Mitología del holocausto.

Laura Fjäder
Laura Fjäder
Escritora y trabajadora social. Desarrolla el proyecto feminista pluridimensional Musas Disidentes.
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Hace días, en sus declaraciones, un político de ultraderecha nada amigo del feminismo, volvía a reducir a las mujeres al papel de factorías biológicas y únicas responsables de asegurar el flujo de seres humanos adecuado para mantener el sistema de pensiones.
A estas alturas de la película aún hay quien cuestiona nuestro derecho a decidir si ser o no madres y cuándo queremos serlo. A estas alturas de la película aún se magnifica desde determinadas formaciones la figura victoriana del ángel del hogar, ahora reconvertida en supermamá que, no solo hace cupcakes en instagram, también trabaja dentro y fuera de casa, va a pilates, se queja lo justo a la hora del café con las amigas – que ni machismo ni feminismo, igualismo – y tiene un blog donde sus cuatro hijas llevan conjuntos coordinados con la puesta de sol.
Y así, la sublimación de las capacidades reproductoras y gestantes de las mujeres al servicio del sistema patriarcal recupera brillo y estatus de la mano de machistas orgullosos de serlo y de una arquitectura simbólica que favorece la misogina entre mujeres y difunde una mitología del holocausto muy bien elaborada asociada al aborto. Estos constructos afianzan la idea de que cualquier mujer que decide abortar no solo arrastrará arrepentimiento y traumas durante el resto de su vida sino que la intervención será una masacre de proporciones bíblicas.
No existe discurso similar sobre el parto porque, a pesar de suponer sufrimiento físico y psicológico, en su caso se sanciona positivamente como un sacrificio deseado, necesario: el fin último. Sin embargo, el parto es uno de los  procesos más violentos y terribles al que puede someterse un ser humano. Cuando parimos el cuerpo se desencaja, los músculos se dilatan durante horas y los esfínteres no responden. Nos aplican lavativas, nos mantienen en posturas antinaturales para dar a luz, nos cortan siempre y después nos cosen – a veces sentimos las puntadas, doy fe -. Durante la episotonomía y sin su consentimiento, muchas han sufrido el “punto del marido” a fin de estrecharles la vagina y procurar así el placer de su compañero sexual. Busquen ustedes si no saben lo que es y horrorícense porque no hablo de la Edad Media.
El entramado patrístico religioso que demoniza el aborto como práctica asesina y carnicera, opera como un condicionante más en contra de la autonomía de las mujeres. Pues bien, el feminismo no va a permitir que se cuestione de nuevo en pleno siglo XXI el derecho al aborto. No vamos a ceder ni un milímetro, nunca, ni desde las instituciones, ni en la calle o en nuestros espacios cotidianos. Nuestros derechos no se negocian y quien se atreva a cuestionarlos nos encontará de frente, juntas, como siempre hemos hecho.
 

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