A golpe de cincel, perfilando con el pincel o utilizando técnicas de photoshop el hombre, en nombre del patriarcado, ha creado y diseñado modelos de mujeres según sus gustos, preferencias o necesidades de la época. El hombre ha sido activo-creador, la mujer pasiva-creada, de modo que las producciones pictóricas y escultóricas visibilizan la construcción artificial de un canon de belleza que forma parte de la violencia hacia la mujer. Violencia física, puesto que intentar alcanzarlo la ha perjudicado a todos los niveles.
La consecución del ideal de belleza impuesto en cada momento histórico ha impedido el crecimiento individual de la mujer y la ha sometido a modas y caprichos estéticos pasajeros que le han supuesto además de agresiones físicas contra su propio cuerpo y salud, bajos niveles de autoestima y elevados de frustración, creando mentalidades individuales y colectivas tendentes al “aspectismo” e ideando un imaginario colectivo irreal.
Podría pensarse que ésta es una moda pasajera, producto de la difusión de imágenes a través de los medios de comunicación, sin embargo no es así. Los cánones de belleza existen desde que existe la misma historia y han evolucionado y cambiado dependiendo de culturas y momentos históricos. Desde la prehistoria y pasando por la época clásica, medieval, moderna y contemporánea los modelos estéticos no han sido más que caprichos que han constreñido a las mujeres. Caprichos creados en un universo patriarcal en el que el hombre ha sido el creador y la mujer la creada; el hombre el artista y la mujer la musa.
Las producciones de la historia del arte permiten visibilizar que el canon de belleza es cambiante, pasajero y efímero y que las mujeres son experimentos del mismo desde la prehistoria hasta la actualidad.
En la prehistoria lo más importante era la supervivencia y crecimiento de los asentamientos nómadas. La belleza de la mujer se identificaba con la que tenía evidentes órganos reproductivos muy desarrollados que asegurasen un alumbramiento sin problemas. Las mujeres con grandes pechos, voluminoso vientre y anchas caderas fueron el ideal de belleza. Con la civilización egipcia cambiaron los gustos, se buscaba la armonía y las fórmulas matemáticas codificaron la belleza estableciéndose el tamaño del puño como canon. Así, la estatura perfecta de una mujer se correspondía con el tamaño equivalente a 18 de sus puños y el rostro perfecto a dos. La mujer debía de ser delgada, con pequeños miembros y pequeños pechos. En la época clásica, el tamaño del puño cedió al de la cabeza. En el S. V a, C. Policleto estableció el canon de las 7 cabezas, en el S. IV pasó a 8 y en Roma a 9. El ideal de belleza se iba estilizando y basándose en la simetría y la proporción, creando ideales artificiales e ilusorios.
Durante la Edad Media el cristianismo impuso recato, los rostros angelicales y virginales de tez blanca, rostro ovalado y rasgos menudos fueron los modelos a seguir puesto que transmitían bondad, generosidad y amor. Con el Renacimiento se recuperó la importancia de las proporciones clásicas, Leonardo Da Vinci concibió como ideal de belleza el número 1,681, y en base a él se alcanzaba la perfección. La fémina renacentista era bella si su piel era blanca, sus mejillas sonrosadas, su cabello rubio y largo, su frente despejada ( lo que obligaba a muchas a afeitársela y depilar las cejas), sus ojos grandes y claros, sus hombros y cintura estrechos, sus caderas y estómagos redondeados, sus manos y dedos delgadas y pequeñas, su cuello largo (por lo que muchas se afeitaban la nuca) y sus senos pequeños, firmes y torneados.
En los S. XVII al XVIII la delgadez se interpretó como carencia de salud de modo que se consideró bella a la mujer de cuerpo rellenito y pechos prominentes. Ello afectó incluso a las vestimentas. Las mujeres empezaron a utilizar corsets para levantar sus bustos, tacones para parecer mas altas, pelucas para tener un aspecto más pomposo, incluso empiezan a usar y abusar de espesos maquillajes, carmines y lunares postizos para distinguir su status social. A partir de 1730, con el Rococó se impone como modelo la figura femenina como delicada y ligera, sensual hasta que con el romanticismo se llega a poner de moda la mujer de aspecto enfermizo, frágil y dependiente, de rostro pálido y cuerpo extremadamente delgado.
El arte, como medio de propaganda hacía el papel que ahora los medios de comunicación y las mujeres imitaban esas imágenes que los hombres habían creado. Con las Vanguardias, impresionismo, expresionismo, fauvismo, etc, los artistas se sintieron atraídos por otras culturas lo que repercutió en la introducción de nuevas estéticas, etnias y diversidad.
En el siglo XX, inducidos por el consumismo las modas cambian más rápidamente. En los años 20 la mujer bella apenas tenía curvas, era una mujer más bien resta; en los 30 se impone la de cintura delgada y caderas anchas (Miriam hopkin se convierte en un icono); en los 40, con Rita Hayworth y tras la II guerra mundial. El modelo de belleza pasa por tener una piel tersa y perfecta a la par que unos cuerpos sanos y delgados; en los 50 se reacciona contra la década anterior y se ponen de moda las voluptuosas piernas, los pechos abundantes y las anchísimas caderas. La revolución sexual de los 60 puso de moda la androginia, los cabellos cortos y los cuerpos sin formas marcadas; en los 70, con el turismo se puso de moda el bronceado y en los 80 los cuerpos delgados y tonificados (millones de videos de Jane Fonda haciendo ejercicios se vendieron en la época). En los 90, con la icónica Kate- Moss, se consolida una imagen de la mujer extremadamente flaca, de estructura ósea angular y extremidades muy delgadas, comenzando a aparecer los primeros casos de anorexia y bulimia. En el milenio que vivimos se ha impuesto lo que conocemos como “mujer perfecta” y que las Victoria´s Secret encarnan a la perfección, mujeres altas, delgadas, de pechos grandes y caderas pronunciadas además de cuerpos tonificados. Un vaivén de modas creadas según los gustos y preferencias de los hombres y de las cuales las mujeres somos víctimas.
El feminismo y la historiografía feminista han desvelado como las creaciones pictóricas y escultóricas de mujeres artistas son lejanas a estos estereotipos de belleza. La mujer pintora se ha retratado a sí misma tal cual, incluso introduciendo en las obras los atributos intelectuales con los que se sentían identificadas. Aunque perteneciendo a diversos movimientos artísticos, no han caído en la trampa de crear imágenes según gustos patriarcales.
Como ejemplo de desmitificación de este mito de belleza y de crítica social de los perjuicios ocasionados a la mujer por el modelo patriarcal encontramos hoy a la pintora expresionista María Aparici Vives nacida en Valencia y residente, actualmente en Madrid.
Maria Aparici ha tenido una formación artística academicista que comenzó en la Escuela de Artes Aplicadas de Burgos entre 1987 al 89, posteriormente se licenció en Diseño de Interiores en Nueva York y, entre 1993-1998 obtuvo la Maestría en la Facultad de Bellas Artes en la Universidad Complutense de Madrid. En 2007 se especializó en diseño gráfico asistido por ordenador. María Aparici es fotógrafa, retratista y pintora de gran formato feminista de crítica social.
En 1998 comenzó con su primera exposición individual en Suiza, a la que le sucedieron, hasta la actualidad en Madrid, Cincinnati, Pamplona y Valencia. A nivel grupal, desde el año 2000 y hasta la actualidad, ha participado en exposiciones en Madrid, Valencia, Nueva York, Santander, Barcelona, Londres, Pescia, Berlín, Nueva Delhi, etc, obteniendo en 2016 el Premio de Ciencia », Museo d ‘Arte e Scienza di Milano, Italia; y en 2019 los premios internacionales De Domain Group, Miguel Ángel y Botticelli. Su obra se distribuye entre varias colecciones de arte corporativo, como la Colección Daimler – Stuttgart, Investcorp – Bahrein, Cushman & amp; Wakefield – Madrid, así como formando parte de colecciones privadas.
Con títulos tan sugerentes como “Baby Girl”, “Castagnettes in Spain”, “Born to Fight”, “Talluditas Pero Sexys”, “The Adulterer”, “La Zorra”, “Plantón” o “El Braguetazo”, María Aparici no solo cuestiona y pone en la palestra los estereotipos de belleza femeninos, sino que propicia el debate sobre las perniciosas consecuencias que han creado entre las mujeres, rivalizando entre ellas para “lamentablemente” ser la más “bella” y llevarse como trofeo al “mejor” macho.
Con extrema distorsión expresiva, la artista representa la profundidad psicológica de sus protagonistas y su factura apresurada favorece el efecto turbador. Los colores fuertes expresan emociones; los neutros, inexpresividad y hermetismo. Con la conjugación de ambos crea arquetipos intemporales, precarios y ambiguos que luchan por sobrevivir ante la soledad y la incoherencia. Las protagonistas de las obras de María Aparici son mujeres que se caricaturizan a sí mismas ante un patriarcado que las ha dominado en una sociedad pendiente del status social.
“Born to Fight” es un oleo sobre lienzo de 146 x 114, una de sus últimas obras realizada este año. Las protagonistas son una madre y su hija que representan dos épocas diferentes unidas por una misma situación de abusos, agresiones, acoso y malos tratos a la que sobreviven apoyándose una en la otra con los rostros desfigurados y sin renunciar a exhibir los atributos sexuales de sus cuerpos cosificados.
En el mundo del arte de María Aparici las mujeres forman parte de la marginalidad, del victimismo del canon. Delgadas, desgarbadas y pintarrajeadas denotan la prostitución matafórica a que ha sido sometida la mujer en el machismo, cuyo cuerpo se ha idealizado, su trabajo no se ha remunerado y su tiempo no se ha respetado y pese a todo la mujer se ha arrastrado y aceptado. Las mujeres de María parecen ridículas pero lo son en tanto en cuanto las ha ridiculizado la sociedad. “Selfies”, “Influencers” muchos conceptos a analizar.
El canon de belleza aparece desmitificado en la obra de Maria Aparici representando a las mujeres víctimas de la anorexia, la bulimia, la vigorexia, la tanorexia, la ortorexia, la diabulimia, la drunkorexia, la pregorexia, la potomania, la permarexia, y las intervenciones quirúrgicas y esperpénticos maquillajes que no son más que la consecuencia de intentar conseguir esa imagen tan irreal como diabólica.
Lejos de despreciar a la mujer, María Aparici nos invita a reflexionar sobre los 80.000 nuevos casos anuales de pacientes con trastornos relacionados con la alimentación en nuestro país, el 95% mujeres, y por cuyas causas fallecen más de 100 personas al año. Trastornos ocasionados a consecuencia de pretender conseguir un canon de belleza que debiera contemplarse como violencia hacia la mujer.
La manipulación de las imágenes de mujeres se ha utilizado históricamente con fines políticos, propagandísticos o comerciales y ese ha sido el motivo de distorsionar la realidad. El culto al cuerpo solo produce altos niveles de insatisfacción con el mismo, aislamiento, baja autoestima, frustración y desatención por la vida social, sentimental o familiar, que son en definitiva las mismas consecuencias que las derivadas de los malos tratos psicológicos.
Artistas como María Aparici, con su transgresión, ayudan a través de las artes plásticas en la ardua tarea de la prevención y la sensibilización ante demasiados perjuicios que nos provoca la cultura patriarcal.