La luz natural baña la galería del rectorado donde camina una filósofa, autora imprescindible del feminismo en nuestro país. Tenemos que hacerle una foto, así que en este impoluto edificio neomudéjar de Córdoba no se resiste a posar junto al busto del viejo Averroes. Amelia Valcárcel interviene ante el auditorio del feminario que organiza, por trigésima vez, la plataforma andaluza de apoyo al lobby europeo de mujeres. Sin pausa, en Madrid presenta su libro “Ahora, feminismo” en el Instituto Cervantes y enseguida se cumple el bicentenario de la que también es su casa, el Museo del Prado. Esta mujer, que además de consejera de Estado es la vicepresidenta del patronato de una de las mejores pinacotecas del mundo, tiene escrito cómo las mujeres no son aún del todo bienvenidas en las moradas de la política, la información, el dinero, el saber, la religión o la creatividad. De aquí para allá, a dos pasos del recuerdo al maestro andalusí, encuentra un lugar para hablar de la pintura y sus autoras y su pensamiento traza un dibujo claro acerca del reconocimiento y en definitiva, la justicia.
– En la celebración de su bicentenario, el Prado ha reunido más de sesenta piezas de dos pintoras renacentistas, Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana, algo que no es frecuente conseguir en el arte antiguo de mujeres.
– No, pero cada vez lo será más. En el Prado tenemos tres ámbitos expositivos, y el grande es el que se ha utilizado en este caso, para “Historia de dos pintoras”. En el ámbito pequeño, se hizo una magnífica exposición de Clara Peeters. La primera vez que yo la vi, quedé sencillamente maravillada por la habilidad técnica de Peeters. Es tan impresionante, sobre todo en el desarrollo de las calidades táctiles, que una queda en suspenso. Y cuando te das cuenta de las segundas y terceras intenciones que ella tiene, en sus múltiples retratos en sus obras, cuando ves la broma, es bellísimo. Encuentro una rara afinidad entre Clara Peeters y los poemas de Sor Juana Inés de la Cruz, en ese mostrar lo que no se dice. Es una cosa asombrosa.
– Con estas grandes exposiciones, por las que se reúnen, se estudian, se restauran, se catalogan las obras de las autoras y se les da el rango que tienen que tener, ¿es cuando realmente se da valor a lo que significan?
– Este tipo de exposiciones son una forzatura, utilizando el lenguaje de la música. Es hacer que algo se perciba especialmente, poner los ojos en lo no reflexionado antes. Y es evidente que ante algunas de las obras ahí expuestas, no puedes evitar ver que se trata de obras excelentes. Y tienes que pensar por qué no estaban en primera fila, empiezas a ver qué ha pasado. Para muestra, basta el botón.
– Todo esto se encuadra en una corriente más general, de recuperación de las mujeres en el arte.
– Que tiene que ver, directamente, con el feminismo. Es una victoria.
– ¿Tiene un sentido político?
– Claro.
– ¿Y qué estamos buscando en el espejo del tiempo, las mujeres?
– La justicia. El feminismo tiene siempre la santa manía de buscar la justicia. Se está buscando que el talento de alguien no desaparezca de la memoria y la herencia común, porque es lo justo.
– Además de buscarlo porque es justo, ¿no es útil a la causa de las mujeres?
– Sí, para el reconocimiento del “nosotras”. No es lo mismo pertenecer a un sexo del que cabe predicar que nunca ha hecho nada, que mostrar que las personas de ese sexo han hecho muchas cosas excelentes. Y también eso es justo.
La tarde anterior, Amelia Valcárcel avanza en su conferencia y en sus teléfonos el público del feminario se afana en buscar el significado de soteriología: “doctrina referente a la salvación”, porque eso es lo que no es el feminismo, repite la filósofa. Y lo que sí es, en sus palabras, es una teoría política encuadrada dentro de las ideas de la modernidad, que nace contra la exclusión de las mujeres de la ciudadanía. Una teoría, una agenda que cumplir, una vanguardia para llevarla a cabo, e incluso un “cuarto componente” de consecuencias inesperadas, ésta es la anatomía que Valcárcel describe. “El sujeto político del feminismo somos las mujeres” ha sido el lema de esta edición de la cita en Córdoba, y sin embargo para Valcárcel no hay un “sujeto político” sino una vanguardia. “¡Vaya si la hay!”, enfatiza, mostrando su rechazo a expresarse en los términos de debate que le marquen desde fuera.
– Dijo en su ponencia que “el pasado cambia mucho”. No sé si muchas personas entienden cómo ese conocimiento del pasado de las mujeres se va a trasponer al presente y al futuro.
– Lo que recogemos como historia tiene una parte en que es palabra de poder. El pasado es la memoria aceptada, y si no tienes poder, tu capacidad de tener pasado es nula. Dicho de otra forma: durante eras enteras, algunas personas o familias validaron su importancia a través de su pasado; toda la sociedad nobiliaria, sin pasado no se mantiene. Descubrieron el mecanismo número uno: la memoria selectiva. No puedes arrastrar la memoria entera de la humanidad detrás de ti, pero si esa memoria ha tenido a bien olvidarse del talento de las mujeres, hay que reformarlo porque no es justo.
– ¿Cree que las mujeres han sido condenadas al olvido?
– De iure no, de facto siempre.
– El negacionismo contestaría a esto: ¿acaso los varones se reúnen en secreto en un sótano y dicen “vamos a negar el talento de las mujeres”?
– ¡No hace falta!
– ¿Y cómo lo hacen?
– Prácticas de minoración coincidentes, desde los ámbitos más lejanos entre sí. No hace falta que sean prácticas conspirativas, aunque a veces lo son. Las mujeres entran siempre por la puerta estrecha, y salen por la puerta grande. Me explico: para entrar en una élite, la puerta es estrecha, y para las mujeres, más. Pero para echarlas del campo de lo que es significativo, hay todo el espacio del mundo. Solo tenemos que leer cómo se ha echado en el pasado, y quién te lo cuenta. Por ejemplo, coges a un tipo como Stendhal. Stendhal es un genio y cualquiera que no lo admita, no sabe de lo que habla. ¿Y cuál es una de sus manías? Suprimir a Madame de Staël, sin más, diciendo, “ésa, que tuvo tanto predicamento innecesario”. A echarla por la puerta, inmediatamente. A medida que estudias, mucho, ves cómo esa práctica es sistemática. Se admite una individualidad mientras vive, porque es tan fuerte que no cabe anularla, pero una vez que ha desparecido, no tiene valedores. Carolina Coronado fue una magnífica poeta. ¿Dónde están las poetas? ¿Dónde están las juristas?
“Allí donde las mujeres son libres y actúan en la esfera del empleo, los cargos, la ley, la opinión, la religión, la economía, el saber, el arte… la sociedad mejora. Y eso es ahora algo que los dos sexos conocen. El feminismo cambia y mejora el mundo”, escribe Amelia Valcárcel en su último libro, “Ahora, feminismo. Cuestiones candentes y frentes abiertos”, que presenta un par de días después en Madrid. Un trabajo que responde acerca del marco en el que el feminismo es posible, como “hijo no querido” de la razón ilustrada, y aborda críticamente las religiones, la multiculturalidad, la neolengua, el poder, la prostitución o la llamada teoría queer. Entre otras cuestiones, plantea como tarea pendiente la representatividad de las mujeres. “El feminismo nos obliga a una relectura de la historia”, dice Valcárcel.
– ¿Y dónde están las pintoras? Afortunadamente tenemos algunos cuadros que prueban que ellas sí estuvieron.
– El que no estén vale para decir: “las mujeres nunca han destacado en la plástica”. ¿Y dónde está el fundamento de eso?
– Muchas hemos leído el artículo de Linda Nochlin, fundacional en la nueva historiografía del arte, con ese título, “¿Por qué no ha habido grandes mujeres artistas?”. Como usted misma cita en “Ahora, feminismo”, es una pregunta-trampa. Nochlin entiende que en el gran arte clásico no hay mujeres, porque no pudo haberlas, como no ha habido un tenis esquimal.
– El artículo es estupendo, la historiadora ha sido una persona excelente y tiene un papel central, pero ahí Linda Nochlin se equivoca. Por el privilegio del número, pocas mujeres cumplían las expectativas que permitieran que se dedicaran a esto; pero, aún con ésas, grandes artistas ¡las ha habido!