He dudado mucho sobre la utilidad de publicar o no este artículo porque creo que las diferencias en el amplio campo del feminismo no hay que subrayarlas todavía, sino que hemos de sumar fuerzas para combatir un enemigo común: el patriarcado en todas sus formas, explícitas e implícitas, en sus efectos sociales y personales, conscientes e inconscientes.
Sin embargo, creo que el debate sobre en qué consiste la igualdad es siempre pertinente, de ahí que finalmente me haya decidido a exponer mi opinión sobre el monólogo de Henar Álvarez y, más que sobre el monólogo, sobre su popularidad y lo que, a mi juicio, significa el aplauso de muchas otras jóvenes y del público en general.
Para empezar, quisiera decir que el personaje creado por Henar es el de un varón patriarcal, provisto de una masculinidad hegemónica, que alardea de las conquistas como hicieron siempre los hombres; que miente, que se centra en la sexualidad y en un aparente deseo sexual ilimitado tal y como hicieron ellos, que trata a los hombres como objetos sexuales, los unifica y los denigra, como ellos hicieron con nosotras durante siglos. En el monólogo de Álvarez no hay en ningún momento ningún reconocimiento del otro como sujeto. Cuando, con fines dramáticos, parece aproximarse a algo parecido: “Alberto Sánchez, que estudiaste conmigo… te dije la verdad”, da un giro hacia otra cosificación aparentemente transgresora aludiendo a que con quien perdió la virginidad realmente fue con el hermano mayor de Alberto, pero que le hubiese gustado hacerlo con su padre: “me gusta que huelan a cáncer evidente… tengo alma de Lolita”.
No nos detendremos demasiado en lo de tener alma de Lolita, un mito del patriarcado que proyecta en las niñas el deseo de los hombres hacia ellas, desculpabilizándolos y poniendo en las púberes la tentación y la responsabilidad del abuso. Un mito que ha hecho y sigue haciendo daño, pues las niñas que creen desear a hombres que pueden ser su padre, y que se comportan como adultas teatralizando una sexualidad precoz y aprendida, son niñas que se sienten abandonadas y que utilizan su encanto para buscar reconocimiento y afecto. Es el adulto quien interpreta esta búsqueda como sexual.
Si el monólogo de Henar Álvarez fuese protagonizado por un hombre ninguna mujer lo aplaudiría, sino que sería calificado de soez, de vulgar, de mostrar y naturalizar el clásico modelo de zafia prepotencia machista. Y sigue siendo así aunque lo protagonice una mujer. Este monólogo no interroga ni pone en cuestión nada, sino que se pliega a la propuesta patriarcal y obtiene así el favor de los hombres y de las mujeres que, confundidas, solo desean parecerse a ellos.
Pero la igualdad no es esto. Luchar por la igualdad entre hombres y mujeres no es repetir clónicamente las peores conductas de aquellos, como ya hemos señalado en otras ocasiones, sino crear formas nuevas de comportamiento social, parental, erótico- sexual, que rompan con el modelo patriarcal y atiendan a una afectividad distinta.
Y es aquí donde el monólogo cobra cierto interés. El personaje creado por Henar Álvarez alude a la dificultad de encontrar satisfacción sexual en su adolescencia, a pesar de que en el verano del 2001, en el que afirma que perdió la virginidad, tuvo relaciones con 37 varones distintos. Lo expresa así: “… por no pedir no pedía ni un orgasmo, si me corría siendo adolescente follando me levantaba saludando a los vecinos como la Bella…”.
En lugar de debatir sobre esto, sobre cómo la promiscuidad sexual patriarcal, cuando está protagonizada por una mujer, no comporta la satisfacción que le procura a un hombre; o bromear sobre cómo esta dificultad de disfrutar de un orgasmo en los encuentros esporádicos sería motivo más que suficiente para modificar el modelo de relación erótica; en lugar de explorar con humor este punto, se pasa por alto sobre él y se repite el modelo patriarcal archiconocido.
¿Imaginan cómo reaccionarían los varones a unas formas de relación donde ellos no obtuvieran orgasmos?, ¿no lucharían por modificarlas hasta que se tomase en cuenta su satisfacción? La igualdad sería precisamente eso, que las mujeres negociasen en la cama sus deseos sin adherirse a los de ellos.
Veamos, ¿por qué esa chica del verano del 2001 no pedía satisfacción? ¿Qué necesidades de las mujeres se están negando con una propuesta que se pliega a un dejá vu de hipermachote, y que solo le satisface a él?, ¿qué autodisciplina emocional se está imponiendo entre las jóvenes para adaptarse a una forma de relaciones sexuales que partió de la revolución de los 60: coitales, sin afecto, rápidas, sin compromiso, desubjetivando al otro y utilizándolo como un objeto más de consumo?
El que he llamado Modelo Tinder, es un modo patriarcal y pornográfico de encuentro entre los sexos, por más que muchas mujeres lo adopten como si formase parte de sus propias necesidades. Y lo hacen así porque el último triunfo del patriarcado consiste en proponer como si fuese igualdad la uniformidad, la homologación de las mujeres a los hombres, su masculinización ramplona, y no la creación de una mujer y un hombre nuevos, híbridos, que luchen por la igualdad de derechos y por el reconocimiento intersubjetivo mutuo, que sepan desprenderse de los peores valores que caracterizaron la masculinidad y la feminidad hegemónicas para crear otros nuevos donde el cuidado y el respeto mutuo, el alejamiento del uso del otro como objeto, sea un ideal para ambos.
Si el feminismo reclama un abandono de los chistes machistas, y racistas, por tratarse de un discurso del amo sobre el esclavo, si teoriza y critica el uso del cuerpo de la mujer como objeto, tanto en las imagen como en las palabras, si rechaza la instrumentalización sexual de las mujeres, el monólogo de Henar Álvarez, por más que se autodenomine feminista, no lo es. Porque en él los hombres son tratados exactamente como antes nos trataban ellos a nosotras, y un humor feminista no puede hacer bandera de eso.
Quiero añadir, para que no quepa duda alguna, que por supuesto que podemos ser como ellos, faltaría más, pero ¿queremos serlo?, ¿es solo a eso a lo que aspiramos?