Ante la reciente incorporación de un partido de ultraderecha a nuestro espectro político mucha gente se ha escandalizado por la llegada de esta tendencia europea a España en un intento de defender que era un país que, con sus complejos, había conseguido aunar determinadas tendencias ideológicas (sic) en unas siglas que nada tenían que ver con la postura reaccionaria de nuestros vecinos europeos. Bajo las siglas de la ultraderecha se perfila un sustrato social que lleva asentado mucho más de lo que se presume desde las felicitaciones de Jean Marie Le Pen a VOX por los pasados resultados electorales. La violencia contra las mujeres se anuncia en los medios de comunicación de puntillas antes o después de los accidentes de tráfico, pero nunca un informativo abre una declaración institucional anunciando protección y medidas efectivas a aplicar inmediatamente.
El Patriarcado es ese atavismo rancio, abolengo, soez y antidemocrático compatible con los poderes político y económico. Con tal de usarnos en un sistema productivo han enfrentado la abolición de la prostitución como defensa de los derechos humanos y la dignidad a la regulación de la misma apoyándose en el reconocimiento de la libertad individual de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo que podría constituir una puerta abierta al surgimiento de derechos laborales de las trabajadoras del sexo; partiendo de la base de que un ser humano no practica sexo para trabajar sino como fuente de placer mutuo, la ausencia de este implica de por sí una relación de desigualdad que esconde violencia sexual y económica contra las mujeres, la normalización de su consumo por parte de los hombres y el blanqueo de la trata de mujeres y niñas como actividad empresarial dispuesta a aportar dinero a las arcas del Estado.
Partiendo de la base de que la desaparición de la explotación sexual no interesa desde el punto de vista económico, se han lanzado multitud de mensajes que despistan su origen, ya que lo de la libertad individual de las mujeres a decidir sobre su cuerpo recuerda mucho al mensaje de los vientres alquilados “altruistamente” a mujeres que no pueden ser madres. Tanto en el argumento de la regulación-normalización como en la compra de bebés programados subyacen la pobreza y la falta de recursos.
Se relaciona la abolición de la prostitución con el puritanismo y los derechos de las trabajadoras sexuales con la Izquierda y la libertad de acción, la protección de las mujeres es defendida con ardor por sectores del Feminismo. ¿Nos hemos olvidado de lo que el proxenetismo significa realmente? Si no hay dinero, si no hay intimidación, si no hay falta de recursos, la prostitución no es necesaria porque no es un derecho humano, como tampoco lo es el sexo con una mujer a la que se paga. Intentar relacionarlo con un debate de izquierdas con la intervención del sindicalismo es una trampa más del Patriarcado y los lobbies para normalizar lo que no es normal. Ningún estado puede financiarse con dinero que utilice la violación de mujeres para asentar un negocio más que cuestionable, sino erradicarlo para no favorecer la explotación de personas generalmente extranjeras y menores de edad traídos de otros países con la connivencia de policía y mafias que se lucran e intentan introducir el debate en sectores que le dan una capa de respetabilidad.
La regulación-normalización solo provoca extender y multiplicar la situación de millones de mujeres. Es, pues, apología de la violación.
Si nadie se planteó la regulación de la esclavitud, la de la prostitución tampoco.