Hipersexualización femenina y explotación sexual de menores: “Inocencia” de Pedro Sáenz Sáenz

EstherTauroni Bernabeu
EstherTauroni Bernabeu
Doctoranda en Políticas de Igualdad, Licenciada en Historia del Arte, Técnica en Igualdad, Activista, Ingobernable, Investigadora y Mujer.
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La cosificación de los cuerpos infantiles femeninos y la conversión de sus imágenes en objetos para satisfacer la mirada pedófila se inició en el siglo XIX coincidiendo con la incorporación de la mujer al mundo laboral, con su emancipación. Los apetitos sexuales masculinos se saciaron creando imágenes de niñas púberes desnudas, aberrantes, aparentemente frágiles pero anunciando una tendencia a la prostitución. Una cruel manipulación  cuya perversión nos resulta evidente en la obra de Pedro Sàenz, pero con la que actualmente convivimos permitiendo que utilicen los medios de comunicación a las niñas como si de rameras se tratara.
 La falsa hipocresía, el sentimentalismo y la escasa conciencia hacia la dignidad de las mujeres ha permitido y permite que niñas inocentes se conviertan visualmente en Lolitas, que son el antecedente de la mujer fatal e  hijas de la prostitución, incitadoras a un perverso erotismo, al pecado fatal y a un estereotipo que diluye y anula toda capacidad intelectual. Una creación misógina deleznable.
Ante el avance del feminismo, la nueva posición de las mujeres en el trabajo y en la vida pública,  el puritanismo decimonónico alentado por el patriarcado y temeroso de los avances femeninos potenció la utilización de los cuerpos de niñas, ausentes de curvas, con caras bonitas y que despertaran morbo para volver a crear a una mujer mala, perversa y responsable de las debilidades y desgracias de los hombres, niñas que continúan viviendo en el siglo XXI, absolutamente hipersexualizadas y utilizadas por un sistema capitalista en el que todo vale socavando  la dignidad de la mujer y la vulneración de la infancia.
Pedro Sàenz Sáenz es considerado uno de los pintores prerrafaelistas españoles. Nació en Málaga en octubre de 1863 y falleció en la misma ciudad a los 64 años. Sus inicios pictóricos fueron en la ciudad andaluza y se perfeccionaron en Madrid, en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. En 1988 recibió una pensión para complementar su formación en Roma, dónde se relacionó con Sorolla, Simonet, Viniegra y estudió a los grandes maestros italianos. El resultado es una obra académica, con importantes influencias clasicistas y cuyas protagonistas son en general niñas desnudas a las que pretende dar un simbolismo romántico  que realmente es pornografía obscena y repulsiva. “La tumba del poeta”, “Crisálida” e “Inocencia” son buen ejemplo de ello. La técnica es magnífica, pero si el contenido es lamentable, peor es  la buena aceptación y aplauso que recibieron estas obras por la crítica de su momento. En las exposiciones generales de Bellas Artes obtuvo con “Crisálida” una medalla de 2ª clase en 1897, y con “Inocencia” la misma mención en 1899. En 1904 Pedro Sàenz, un pintor pedófilo, recibió el título de comendador de la Orden de Alfonso XIII y, actualmente, tiene una calle dedicada en su ciudad natal.
Sobre un fondo de tela de damasco, más propio de un harén o de un prostíbulo, que de una habitación infantil, Sàenz retrata a “Inocencia” en una forma absolutamente repulsiva. Es una niña fingida, postiza, engañosa y descarada que exhibe su cuerpo desnudo a la fantasía masculina más depravada. Antinatural y tumbada, con las manos tras la cabeza y esta apoyada sobre una almohada ornada de muselinas y brocados blancos inmaculados,  la niña sonríe lascivamente ofreciendo su cuerpo y su virginidad como antaño habían hecho Venus y majas desnudas, pero ahora niñas aprendices y futuras “femmes fatales”. La obra perturba, desasosiega y ofende a las miradas limpias a la par que atrae a la hipocresía y carencia de valores. Desvela, sin duda, a una sociedad corrupta atraída hacia el abuso a menores.
El lazo celeste del cojín, asociado a la masculinidad, y las flores bancas  esparcidas alrededor de la niña simbolizan su inocencia y desfloración y es que en los sectores más degenerados se extiende la leyenda de que las enfermedades venéreas se curan desvirgando, incluso violando, a una joven. Una idea tan macabra como execrable.
La crítica consideró esta obra como “una preciosidad” que, además de ser galardonada fue adquirida por el Estado por 2.500 pesetas (cuantía importante en su momento, teniendo en cuenta que el salario medio de un español en 1900 era de 3 pesetas al mes, según  Ricardo Ocaña, ganador del XV Premio de la Sociedad Española de Epidemiología) y pese a que no era costumbre del gobierno ni de las instituciones comprar obras premiadas.
“Inocencia”, un óleo sobre lienzo de 93 x 157 cm. actualmente se expone en el Museo del Prado y en cuyo catálogo se cita como “(…) dentro de lo que en su época se denominó «verismo», muy en la línea de Emilio Sala, y alcanzó sus mayores éxitos en la realización de retratos así como en sus apuntes sobre personajes populares”.
Niñas sexys e infancias frágiles están normalizadas en la sociedad actual y no menos hirientes y groseras que la obra de Sàenz son las imágenes que penden en las redes sociales o se utilizan en los medios de comunicación para vender colonias, ropa, maquillajes o gafas. Son imágenes que utilizan a las menores y las mercantilizan. Videos, anuncios y series hipersexualizan sus cuerpos como reclamo y como mercancía, y cada vez a edades más tempranas.
Las niñas proyectan sus vidas y sus relaciones en base a las imágenes que ven y, pese a la lucha feminista, las convierten en su medida de éxito perdiendo valores como la creatividad y la espontaneidad y comenzando tempranamente a desempeñar roles que coartarán su libertad, creyendo que su éxito social depende de su imagen personal y constriñéndose a cánones y estereotipos de belleza que son irreales, artificiales y forman parte del imaginario colectivo. Acaban convirtiéndose en objetos sexuales cuya existencia tiene como fin agradar al hombre.
De nuevo se juega macabramente con el desarrollo natural de las niñas, con su crecimiento, autoestima, seguridad, dependencia, rivalidad y falta de autonomía personal que las devuelve al sometimiento patriarcal y a la pérdida de la dignidad.
Sexualizar o hipersexualizar los cuerpos femeninos, especialmente infantiles,  para agradar al masculino, dar rienda suelta a sus obscenos deseos o incrementar ventas y/o beneficios degradan el valor de las mujeres, las adentra en la pornografía y  contribuye al incremento de la violencia contra nosotras, el acoso, la cosificación; refuerza actitudes que impiden el desarrollo personal, laboral, así como la oportunidad de vivir en igualdad de condiciones, devolviéndonos a la servidumbre y al lupanar.
 

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  1. “La cosificación de los cuerpos infantiles femeninos y la conversión de sus imágenes en objetos para satisfacer la mirada pedófila se inició en el siglo XIX coincidiendo con la incorporación de la mujer al mundo laboral, con su emancipación. Los apetitos sexuales masculinos se saciaron creando imágenes de niñas púberes desnudas, aberrantes, aparentemente frágiles pero anunciando una tendencia a la prostitución. Una cruel manipulación cuya perversión nos resulta evidente en la obra de Pedro Sàenz, pero con la que actualmente convivimos permitiendo que utilicen los medios de comunicación a las niñas como si de rameras se tratara”. Pues la transexual perversa civilización patriarcal en esta constante interacción inmemorial en el tiempo, no ha corrido riesgos con su alcance ideológico presentándose depurada en su ecumenismo a través de la progresiva evolución, desde la horda primitiva a sus modernos progresos, pero deja traslucir hoy al feminismo (mujer) de un modo sorprendente, la estructura de la inteligencia del transexual perverso varón que la ha construido, sometida en todos sus procesos a la forma de su identificación mental como forma constitutiva, por reflexión en los itinerarios de la irresoluble perversión no sublimada y ambigüedad sexual del varón que posee la decisión final en este esquema, donde lo masculino sigue siendo la ley.
    “La falsa hipocresía, el sentimentalismo y la escasa conciencia hacia la dignidad de las mujeres ha permitido y permite que niñas inocentes se conviertan visualmente en Lolitas, que son el antecedente de la mujer fatal e hijas de la prostitución, incitadoras a un perverso erotismo, al pecado fatal y a un estereotipo que diluye y anula toda capacidad intelectual. Una creación misógina deleznable”. “Ante el avance del feminismo, la nueva posición de las mujeres en el trabajo y en la vida pública, el puritanismo decimonónico alentado por el patriarcado y temeroso de los avances femeninos potenció la utilización de los cuerpos de niñas, ausentes de curvas, con caras bonitas y que despertaran morbo para volver a crear a una mujer mala, perversa y responsable de las debilidades y desgracias de los hombres, niñas que continúan viviendo en el siglo XXI, absolutamente hipersexualizadas y utilizadas por un sistema capitalista en el que todo vale socavando la dignidad de la mujer y la vulneración de la infancia”. Pues la pulsión de poder o la pulsión de crueldad es irreductible, más vieja, más antigua, que los principios de placer o de realidad; entonces ninguna posibilidad existiría de erradicarla o sólo se la puede diferir, aprender a negociar con ella, lo que dictará la política más optimista y a su vez más pesimista. ¿Qué hacer frente a un acontecimiento semejante? Nos atreveríamos a decir que lo que debería ocurrir, de cierta manera, en cada infante, que se pueda, una especie de micro revolución, precedida en su preparación para todas las instancias y todos los estados por lo menos desde los cero a los aproximadamente 6 años.
    “Las niñas proyectan sus vidas y sus relaciones en base a las imágenes que ven y, pese a la lucha feminista, las convierten en su medida de éxito perdiendo valores como la creatividad y la espontaneidad y comenzando tempranamente a desempeñar roles que coartarán su libertad, creyendo que su éxito social depende de su imagen personal y constriñéndose a cánones y estereotipos de belleza que son irreales, artificiales y forman parte del imaginario colectivo. Acaban convirtiéndose en objetos sexuales cuya existencia tiene como fin agradar al hombre. De nuevo se juega macabramente con el desarrollo natural de las niñas, con su crecimiento, autoestima, seguridad, dependencia, rivalidad y falta de autonomía personal que las devuelve al sometimiento patriarcal y a la pérdida de la dignidad. Sexualizar o hipersexualizar los cuerpos femeninos, especialmente infantiles, para agradar al masculino, dar rienda suelta a sus obscenos deseos o incrementar ventas y/o beneficios degradan el valor de las mujeres, las adentra en la pornografía y contribuye al incremento de la violencia contra nosotras, el acoso, la cosificación; refuerza actitudes que impiden el desarrollo personal, laboral, así como la oportunidad de vivir en igualdad de condiciones, devolviéndonos a la servidumbre y al lupanar”. Pero lo que puede, tal vez, convertirse en tarea mañana, para la mujer, para una razón feminista, es una revolución que como todas las revoluciones transigiría con lo imposible y negociará lo no innegociable. La mujer podrá reconocer para ésta revolución de la razón feminista, el orden de la articulación de su poder sobre un camino de desarticulación del “orden” transexual perverso patriarcal de lo que ha hecho en la civilización, que “recubrirá” con la obligación del “yo debo hacer lo que puedo”, como responsabilidad ética, jurídica, política, y, más particularmente, aquí, feminista. La mujer, en la consideración del transexual perverso varón, es considerada un ser inferior con escaso intelecto y lo femenino podría en el futuro tomar seriamente en cuenta, la totalidad del saber, en particular de los saberes científicos, que se consideran en el borde de un saber psíquico, pero también las mutaciones tecno – científicas que le son inseparables y todo lo que da lugar a un saber de la historia del derecho, de la moral y de la política impuesta por el transexual perverso varón como historia de lo que adviene. Historia de lo que adviene donde no se trataría de saber ni de descubrir, puesto que el feminismo deberá asumir sus responsabilidades, en inventar o reinventar su derecho, sus instituciones, sus estatutos, sus normas, etc. Suponemos que el feminismo debería estar para eso. El feminismo debería tener en cuenta lo que pasa en ésta época con las transformaciones del área económica, del mercado como de lo que de él depende también de la tecno – ciencia, del campo social, del campo político y jurídico, sobre todo de la crueldad del transexual perverso varón que conciernen a una “humanidad” de la mujer que falta volver a pensar y a los derechos de la mujer, y a los crímenes contra la población femenina, verdadero genocidio. Y he aquí, más allá de lo difícil; lo imposible mismo. Las órdenes del poder y de lo posible. Pero un acontecimiento femenino, la llegada de un acontecimiento digno de ese nombre, el advenimiento de lo femenino, excede incluso todo poder, todo deber y toda deuda en un contexto determinable.
    Mi Ciencia de lo femenino, Femeninologia, se halla sólidamente fundada en la observación de los hechos impuestos por la transexual perversa civilización patriarcal, que satisface su homosexualidad sádica sobre la mujer como mero objeto de uso, además no hemos de asombrarnos que Femeninologia pretende explicar los fenómenos psíquicos del perverso patriarcado: Una cultura cuya ética y moral hipócrita no admite la equiparación de más del 50% de la humanidad; la mujer.
    El sentido y la verdad del feminismo (la mujer) es la derrota del varón; perverso irresoluble y ambiguo sexual.
    Por Osvaldo Buscaya (Bya)
    (Psicoanalítico)
    Femeninologia (Ciencia de lo femenino)
    Lo femenino es el camino
    Buenos Aires
    Argentina
    17/02/2019

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