UK ha ido recorriendo todo el Reino Unido donde nos inviten las mujeres de sus comunidades y cada evento está conformado por ponentes diversas, escogidas en base al interés de las organizadoras locales. Por ejemplo, durante la reunión de Birmingham, contamos con la reconocida filósofa Rebecca Reilly-Cooper, autora de varios ensayos magistrales desenredando el conflicto actual; con Aysha Iqbal, fundadora de un spa que utiliza los recursos que recaudan con sus servicios estéticos para financiar espacios de terapia y recreación solo para mujeres, con la ejecutiva de una casa de acogida Karen Ingala Smith, quien lleva el conteo anual de cada feminicidio que se comete en el Reino Unido, y con la maestra de física Debbie Hayton, quien ha sido una magnifica aliada trans que escribe frecuentemente sobre el conflicto que se crea entre personas transexuales como ella, y las políticas de identidad de género.
Lamentablemente, los intereses de Aysha no caben en el emocionante tren de la diversidad y la inclusión de género. Los de Karen y Rebecca tampoco. De hecho, ni siquiera los de Debbie, porque al ser crítica del discurso de la identidad de género, ella también ha sido convertida en una hereje, tal como nosotras.
Hoy contamos con miles de mujeres y aliados, pero quienes dieron el primer paso fueron mujeres que algunas personas se atreverían a llamar “comunes y corrientes”, así como usted y como yo: parteras, maestras, investigadoras, amas de casa, bomberas, psicólogas infantiles, abogadas, músicas, empleadas en tiendas departamentales, escritoras, voluntarias de organizaciones para niñas, técnicas de casas de acogida, científicas, activistas, filosofas, sindicalistas, deportistas… Todas han realizado su aporte y contribuido lo que pueden así que le debemos muchísimo a cada una de ellas.
Tenemos entre nosotras todas las diferencias humanamente posibles y nuestras personalidades distan mucho unas de las otras. Igual con las estrategias; algunas hacen activismo nudista en protesta, otras prefieren el vandalismo anónimo, otras escriben artículos meticulosos con argumentos lo más infalibles posible, algunas van individualmente a talleres de activismo de género, para ver si la lógica ayudaba a remediar el problema, otras hacen videos de YouTube explicando los argumentos en lenguaje llano, algunas demandan sus partidos políticos por abrir la cuota femenina a todo el mundo, mientras que otras (especialmente WPUK) prefieren la ruta de las mociones formales y el dialogo diplomático con la clase política.
La gran mayoría de nosotras venimos de lo que se hace llamar “la izquierda”, pero no todas, porque entendemos que las ramificaciones de este tema a quienes afectan es a todas las mujeres, sin distinción de afiliaciones particulares. Es decir, que aquí no hay espacio ni para purezas ideológicas ni para tribus maniqueístas. No todas nos caemos bien, pero es que no tenemos que ser amiguitas, porque esto no es una tardecita de té ni nos tenemos que agarrar de las manos como niñas chiquitas. Lo único que compartimos es un sentimiento de horror ante el experimento “médico” que se está realizando con niñas y niños, y la preocupación por las implicaciones que traen las políticas de identidad de género para las mujeres en las cárceles, las casas de acogida, para los deportes de mujeres, así como para el monitoreo de todas las estadísticas de desigualdad y discriminación contra la mujer.
Nuestras cinco (5) demandas iniciales son:
- Las discusiones deben ser respetuosas y basadas en la evidencia. Se debe escuchar las voces de las mujeres.
- El principio de espacios solo para mujeres, debe ser preservado, y en caso de ser necesario, expandido.
- Una revisión de cómo se están aplicando las excepciones de la Ley de Igualdad (2010), para asegurarnos de que las necesidades de las mujeres estén siendo satisfechas.
- El Gobierno debe consultar con las organizaciones de mujeres respecto a cómo el principio de la autoidentificación impactaría a las mujeres.
- El Gobierno debe consultar respecto a cómo el principio de la autoidentificación impactaría la recolección de estadísticas y el monitoreo de la discriminación.
Se darán cuenta de que ninguna de las demandas iniciales es propositiva. La razón es que la campaña parte de un contexto en que el debate era inexistente, porque todo el mundo había sido aterrorizado, mediante el miedo al ostracismo social y financiero, durante más de una década. Cuestionar el tema implicaba ser acusada de todas las cosas horribles que hay en la vida: desde nazi, hasta genocida, pasando por intolerante caducada y transfobica odiante de mierda. Las malapalabras misóginas aquí son gratuitas, así que también hay que perder el pudor. Cuando la gente quiere ser decente y no difamarnos, nos llaman “gender critical feminists”. Es decir, “feministas que critican el género”. Este apodo es el chiste infinito porque denominarnos “feministas que critican el género” es equivalente a denominar a las ecologistas “ambientalistas que critican la contaminación” o a los juristas “abogados que critican la ilegalidad”. Pero como el nivel del debate es tan paupérrimo, nosotras tenemos que sonreír con dulzura y mostrarnos agradecidas de que nos otorguen ese nombre, aunque represente una ilogicidad, en vez de una malapalabra misógina.
Explica Judith Green, una de las fundadoras de Woman’s Place UK:
“A veces nos critican por siquiera tener estas demandas. Algunas personas argumentan que pareceremos demasiado estridentes, y que podríamos ser más persuasivas si tan solo enmarcamos las demandas como si fuesen ‘peticiones’, lo que reflejaría nuestra socialización femenina. Obviamente no tenemos la intención de jugar ese juego… otras personas nos dicen que las demandas son muy débiles y moderadas, que no abarcan la visión más fuerte del movimiento de la liberación de las mujeres.
Nuestras demandas están diseñadas para ser amplias y potentes. De manera deliberada, no promovemos ninguna teoría específica sobre asuntos de género ni transgénero y nosotras no entramos en discusiones sobre si o cómo debería el Estado validar las identidades trans.
Somos una campaña centrada en las mujeres, lo que quiere decir que nuestras demandas se enfocan en el impacto de las políticas de identidad de género en las mujeres como un sexo: la restricción a nuestra libertad de expresión, la socavación de nuestros derechos, el impacto de la autoidentificación en nuestros espacios y nuestra representación en la sociedad”.
El mejor consejo que me han dado en esta campaña fue al principio cuando alguien me agarró de la mano y me explico: “todo lo que tú hagas, estará mal” porque en este debate, la única respuesta correcta es que las mujeres nos callemos nuestra maldita boca. Si se nota que somos muy unidas: “es que son unas intolerantes que no aceptan opiniones diferentes”. Si demostramos que estamos dispuestas a dialogar con quien sea: “¡te lo dije que están financiadas por la ultraderecha estadounidense!”. Como el machiprogresismo ha decretado a favor de las políticas de identidad de género se espera que nosotras seamos “un grupo de odio que no debería ser legitimado”.
Aparte de que, siendo una campaña compuesta casi exclusivamente por mujeres, usted se puede imaginar que durante demasiado tiempo la actitud de muchos comentaristas ingleses ha sido más o menos: “Vengan mujercitas, ¿qué es lo que me les pasa? ¡Preocupándose por la ley!” Algunas de nuestras compañeras tienen más de 30 años trabajando en casas de acogida, en recintos penitenciarios para mujeres o dentro de sus sindicatos socialistas, pero al principio nos trataban a todas como si fuésemos niñas chiquitas y quejumbrosas.
La gran parte del 2018 parecía que la gente en Inglaterra se dividía entre: “¿Ellas están peleando por ese disparate de demandas? ¡Se están ahogando en un vaso de agua!” y gente que nos acusa de llevan un año de retórica violentamente anti-trans, que constituye “abuso mediático”. En el mejor de los casos nos acusan de “perpetrar daños” a las personas trans y en el peor, de ser responsables de suicidios inexistentes de niños y niñas que son identificados por personas adultas como trans. En realidad, todas somos acusadas que contribuir al suicidio, supuestamente masivo, de personas trans que son “vilipendiadas” en los medios de comunicación, al ver sus propuestas políticas totalitaristas siendo escrutadas por la población sobre la cual las pretendían imponer.
No existe evidencia alguna de ningún incremento de violencia contra personas trans, ni de suicidios de personas trans o de niños y niños que son identificados por personas adultas como trans. Sin embargo, activistas del colectivo promueven estadísticas falsas altísimas y peligrosas (el mal abordaje de la ideación suicida incrementa los intentos del mismo), como si esto fuese una insignia de honor de la cual ufanar. En tal sentido sería bueno ponderar: ¿qué rol usted cree que juega la manipulación del suicidio en este debate?
Aquí hay que reunirse con mucha gente, que viene desde todo tipo de perspectiva. Todo el mundo tiene sus teorías sobre “¿qué fue lo que pasó?” y “¿dónde fue que las cosas empezaron a perder el rumbo?”. Cuando tú piensas que ya entendiste bien por donde viene la cosa, se te sienta un tipo al lado y te pregunta que si ya consideraste el aspecto del fraude financiero. Algunas personas argumentan que estas son tácticas anarquistas que se han fomentado por la fragmentación que producen las políticas de austeridad. Otras personas expresan que todo esto tiene que ver con el neoliberalismo más feroz que encontró la manera perfecta de infiltrarse al feminismo. “¡Eso fue Derrida!”, dicen algunos. “No, no, no. Todo empezó con Kant y lo de la separación de mente y cuerpo”, dicen otras.
Algunas personas piensan que este es un tema de derechos humanos, en el cual todo debe ser resuelto analizando cada caso individualmente. Otras piensan que es un tema de valores no comparables porque algunos principios son absolutos. Por ejemplo, hay quienes alegan que las casas de acogida para mujeres maltratadas deben ser abiertas a cualquier persona que se autoidentifique como mujer, a menos que exista una razón proporcional para excluirle. Pero otras consideran que ese argumento hay que voltearlo al revés: las casas de acogida para mujeres maltratadas deben ser exclusivas solo para mujeres y el peso de demostrar que es proporcional incluirle, debe caer sobre quien se autoidentifica como mujer.
En vez de preguntar, “¿se beneficiaría esta persona de estar en una casa de acogida para mujeres?”, el Estado debe preguntar “¿se beneficiarían las mujeres en casas de acogida si incluimos personas en base a su autoidentificación?” En demasiados países se le ha otorgado supremacía a los derechos a la privacidad, la seguridad y la dignidad de la segunda pero ¿dónde está la simpatía para las primeras? ¿Qué opina usted?
Lo Que Se Avecina: El Futuro Es Hoy
En el año 2018, cuando todos los partidos políticos se desbocaban elogiando la lucha de las sufragistas inglesas, e ignoraban la ignominia que les caía encima a mujeres actuales (desde las amenazas legitimas de bomba hasta las amenazas de violación), las mujeres tuvimos que reunirnos en un bar para debatir nuestros derechos ante la ley, porque ejecutivos de un salón de conferencias municipal que habíamos reservado, nos echaron a la calle a pocas horas de nuestra reunión política en Leeds. En otra ocasión, cuando activistas opositores profanaron con obscenidades las paredes de un edificio histórico en Plymouth, el representante parlamentario del área, repudió a las feministas reunidas dentro para discutir sus derechos, pero no a quienes vandalizaron con misoginia la edificación.
Dentro del Partido Laborista ingles existen unas posiciones reservadas para incentivar el liderazgo político de las mujeres dentro de sus comunidades llamadas ‘Oficialías de las Mujeres, ’ y, sorpresa, hoy esas posiciones están siendo ocupadas por personas que utilizan esa cuota femenina para decirles a las feministas que si no les gusta una política pública sobre sexo y género “pues te invito a que me mames mi gran pene femenino”.
¿Cuál es la diferencia entre un machista que invite gratuitamente a que una feminista le realice la felación y otro que la invite a que le realice la felación femenina?
Del otro lado del Atlántico, el problema es igual de sombrío o peor. Este próximo 10 de enero del 2019, la periodista Meghan Murphy, fundadora y editora del portal canadiense Feminist Current, esta siendo obligada por una biblioteca pública a contratar catorce (14) guardias de seguridad para poder dar una charla en Vancouver sobre el impacto de las políticas de identidad de género sobre los derechos de la mujer. O sea, el evento está programado, pero habrá que ver si tendrá lugar. Sucede que Canadá, la tolerante, ya aprobó las propuestas que las inglesas están intentando impedir, ya que el principio de la autoidentificación de sexo es considerado como un derecho humano.
Las cosas han ido de maravilla. Dieciséis (16) mujeres pobres han sido demandadas ante el Tribunal de Derechos Humanos por rehusarse a hacerle la depilación femenina al pene y al escroto de una persona que resultó ser un pedófilo que infiltraba grupos de chats de niñas preadolescentes, para expresarles su deseo de entrar a baños de mujeres para enseñarle a niñas de 10 años cómo insertarse un tampón. Cuando Murphy señaló la flagrante misoginia del asunto, Twitter la expulsó.
Sucede que hacer una depilación femenina es muy diferente a hacérsela a una persona próstata-portante. En Vancouver hay muchos hombres especializados en la depilación masculina, pero no. Esta persona fue dieciséis veces, mujer tras mujer, amenazándolas con someterlas ante el Tribunal de Derechos Humanos si no le depilaban su pene femenino o le pagaban a él $2500 dólares canadienses para proceder a retirar la querella. Pero aquí no termina la historia: las mujeres se quedaron solas, pues las organizaciones sin fines de lucro a donde ellas acudieron inicialmente buscando ayuda se rehusaron a ayudarlas, “porque el tema trans es complejo”. Es decir, las organizaciones de derechos humanos dan la espalda a mujeres pobres acosadas laboralmente con exigencias de que le deben tocar el pene a quien se lo ordene, aunque sea obligadas. ¿Por qué el movimiento #YoTambién no aboga por los derechos de ellas?
En promedio, los huesos de los varones son más fuertes que los de las mujeres, su capacidad pulmonar también y hasta el volumen de la sangre (que tiene más hemoglobina) que le corre por las venas es más denso que el de nosotras pero las demandas de las políticas de identidad de género son tan absolutas que los Juegos Olímpicos del 2020 serán los primeros en los que ignoraremos todas las diferencias entre los cuerpos de hembras y varones para permitir que deportistas se autoidentifiquen en el sexo de su preferencia. Todo el mundo debería tener el derecho de poder jugar deportes, pero no es un derecho humano robarles las medallas a las atletas haciendo trampa.
En algunas ciudades de Inglaterra aún sin haber modificado la ley, algunas enfermeras están siendo coaccionadas para que le hagan el Papanicolau a personas que no tienen ni útero ni mucho menos cérvix. En Suecia, no existen las cárceles de alta seguridad para mujeres porque las mujeres casi nunca cometen crímenes violentos. Pero el principio de la autoidentificación implica que todas las mujeres no violentas en las cárceles existentes, están siendo expuestas a individuos violentos (muchas veces por crímenes cometidos contra mujeres) porque los sentimientos internos de ese él reinan por encima de los derechos de todas esas ellas.
Hace pocos años, en Estados Unidos, la biblioteca pública de San Francisco fue la sede de una exhibición artística del grupo activista Degenerattes, donde se mostraban bates llenos de púas y hachas dirigidas a “las transfobicas” e incluía una camiseta con sangre falsa que rezaba el mensaje “Yo golpeo mujeres”. Nadie cuestionó si ese mensaje es una buena idea porque esta violencia machista está siendo promovida en nombre de la diversidad, y si se justifica en nombre de los derechos trans, la violencia contra la mujer se transmuta a buena.
Aquel evento que tendrá lugar en Vancouver el día 10, ha sido foco de una controversia, porque la biblioteca pública de Vancouver está haciendo lo imposible (y quizás hasta lo inconstitucional), para obligar a que las feministas cancelen el evento. Les han impuesto una multa de $2,047 dólares canadienses, supuestamente para cubrir la seguridad (¿para proteger a quién de quién?), y han obligado a las organizadoras a que si quieren celebrar el evento en un edificio público, tendrá que ser luego del horario laboral. Es decir, una reunión feminista para hablar sobre los derechos de la mujer tendrá que ser realizada un jueves de 9:30pm a 11:30pm. Este es un horario que le resultará imposible a muchas personas, pero particularmente a las mujeres que tienen familias o viven lejos. ¿No es esto una forma de restringir la participación política de las mujeres?
Desde ya, Murphy ha recibido amenazas violentas y, con la ley aprobada, muchos activistas ansían el momento de verla procesada bajo la tipificación de “crímenes de odio” por atreverse a criticar las políticas de identidad de género. “La biblioteca pública de Vancouver se posiciona en contra de todo tipo de discriminación y no estamos de acuerdo con las ideas de Feminist Current”, expresa la entidad y aclaró a la prensa que dudan que Meghan Murphy viole a ley de derechos humanos canadiense con su discurso feminista pero que “estarán vigilantes” en caso de que lo haga. Pregunto, en este tema, ¿quién está discriminando a quién?
No es la primera vez que la periodista recibe ese nivel de presión. En octubre 2018, cuando una asociación estudiantil de la universidad canadiense Wilfrid Lauriel invitó a Murphy, también para hablar sobre las políticas de identidad de género y sus repercusiones en los derechos de la mujer, la universidad les impuso una multa “para gastos de seguridad” de $8,055 dólares canadienses. Un grupo estudiantil no puede costear eso y el evento tuvo lugar fuera del campus. Eventualmente, por medio del tema de la identidad de género, descubriremos todas las maneras en que se puede censurar y violentar feministas. ¿Qué esperábamos? ¿Qué vendría un troglodita, garrote en mano y recién salido de las cavernas, a vociferar: “¡Tú mujer, mía, a la cocina!”? ¿Será que si el machismo nos lo reinterpretan con teorías solipsistas perdemos la capacidad de identificarlo?
El primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, Rey de los Feministos, no ha pronunciado una sola palabra sobre el caso de las 16 mujeres esteticistas, la supresión del pensamiento feminista dentro de las academias ni el asechamiento de periodistas feministas que se está fomentando en su muy tolerante país. Cabe destacar que en mayo del 2017, Meghan Murphy se presentó ante el Senado Canadiense, previo a la aprobación de la ley que incluía la figura de la identidad de género y advirtió, armada de argumentos feministas, todos los problemas que ya se han manifestado al respecto. Es decir, ella misma pronosticó su propia persecución.
Las Apócrifas De La Izquierda
Casi nadie que me conoce lo sabe, pero la mitad de mi familia es Testigo de Jehová. La gente en República Dominicana tiene muchos prejuicios respecto a las personas de esta religión: les acusan de ignorantes, de dogmáticos y de tener la mente cerrada. Yo nunca he pensado eso porque me críe viéndoles como mi familia y nuestro cariño va por encima de estos temas. A veces me han llevado a su Salón del Reino y aunque conocen mis posiciones feministas (en algunos temas no están de acuerdo), mi familia siempre me ha apoyado y la religión nunca ha representado un problema. Hasta la fecha, solo hemos tenido que tomar medidas prácticas (por ejemplo, nunca felicitar a nadie cuando cumple años ni en Navidad) y entender que parte de nuestra familia tiene creencias religiosas que a muchas personas les parecerían peculiares.
Durante la campaña he pensado mucho en mi familia. Nunca nadie de esa congregación me ha amenazado, así como la izquierda amenaza a las feministas a que si no acatamos los preceptos de esta emocionante revolución del género seremos condenadas “al lado equivocado de la historia”. Tampoco nadie nunca ha intentado obligarme a internalizar ningún sacramento como aquella idea de “los cisprivilegios” ni a repetir mantras como “las mujeres trans son mujeres”.
Nunca he visto personas tenerle tanto miedo a una ideología religiosa, así como he visto personas temerles a las tácticas de los transactivistas. Tampoco he visto personas fuera de sí, como poseídas por algún espíritu maligno, como he visto a las personas que promueven el fanatismo de género en su afán de silenciar feministas. Cuando los hombres viven bajo ese nivel de miedo, se considera represión. Cuando ese terror es impuesto exclusivamente sobre las mujeres, le llaman “la nueva frontera de los derechos humanos”.
Las juristas de la campaña siempre nos recuerdan que la ley inglesa contempla no solo el derecho a sostener una creencia, sino también el derecho a que no se nos imponga una creencia. Y ese punto es importante porque las dinámicas que suscita el tema de la identidad de género revelan los patrones de una religión o un culto. Cuando 1600 miembros de la comunidad científica estadounidense están dispuestos a negar el método científico para priorizar un credo esotérico mientras que hospitales canadienses para infantes determinan que niños y niñas tienen derecho a someterse a cirugías “de género” opcionales, sin consentimiento de padres o madres, en nombre de una creencia metafísica, sabemos que estamos tratando un tema de implicaciones paranormales.
Es bueno leer sobre la historia del feminismo dentro de la izquierda porque nos revela que la coyuntura actual es la misma repetición de siempre. Y al final, como si fuese una tragicomedia, todo esto nos explotará a nosotras en la cara. Quienes promueven y abogan a favor del tema se limpiarán las manos y pretenderán que nunca apoyarían algo tan descabellado, mientras que las feministas que hemos advertido seremos consideradas, como mínimo, unas locas. Cuando el público se dé cuenta de lo que está pasando en los deportes para mujeres, la distorsión de todas las estadísticas, el experimento con las niñas y adolescentes que sufren disforia de género, y todo lo demás (ya se está enterando), nadie analizará que “el tema era muy complejo” ni “los argumentos posmodernistas argumentan que…” El público en general lo que dirá es que “especialistas de género” recomendaron todo esto, ¿y quiénes somos las especialistas de género?
¿Ganamos?
En junio del 1873, Susan B. Anthony expresó durante un discurso a favor del sufragio de la mujer:
“La única pregunta que queda ahora por formular es: ¿son las mujeres personas? Y yo no puedo creer que algunos de nuestros oponentes tengan la audacia de decir que no. Siendo personas, entonces, las mujeres son ciudadanas; y ningún estado tiene el derecho de hacer una ley o imponer alguna regulación que recorte estos privilegios o inmunidades. Por lo tanto, cualquier discriminación contra las mujeres en las constituciones y leyes de los Estados es hoy en día nula y carece de validez.
Esta oligarquía basada en el sexo, la cual convierte a los padres, a los hermanos, a los maridos, a los hijos varones en oligarcas sobre las madres, las hermanas, las esposas y las hijas en cada uno de los hogares -que establece que todos los hombres son soberanos y todas las mujeres súbditos- acarrea disensión, discordia y rebeldía en cada uno de los hogares de la nación”.
Todas las feministas soñamos con ser como las sufragistas. Vemos las hermosas fotos en blanco y negro donde se ven mujeres con ovarios de hierro, seguras de que, si viviéramos en esos tiempos, nosotras también fuésemos unas de ellas. Pero la realidad es que las sufragistas fueron vilipendiadas y difamadas, ejecutadas moral, económica y psicológicamente por un derecho “ganado” que damos por sentado. Si en el 2018 Inglaterra aplaudía a las sufragistas como unas heroínas, probablemente pocas personas hubiesen querido ser asociadas con ellas cuando empezaron ni ser vista conversando con ellas.
Yo no entendía lo que significaba ser “unas de esas mujeres”, aquellas cuyas reputaciones caen en el oprobio, hasta que me uní a esta campaña. Aquí todas nosotras aprendemos juntas y ahora ya nadie me cuenta.
Las sufragistas hoy reciben muchos adjetivos, todos muy bonitos, pero para mí esas mujeres eran unas salvajes. En la edición de enero del 1908 de la revista Votes for Women, la pionera sufragista inglesa Emmeline Pethick-Lawrence hace un llamado de emergencia tan bestial que incluso 110 años después parecía hasta burdo:
“¿Vas a ser una mujer o vas a ser una cobarde? ¿Vas a permanecer pasiva, observando a las otras cargando el peso de esta batalla? ¿Te dirás: ‘Seré simpatizante; ocasionalmente hablare con mis amistades, quizás donaré un poco de dinero, pero tampoco quiero arriesgar mi reputación, mis amistades o mi estima al asociarme muy prominentemente con la causa de mi sexo’… ¿o estás hecha de un acero más duro? ¿Darás la cara y dirás, ‘seré una camarada en esta batalla; compartiré las dificultades y los sufrimientos; haré los sacrificios que sean necesarios”?
Ya yo no fantaseo con ser una sufragista. No me arrepiento de unirme a la campaña de las inglesas (¿es solo de las inglesas?), pero sí sé que si me ofreciesen de nuevo la oportunidad yo no respondería “¡Si, claro!” ni tan rápido ni con tanto entusiasmo.
Afortunadamente, ahora somos muchísimas y como hemos quebrado la ley de la mordaza que mantenía a tantas mujeres inseguras y calladitas, pelear contra las implicaciones de las políticas de identidad de género en los derechos de la mujer será mucho más fácil. Ese sentimiento: que no estamos solas, que si está permitido hablar sobre este tema sin miedo ni vergüenza, que no estamos locas, que tenemos derecho a reunirnos, que si somos un sujeto político con derecho a ser tomadas en cuenta ante cualquier modificación a las leyes, es lo más bonito que está pasando en el feminismo inglés (¿solo en el inglés?) en estos momentos.
¿Qué es el sufragio? ¿De qué sirve que una mujer pueda ir a una urna a emitir un voto, si ella misma, como ser humano, se encuentra más indefinida que la contienda electoral en la cual participa? Una mujer llena de miedo, aterrorizada de que pueda perder su trabajo y sus amistades si algún activista le tira una foto en la entrada de un evento político que tuvo que organizarse en la clandestinidad, y con mucho refuerzo de seguridad, para debatir sobre una ley que afecta a las mujeres, pero que su gobierno quiso que pasara desapercibida, no es una mujer ni libre ni ciudadana.
Expresa la politóloga Elena Diego: “Nos encontramos en un momento de la historia en que los derechos políticos de las mujeres están siendo atacados con nuevas formas de violencia, frente a las que debemos unirnos y luchar juntas de nuevo, no podemos ser sus instrumentos para enfrentarnos a nosotras”. Y tiene razón.
Cerramos el 2018 con un poquitico de esperanza porque las inglesas han inspirado a las neozelandesas, y a estas se les unen las canadienses y recientemente el eslabón conecta con las estadounidenses quienes han decidido organizarse políticamente. Aunque posiblemente sea demasiado tarde para muchas mujeres, pero particularmente para las niñas y adolescentes con disforia de género, que ahora mismo se encuentran en la sala de espera de una “clínica de género” aguardando con ansias ser mutiladas para curar las comorbilidades que las afectan.
Estamos tarde, porque la osteoporosis prematura, el prolapso vaginal y la imposibilidad del disfrute sexual, les va a caer encima a demasiadas, sin importar cuán exitosas sean ninguna de las campañas ni en Inglaterra ni en cualquier otro país del mundo. En 10 años, cuando esas muchachas se reencuentren con sus cuerpos de hembras, atrofiados para siempre, alguna de ellas probablemente escribirá un libro y en el banquillo de los acusados también estaremos nosotras porque este fue un tema feminista desde el principio y no lo atendimos a tiempo.
En el año 2018, muchas mujeres salimos del embelesamiento en que nos había sumido una tergiversación de conceptos tan brusca y absurda que, en demasiados países, nos aturdió al punto que nos atrevimos a regalarlo todo. Este salto a la nada nos ha visto dispuestas a arriesgar nuestro propio sujeto político: la base de nuestras teorías y de nuestro movimiento.
La pregunta en el 2019 será: ¿lo recuperaremos?
Espero que te equivoques sobre el que las feministas seréis consideradas culpables. La gente conoce bien la hipocresía de la clase politica, y todas las mujeres que han recibido ayuda de vosotras no lo van a olvidar. Tampoco podéis consideraros culpables por lo que esta pasando con las niñas y adolescentes. Los culpables son los que las convencen de que son trans y los que las tratan como conejillos de Indias. Si a vosotras todo esto se os ha venido encima, como escribes, no es una culpa.