Sin nombre, desnudas y perversas, las hijas de Lot forman parte de esa categoría de mujeres brujas, putas o rameras que encarnan el mal y que se oponen a los modelos virtuosos de virginidad y bondad. De nuevo nos encontramos ante la dicotomía femenina de mala- buena mujer.
Sin embargo, lo realmente llamativo de esta historia no es la realidad de la misma (por cierto increíble, como tantas otras), sino como ha servido de “excusa” para que muchos artistas realizasen obras de arte dónde se normalizan las relaciones sexuales entre hombres maduros y mujeres jóvenes, por la “necesidad de reproducción”, lo que a mi entender es otra excusa para justificar el deseo hacia mujeres jóvenes, incluso adolescentes, justificando por tanto perversiones como la pederastia.
Basado en el pasaje bíblico del Génesis 19, 30-38 y en las producciones pictóricas inspiradas en el mismo, el presente artículo invita a reflexionar sobre la normalización social que hay entre hombres adultos y mujeres jóvenes así como el estigma que hay a la inversa. También a pensar respecto al mito de la reproducción para invisibilizar y justificar las relaciones y abusos sexuales que, evidentemente se permite a los del sexo masculino, mientras que a las del femenino parece que con la llegada de la menopausia y el fin de la reproducción se les anula la capacidad de tener estos sentimientos y sexo.
La leyenda narra lo siguiente. Disgustado con las prácticas homosexuales que se tenían en la antigua ciudad de Sodoma, Dios reveló a Abraham que destruiría la ciudad por medio de fuego y azufre al considerar que era un pecado grave e irreversible, y que solo Lot y su familia podrían ser salvados. Abraham le rogó que no lo hiciese y Dios le dio la opción de encontrar cincuenta justos en la ciudad, no pudiendo encontrar este ni diez.
Dios envió a la ciudad a dos ángeles a rescatar a Lot, su hermosa apariencia llamó la atención de los habitantes, que acudieron a casa de Lot a sodomizarlos y abusar de ellos. El anciano se negó a dejarlos pasar y les ofreció a sus vírgenes hijas a cambio, para que las violasen y se fuesen. Los hombres no aceptaron e intentaron romper la puerta, pero los ángeles los cegaron dando a Lot la orden de que sacara a su familia de la ciudad, sin mirar atrás. Con su esposa e hijas en la montaña, Edith, la mujer de Lot giró la cabeza y quedó convertida en estatua de sal. Avanzó en el camino el anciano y sus hijas. Él era el único varón, por lo que no había posibilidades de descendencia.
Ante la situación, Lot “por razones de procreación y hospitalidad” ofreció a sus hijas a pueblos vecinos para que, dando igual el modo, las embarazaran, pero las despreciaron y rechazaron. Así pues, comprendiendo que su inevitable destino iba a ser la esterilidad y la soledad, las muchachas decidieron una noche emborrachar a su padre para tener relaciones sexuales y quedar encinta. La misma noche consumieron el acto. Una de ellas concibió a Moab, de quien descendieron los moabitas; la otra a Ben- Ammi, origen de los amonitas.
La historia contienen todo tipo de degeneraciones, máxime teniendo en cuenta que Dios consideró a Lot uno de los pocos hombres justos pese a consumir el Incesto, el engaño, ofrecer la violación, encubrir el mito de la procreación, la ocultación del deseo sexual, etc. Sin embargo, y pese al relato, la pintura ha plasmado que la historia está desligada de la misma y, como punto de inflexión se realizan obras en todos los estilos y escuelas dónde lo único evidente es la normalización de relaciones sexuales entre un hombre anciano y unas jóvenes.
Albrecht Aldorfer en 1537, Jan Massys en 1565, Ja Muller en 1600, Franchesco Furini en 1633, Rubens en 1635, Jacob van Loo en 1650 y hasta Gustave Courbet en 1844, entre otros, son pintores que han realizado obras que forman parte de grandes museos y colecciones dónde, siguiendo la misma iconografía han propagado como normales las relaciones sexuales entre personas de diferente sexo en el que el hombre dobla la edad, formando parte esa visión de un colectivo imaginario que asumimos con normalidad. De entre ellas, y la que más me perturba es la ejecutada en 1616 por Hendrick Goltzius y que hoy se encuentra en el Rijksmuseum de Amsterdam y cuyas medidas son 140×204 cm.
Goltzius es considerado el mejor grabador de los Países Bajos del Manierismo nórdico, por su técnica sofisticada y la exuberancia de sus composiciones. De familia humilde, curiosamente, a la edad de 21 años se caso con una mujer viuda de edad avanzada gracias a cuya fortuna logró establecer un taller independiente en Haarlem. Al poco tiempo llegaron las desavenencias y abandonó su país para trasladarse a Italia dónde descubrió a los maestros renacentistas. Influido por las figuras monumentales de Miguel Ángel realizó su versión de “Lot y sus hijas”.
La escena tiene lugar en medio de un frondoso y tranquilo paisaje en cuyo centro y con los genitales cubiertos por un lienzo bermejo está el padre, sin ningún signo de ebriedad, complaciente, barbado, calvo, con la piel flácida y tostada que acentúa su edad. A los lados sus hijas, rosadas, tersas, jóvenes, desnudas y sirviendo bebida y comida a su progenitor que la recibe agradecido. La imagen contiene una naturalidad grotesca que tan solo podemos entender si invertimos los papeles y sustituimos, mentalmente, la imagen de Lot por la de una anciana, y la de ellas por las de dos efebos. Los roles y estereotipos los tenemos tan aceptados desde el patriarcado que, siendo una escena grosera tenemos totalmente aceptada.
Las obras de arte como los medios de comunicación actuales han creado imágenes dónde es difícil localizar a mujeres adultas y menos aún asociadas a chicos jóvenes, salvo por supuesto que sean sus hijos, y, aún con eso, jamás las encontraremos desnudas ni con alguna connotación sexual. Sin embargo, obras y medios están plagadas de imágenes masculinas fuertes, poderosas, de mayor edad, que presumen de mayor experiencia, capacidad de decisión y poder que se rodean de adolescentes, jovencitas incluso niñas de cuerpos infantilizados sobre las que groseramente abusan.
Marcas de coches, anuncios de perfumes, negocios de todo tipo, publicidad de deportes, constituyen en los medios de comunicación capitalistas y consumistas un eco del más abominable y repugnante patriarcado que se ha normalizado a lo largo de la historia encubierto por una falsa seducción y erotismo.
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